La soberanía nacional en los tiempos de crisis

El título de este artículo podría sugerir una especie de subliminal analogía con la maravillosa novela “El amor en…

El título de este artículo podría sugerir una especie de subliminal analogía con la maravillosa novela “El amor en los tiempos del cólera” del destacadísimo escritor, premio nobel y  gloria viviente de las letras latinoamericanas Gabriel García Márquez; sin embargo, es una mera coincidencia que, en estos tiempos en que las crisis –en muchos órdenes- imperan a nivel global, la soberanía de las naciones, tal como el amor en esa época, se confunda con los síntomas del momento e incluso se desdibujen sus alcances, prerrogativas y límites.

La palabra “soberanía” a lo largo de la historia ha sufrido una especie de transmutación conceptual desde que en 1576 Jean Bodin dijera que no es más que “«el poder absoluto y perpetuo de una república». Aun con todas las variaciones, la definición, empero, enmarca el sentido primigenio del  concepto, solo con el proceso metamorfoseo del depositario final del poder que Hobbes otorga al monarca; Rousseau en cambio se lo da al “pueblo” y que más tarde, Emmanuel-Joseph Sieyès, teórico y tratadista de las constituciones de la Revolución Francesa y de la Era Napoleónica, le asigna especialmente a “la Nación”.

De manera que, deberíamos ver la soberanía nacional como lo que más tarde, fruto de la Revolución Francesa, fue establecido de manera taxativa en el artículo 3 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano: “toda soberanía reside esencialmente en la nación”.

Este concepto está atado de manera umbilical al principio de la libre determinación de los pueblos, cuya acción política internacional surge a principios del siglo XIX, impulsada desde posiciones liberales como la del presidente estadounidense Woodrow Wilson, que hizo de este principio uno de los catorce puntos de su doctrina con la que buscaba  articular las relaciones internacionales después de la Primera Guerra Mundial, confiando en la libre determinación para devolverle al proletariado la soberanía usurpada en los Estados capitalistas por la clase dominante, al tiempo de propiciar, con la asociación “soberanía-libre determinación”, el dibujo definitivo de las fronteras de Europa del Este.

Este principio quedaría plasmado de manera definitiva en el texto de la Carta de Naciones Unidas en sus artículos 1 y 2, numerales 2 y 1, respectivamente.

No obstante toda esta literatura histórica precedente, la soberanía de las naciones aparece hoy muy amenazada y sus prerrogativas de ejercer libérrimamente iniciativas ciudadanas, económicas y fiscales en sus límites nacionales, se ve limitada y condicionada por el entorno internacional globalizado, mientras que la autoridad y nivel de injerencia de instituciones globales, entidades supranacionales y hasta de Estados sobre otros Estados incrementan su presencia apoyados en la crisis.

Ejemplo de esto, por tan solo mencionar alguno: la Cumbre de la OEA en Bolivia del pasado mes, llevaba como lema “Seguridad Alimentaria con Soberanía de Las Américas” , sin embargo, al hablarse de “soberanía alimentaria” como el “derecho de los pueblos a definir sus propias políticas y estrategias sustentables de producción… respetando sus propias culturas y la diversidad…” tanto Chile, Estados Unidos y Canadá expusieron su desacuerdo con el término y con la declaración misma.

Noticia reciente son las protestas que se llevan a cabo en España por los recortes draconianos a los que el gobierno está sometiendo a la ciudadanía.

Rajoy en su campaña había prometido que no haría recorte alguno a los programas sociales ni a los beneficios que los ciudadanos reciben como compensación lógica del pago de impuestos y contribuciones al fisco; no obstante, “la crisis” lo ha hecho cambiar de parecer y defiende a ultranza el programa de austeridad impuesto y dirigido palmo a palmo por Alemania y respaldado por el BCE y el FMI.

Alemania, con la Merkel, está metida, de manera grosera,  hasta los tuétanos de los europeos sin distinción de fronteras y sin ningún respeto a los principios soberanos, apoyada en su programa de inhumana austeridad y en la idea de la imperiosidad de detener la famosa “crisis”, tanto que ya algunos hablan de IV Reich en Europa. Es normal que los pueblos, en busca de mejoras sustanciales, cedan parte de su soberanía por medio de acuerdos internacionales, sin embargo, esto de “Nuevo Orden Mundial”  parece más la búsqueda de un gobierno mundial que propenda a la desaparición de las naciones soberanas, que otra cosa.

Se pierde la soberanía energética frente a megacorporaciones oligopólicas privadas, perdemos  soberanía monetaria frente al FMI; se pierde la soberanía militar frente a las operaciones de la OTAN; la soberanía alimentaria está sujeta al “humor” de multinacionales que controlan la producción de semillas y demás rubros…

Y nosotros nos preguntamos: en un sistema en donde las crisis – no solo económicas- son inducidas por los mercados; en donde la globalización cada vez más despoja a los países de sus prerrogativas soberanas; en donde la democracia es solo un estado mental en las utópicas ideas de soñadores ilustrados,  ¿puede operarse un final que, como en la novela del Gabo, y salvando las diferencias de lugar, lo institucional y verdaderamente importante para el ser humano sobrepase la existencia de lo meramente contradictorio y sintomáticamente enfermizo?

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