El cacao dominicano está en sus mejores tiempos. Mejor apreciado en el mundo, en sus variedades tradicional y orgánica. Es un producto de un enorme valor social y económico, no sólo como generador de divisas, sino por las personas que involucra. Más del 90 por ciento de los productores son pequeños y medianos.
La contribución al equilibrio medioambiental es de mucho valor. Es una fuente de vida y empleos. Generosamente, el cacao siempre está produciendo. Durante el año tiene dos cosechas, la de invierno, entre octubre y febrero, y la de verano, entre marzo y julio.
Ahora hay un boom del cacao. Buenos precios y mucha gente y empresas interesadas en su cultivo. Profesionales urbanos y grandes empresas tradicionales comprometidas con nuevas inversiones en cacao.
Para los urbanos con vocaciones rurales, el cacao puede ser una magnífica oportunidad. Naturalmente, en zonas adecuadas, en atención a la pluviometría, características de los suelos y nivel del mar.
El alto grado de organización del sector cacaotalero ha permitido que el Estado, a través de su administración, asuma niveles de responsabilidad, a veces con rezagos. Con tímidas políticas de fomento, mantiene algunos viveros, pero generalmente para la renovación de cultivos o para nuevas iniciativas, los emprendedores tienen que buscar sus propios medios. Hasta la asistencia técnica resulta escasa, por no decir nula. Todo depende de la autogestión.
Por ello, ha sido bien recibida la acción del Gobierno mediante la cual descargó de pesados compromisos económicos a miles de productores que sufrieron daños ocasionados por fenómenos naturales desde el 2003 hasta el 2005.
La adquisición de las deudas que los productores pequeños y medianos no habían podido saldar a empresas soportes de la siembra, promoción y comercialización del cacao, ha sido muy oportuna. Devuelve confianza y mejor ánimo al sector.
