Peña Nieto, producto del marketing político y de la incapacidad del PAN

A nadie debe caberle la menor duda de que, aun cuando después de hacerse el reconteo de las urnas se demuestre fehacientemente que existieron…

A nadie debe caberle la menor duda de que, aun cuando después de hacerse el reconteo de las urnas se demuestre fehacientemente que existieron maniobras fraudulentas en las pasadas elecciones presidenciales de México, esos datos no variarán el resultado final, máxime cuando la diferencia entre el primer y segundo lugar representa más de tres millones de votos. Definitivamente, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), con Enrique Peña Nieto como su candidato, ha vuelto al poder después de doce años de estar fuera.

El PRI gobernó a México por siete décadas en las cuales arrastró, por una especie de alquimia política, a las corrientes ideológicas y fácticas surgidas a partir de la revolución de 1910 hacia un conservadurismo de derecha, apañado y alimentado por la corrupción, el tráfico de influencia, la compra de dignidades, de obediencia o de buena voluntad a base de fondos del Estado, pero sin embargo, aun a costa del avance de un proceso normal de madurez política y del desarrollo integral de la plena democracia, produjo en el seno de la familia mexicana una especie de estabilidad, orden social y crecimiento económico importante.

En el año 2000 Vicente Fox, del Partido Acción Nacional (PAN), le arrebató el poder al PRI, como consecuencia, no solo de la crisis económica de México de 1994-95 –denominada en el contexto internacional “Efecto Tequila”- sino también del desgaste obligado de un partido que tiene el récord a nivel mundial en la posesión del poder en país presidencialista alguno y además por las rebatiñas que, por el dominio del liderazgo, se gestaban a nivel interno y que en 1994 habían dado como resultado el asesinato, en pleno mitin político, de Luis Donaldo Colosio, quien se perfilaba para ser el presidente de México por el PRI a finales de ese mismo año.

A doce años de esa transición de poder y del inicio de la construcción de un sistema democrático en ciernes en México, ese partido que se alzó con la mayoría de los votos en el año 2000, ha quedado en estas elecciones en un lejano tercer lugar, y el PRI, que para las elecciones del 2006 se veía sumido en una especie de “ostracismo obligado” por la asunción en el escenario político del Partido Revolucionario Democrático y de su candidato, Andrés Manuel López Obrador, hoy se alza con la victoria en un proceso en el que el marketing político ha jugado la más importante de las cartas, en beneficio del telegénico candidato priísta Enrique Peña Nieto.

La elección de Peña Nieto nada tiene que ver que su propuesta sea magnífica, ni mucho menos con que posea capacidad para gobernar, es más,  ni siquiera se ha tomado en cuenta su dudosa reputación. México le dio la oportunidad al Partido Acción Nacional (PAN) de crear, a partir del descalabro institucional del PRI y del descrédito con el que este partido salía del solio presidencial debido a los altos niveles de corrupción, de manejo dantesco del poder y de la asociación del mismo con los intereses más espurios de hampa, una estructura social y política que le permitiese diferenciarse de los setenta años de administración priísta y convertir a México en un país modelo de desarrollo, de democracia y de seguridad.

No obstante eso, ha ocurrido lo contrario. Todo lo que sembró el PRI durante setenta años en México a nivel social, político y cultural, con la represión simulada y con la posposición indefinida de necesarios procesos de conversión y movilidad social, hizo explosión en las manos de los presidentes Vicente Fox y, más visiblemente, de Felipe Calderón. El respeto a los derechos humanos no está limitado por el Estado, sin embargo, los grupos de poder fáctico a nivel provincial y el narcotráfico, los coartan de manera brutal; los niveles de inseguridad han crecido de forma alarmante – 60,000 muertes se atribuyen a los años de gobierno de Calderón- , la migración hacia los EE.UU. es alarmante,  el narcotráfico es dueño de lugares en donde, incluso, los agentes del orden temen entrar y el índice de pobreza no para de crecer.

De manera que con todos estos factores, unidos al monopolio de poder mediático que, desde los años de gobiernos del PRI, mantiene ese partido sobre los medios de comunicación y a la difícilmente capitalizable imagen que tiene quien ha sido su principal contendor, López Obrador, solo era cuestión de tiempo que el PRI volviera al poder.

A partir de este proceso la izquierda debe entender que con López Obrador jamás llegará a Los Pinos por medio de procesos democráticos genuinos, aun cuando éste represente, quizás, intereses legítimos y esté investido de patrióticas intenciones. Esta victoria de Peña Nieto obedece a tres causas fundamentales: la incapacidad del PAN de presentar resultados que inspirasen al electorado a mantenerlos en el poder aun cuando su candidata fuera una mujer; la incapacidad de López Obrador de conquistar a los medios de comunicación y de cohesionar a todas las fuerzas de izquierda alrededor de su proyecto y, por último, a una novedosa estrategia de marketing político que, aprovechando la idiosincrasia del pueblo, hizo de Peña Nieto, más que un candidato potable, un “burriquito macho” de la política vernácula de México.

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