La odisea de Palestina ante Naciones Unidas

Este noviembre se cumplen sesenta y cuatro años de la tristemente célebre – ya que nunca fue aplicada correctamente – Resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas que recomendaba la división de Palestina en dos Estados: uno judío y un

Este noviembre se cumplen sesenta y cuatro años de la tristemente célebre – ya que nunca fue aplicada correctamente – Resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas que recomendaba la división de Palestina en dos Estados: uno judío y uno árabe, además de una zona bajo régimen internacional particular en la que convivirían inicialmente 106,000 árabes y 100,000 judíos y que comprendía los lugares santos para ambos pueblos, o sea, Jerusalén y Belén. Dicha resolución debía entrar en vigor a partir de la retirada de las autoridades británicas quienes administraban Palestina para la época.

Sin embargo, una serie de enormes contradicciones entre las partes comenzaron a aflorar inmediatamente esta resolución es emanada y la noche del 15 de mayo de 1948, luego de la retirada de las autoridades británicas y de que el día anterior, David Ben Gurión, quien se convertiría luego en el primer presidente del naciente Estado, había dado lectura en el Museo de Tel Aviv a la Declaración de Independencia de Israel, se da inicio a una cruenta guerra entre árabes e israelíes que dejaría como resultado grandes devastaciones, pérdidas cuantiosas de bienes y de vidas humanas y la agravación del conflicto, ya que Israel terminaría invadiendo y apropiándose de territorios que no estaban enmarcados en la división limítrofe inicial.

Esta historia tiene visos de producción cinematográfica surgida del ingenio sutil y pintoresco de algún productor “hollywoodense cualquiera”, no obstante, es la gráfica y fiel reseña de la odisea que desde hace mucho tiempo viven los habitantes de dos pueblos hermanos, divididos por la religión y por los intereses tanto foráneos como propios que dominan sus agendas en materia de política exterior: Palestina e Israel.

Estos conflictos no terminan y pasan intermitentemente del terreno de batalla  per se al espacio etéreo de la diplomacia por alternados lapsos de tiempo. Justamente esta es una de esas ocasiones en donde la guerra por lograr la definición y reconocimiento de Palestina como Estado de pleno derecho ha tomado como escenario los lujosos corredores y salones de la sede de Naciones Unidas en Nueva York  y como campo de batalla final, el Pleno, en donde se desarrolla el 66to Período de Sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas, aprovechando la concurrencia allí de los mandatarios de casi todos los países del mundo. En el día de hoy, viernes 23 de septiembre, fecha en la que se conmemora el día mundial contra la explotación sexual y la trata de personas, Palestina vuelve a insistir ante la Asamblea General en su legítimo derecho porque le sean reconocidas sus facultades de libre determinación y su igualdad soberana con los 193 Estados reconocidos del planeta.

Indiscutiblemente es una tarea ardua y con pocas posibilidades de coronarse con éxito, ya que una de las exigencias sobre las que Palestina basa sus reclamos es que se le reconozcan y que le sean devueltos como posesiones legítimas, los territorios comprendidos entre las líneas limítrofes existentes previo a la Guerra de los Seis Días, al final de la cual, Israel había conquistado la Península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán y sobre todo porque, Estados Unidos ha amenazado con utilizar su poder de veto en el Consejo de Seguridad para bloquear dicho reconocimiento y desde ya, en su discurso ante el Pleno el pasado miércoles, el presidente Obama expresó que  un posible advenimiento para reconocer al Estado Palestino solo debe llegar mediante conversaciones directas con Israel sin ningún tipo de “atajo” y resulta que dichas conversaciones entre ambos pueblos están estancadas desde octubre del 2010.

De manera que la iniciativa de Palestina, convertida en una odisea, y llevada hacia adelante por su presidente, Mahmud Abbás y respaldada por un número importante de Estados entre ellos la República Dominicana, ha de convertirse, junto con la brillante, necesaria y trascendental propuesta del presidente Leonel Fernández sobre la imperiosidad  de regular los gigantescos movimientos de capitales a nivel global y en materia de especulación financiera en los precios del petróleo y de los alimentos, en los protagonistas obligados de los debates que desde ya se producen en el seno de la Asamblea General de Naciones Unidas.

Ambas iniciativas parecen nacer desde el vientre de la incertidumbre y amenazan con dirigirse hacia lo indefinido, pues no es ningún secreto que una y otra vulnerarían grandes intereses, resguardados celosamente por manos delicadas y ocultas que no por serlo, dejan de maniobrar de manera efectiva para que el sistema mundial mantenga el statu quo imperante caracterizado por un descomunal sesgo de inequidad y de desigualdad. Solo nos resta esperar y acariciar vehementemente la idea de que por lo menos, si la iniciativa palestina no llega a tener éxito, no corra la misma suerte la propuesta del presidente Leonel Fernández y desde esta isla del Caribe surja una nueva versión de la doctrina keynesiana que haga de este mundo un lugar más habitable y con menos desigualdad, pobreza e inequidad social.
Robert Takata es analista internacional

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