Luis Polonia:“Daría lo que no tengo por tener a mi padre de vuelta”

Muchas veces se cansó y desistió de su sueño, pero su padre siempre estuvo allí para animarlo, para hacerle ver el gran…

Muchas veces se cansó y desistió de su sueño, pero su padre siempre estuvo allí para animarlo, para hacerle ver el gran talento que poseía, un talento del que su progenitor parecía estar más consciente que él mismo. Estaba convencido, de que su estatura de 5,8 sería un impedimento para llegar a las Grandes Ligas. Estaba equivocado, su padre, no.

1. Feliz con poca cosa
Las personas que aún viven en mi barrio, saben que nosotros éramos un grupo de muchachos sanos. En ese tiempo no había tanta maldad, ni la droga  ni esta delincuencia, antes era muy diferente. Recuerdo que fui un niño muy feliz. Nunca sentí que me faltara nada, yo sé que ahora hay muchos medios, diversiones y mucha corrupción. Por eso, aunque yo sé que esa época no va a volver, me gustaría que los jóvenes de hoy puedan ver la forma de vida de aquellos años.

2. El sueño de un padre
No tengo dudas de que mi padre se vio realizado en mí. Sé que él vivió cada momento de mi carrera como si hubiese sido la suya propia. Le agradezco profundamente a Dios que me dejó a mi padre para que él pudiera vivir mi carrera desde el comienzo hasta el final. Dios me escuchó y me permitió que él estuviera conmigo cuando me retiré. Esa fue una gran satisfacción para mí porque yo sabía que para él, verme en el terreno de juego era como verse a sí mismo. Quizás lo gozaba hasta más que yo y disfrutaba cada momento.

3. Difícil comienzo
Para mí fue muy difícil firmar. Ya después de firmar, encaminar mi carrera no fue tan difícil. Recuerdo que ya yo estaba cansado de asistir a los try-out, porque aunque yo hiciera el trabajo mejor que los otros no me tomaban en cuenta. Entonces un día, cansado, le dije a mi papá: “dese cuenta que yo hago mejor papel y ellos se llevan a los que tienen mayor tamaño”. Pero él no se daba por vencido, decía que yo iba a ser pelotero y de ahí no lo sacaba nadie. Por eso es que siempre digo que todo lo que soy se lo debo a él. Tuve miles de encontronazos, porque donde quiera que jugaba hacía las cosas mejor que los otros, sin embargo, siempre seleccionaban a los jugadores de mayor tamaño. Para serte sincero, a mí ni siquiera me miraban. Me desanimaba mucho y muchas veces tomé la decisión de alejarme de la pelota, pero mi papá siempre me lo impidió.

4. Un mal momento
Un día le dije a mi papá que me iría a Puerto Rico, porque quizás tendría más suerte allá. Pero él no quería y me decía que estaba seguro de que me firmarían aquí. Rogándole mucho a mi mamá, logré que me diera el dinero del vuelo. Arranqué para allá con el fin de no volver, y mi papá llamó a Migración y les dijo: “para allá va un muchacho que dice que va a jugar pelota, pero eso es mentira, él, de ahí, se va para Nueva York”. Cuando llegué allá el oficial de Migración me dijo: “¿quieres que te devolvamos para tu país o que te encerremos en la cárcel? y yo le dije que prefería volver a mi país. Me devolvieron. Duré tres o cuatro semanas enemigo de mi papá, pero el pique se me pasó pronto.

5. La academia de Oakland
Llegué a la academia de Oakland. Juan Marichal estaba encargado en ese tiempo. Allá me llevó Santiago Marichal, su sobrino, estuve ahí un mes. Como yo era graduado de inglés, cada noche de siete a ocho les impartía clases de inglés a los muchachos. Llegó el tiempo de firmar, éramos 14. Comenzaron a llamar nombre por nombre y todo el que salía, salía contento porque lo habían firmado. Yo estoy esperando mi turno y pensaba que ya por fin se me iba a dar mi sueño y el de mi padre, hasta que llamaron al número 13 y…bueno, nada más falto yo. Por fin me llaman y el hombre me dice que me iba a firmar…pero como maestro de inglés de los muchachos nuevos que llegaran a la academia. Yo no lo podía ni creer. Le reclamé que por qué no me despachó antes, por qué dejarme un mes entero. Le dije: “Le voy a decir algo, sin faltarle el respeto, quizás para usted hoy yo no signifique nada, pero escuche bien mi nombre: Luis Polonia. No lo olvide, porque voy a firmar y le voy a demostrar que soy mejor que los que usted firmó”.

6. Inconsolable
Cuando salí de la academia de Oakland, salí dando gritos desde Bocha Chica hasta Santiago, yo salí con el sobrino de Juan Marichal que fue quien me llevó. Yo no tenía consuelo y él me decía: “No te preocupes Luis, no te desencantes que yo voy a hablar con él (Marichal) y te voy a volver a traer”.  Yo le dije que no me importaba volver, que yo sabía que me iban a firmar, ya se había vuelto un reto para mí demostrarle que yo llegaría.

7. Mi primer contrato
El día 30 de noviembre de 1983 me llamó el sobrino de Juan y me dijo que si yo podía estar en la Academia de Oakland el día siguiente, a las ocho de la mañana. Le dije que sí. Cuando llegué, lo primero que veo es a los trece que él firmó, con sus uniformes nuevecitos blanco con verde, del equipo de Oakland, ¡diablo, qué envidia! Yo no quería jugar con los que Juan había firmado, lo que quiero es darles a los tipos de su equipo para que él viera lo que dejó ir. Jugué de maravilla y le dije al sobrino de Juan, yo voy a ver lo que él me va a decir ahora. Él me llamó y me dijo: “nosotros te vamos a firmar”, y yo le respondí: “pero no como maestro. Me dijo que no. Y por dentro de mí dije: “Gracias a Dios. Por fin”. Firmé por 3,500 dólares.

8. Un gran alivio
Recuerdo que mi mamá tenía la casa hipotecada. Ella tenía un bar y producía mucho, pero todo lo tenía que pagar. Yo le decía que no se preocupara, que yo le iba a resolver ese problema y ella decía que cuando yo viniera a resolverlo sus yerbas estarían altas. Por los 3,500 dólares de mi contrato, al cambio me dieron 12, 500 pesos y mi mamá debía 12 mil, y me sobraron 500, le di 100 a la vieja mía, 200 a mi papá y me quedé con 200. Ya mi mamá era libre y le dije: ve mamá…una pausa, se humedecen sus ojos, y agrega… que la yerba no iba a estar alta.

9. Compañero inseparable
Mi padre estuvo conmigo, en las cinco series mundiales en las que jugué, estuvo en mi primer juego en las Grandes Ligas en Nueva York, no hubo un año en el que no estuviera ahí. Si jugué trece temporadas en Grandes Ligas, él estuvo en esas trece ocasiones junto a mí, si él no iba, yo tampoco. Me aconsejaba mucho. Sé que todo lo que me decía era para cuidar mi carrera. Él me cuidó para llevarme adonde llegué. Le debo mi carrera. Él no me enseñó a batear, eso me lo dio mi habilidad y mi trabajo, pero de no haber sido por él, quién sabe lo que habría sido de mi vida.

10. Los extraño
A mi abuela la perdí en 1985, solo me vio firmar, no pudo disfrutar de mis logros, como yo quería que fuera. Mi madre sí llegó a ver mucho de mi carrera en la pelota, pude contribuir con que viviera una buena vida. Cuando la perdí sentí que había perdido todo. La vida me compensó dándole una larga vida a mi papá. Le agradezco a Dios que me lo dejó vivir 80 años. Yo doy lo que no tengo por tener a mi padre de vuelta; y por eso, cuando veo algún muchacho que se pone de malcriado con su mamá o su papá, yo pienso, ¡ay Dios mío deja que se le vaya para que vea lo que se siente!

En las Grandes Ligas y en las águilas Cibaeñas

“Han sido muchos momentos de gloria. Recuerdo un jonrón muy importante, por ser en Serie Mundial y por ser contra Orel Hershiser, que era en ese momento uno de los pitchers matatanes de la liga. El que di en el 2000 contra Armando Benítez, que me pusieron a batear de emergente en el octavo episodio, pero sobre todo, el día que rompí mi récord. Con mi papá, ya con su bastón, viejito, yo quería romper mi récord, para que él me viera, me faltaban tres hits y lo hice en tres turnos. Los compañeros del equipo me cargaron y me pasearon por el terreno y cuando llegué al home ahí estaba el viejo mío llorando de felicidad (ahora es él quien llora recordando la escena).

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