El sectarismo, germen de inestabilidad en Medio Oriente

Desde las postrimerías del siglo XVIII, cuando Napoleón invadió Egipto y  Siria con unos resultados desastrosos para sus…

Desde las postrimerías del siglo XVIII, cuando Napoleón invadió Egipto y  Siria con unos resultados desastrosos para sus tropas, fuerzas foráneas han estado presentes de una u otra forma en Medio Oriente y el Norte de África, todas parapetadas detrás de supuestas ideas “innovadoras” que llevarían a la zona bienestar, modernidad y desarrollo bajo sistemas de igualdad y basadas en la promesa de enaltecer a las sociedades árabes, aunque estas ideas distaran mucho, a la postre, de las reales intenciones y mucho más aun, de los resultados plasmados en el terreno.

Mencionemos también el protectorado británico en Irak, la invasión del Líbano por Israel, la de Afganistán por la otrora Unión Soviética, la invasión de Kuwait por los Estados Unidos que habían sido llevados allí en el ejercicio de su papel de “policías del mundo” a desplegar una campaña militar que denominaron la “Tormenta del desierto” para sacar a los iraquíes que habían entrado a Kuwait atraídos por el petróleo y por el dominio de aguas oceánicas del golfo pérsico, plagadas de recursos energéticos y con amplio potencial estratégico en la zona. Es de suponer que los EE.UU. también sintieran atracción por las mismas cosas, pero ya ese tema es harina de otro costal.

Sin embargo, todas estas campañas están signadas casi siempre por el mismo proceso: las potencias llegan a Medio Oriente con la idea de imponer a través de la fuerza militar sus ideas, desde Napoleón, en su campaña por cerrarle el paso a los británicos hacia la India y prometiendo liberar a los egipcios del yugo otomano y mameluco; los británicos en Irak , con la promesa de reformas importantes y trayendo al rey Faisal como estandarte y garante de esos ofrecimientos; la Unión Soviética en Afganistán luchando por preservar el desarrollo y propagación del “comunismo redentor de las masas”, hasta hechos más recientes como la invasión estadounidense de Afganistán y de Iraq, con su cacareada lucha contra el terrorismo y en la búsqueda de las tristemente célebres armas de destrucción masiva de Saddam. Y luego terminan de manera similar,  las fuerzas interventoras  se retiran y dejan los países en ruinas, con miles de bajas civiles y militares, el patrimonio histórico y cultural destruido, la dignidad patriótica y nacionalista hecha trizas y, en la mayoría de los casos, sumidos en interminables luchas intestinas que obedecen a razones sectarias originadas en la religión y en diferencias étnicas.

Ese sectarismo, sin embargo no es producto del azar. Frente a Napoleón lucharían unidos otomanos y egipcios radicales encolerizados por la usurpación de autoridad y libertad de autonomía en su país; contra los británicos lucharían diversas y muy disímiles tribus y grupos ideológicos islamitas; contra los soviéticos harían lo propio células armadas de diferentes ideologías y patrocinadas por países como Paquistán, China, Irán, además de fuerzas árabes con Osama Bin Laden como principal proveedor de fondos  -que daría origen luego a Al Qaeda- y de los Estados Unidos en su estrategia de contención, propia de la guerra fría.

Y más recientemente  en Afganistán e Iraq, Estados Unidos y sus aliados han nombrado minorías (adeptos a sus intereses) para que gobiernen sobre mayorías resentidas, las cuales, una vez debilitado el poder interventor ya sea porque la ocupación ha durado más de lo previsto, porque se haya debilitado el apoyo local que poseían o porque definitivamente, como en el caso de Iraq, hayan retirado sus tropas, irrumpen de manera despiadada utilizando mecanismos de terror –cientos de muertos en un solo día- para tratar de recuperar nichos de poder y delimitar territorios para  crear allí especies de cacicazgos sectarios a costa de cualquier precio.

Podría ser la lucha contra el terrorismo, el establecimiento de la democracia occidental o cualquier otra subrepticia y oscura razón acorde a los intereses propios de las potencias de occidente que le lleve a desplegar tropas en estas calurosas tierras del centro del planeta, o en el últimamente más común de los casos, a engendrar y apoyar disimuladamente con recursos económicos, mediáticos y bélicos, rebeliones en distintos puntos de esa zona, no obstante, sin importar  la naturaleza del motivo, siempre quedarán sumidas, como lo está Libia y de seguro también lo estará Siria, entre la mayoría suni, los alauitas y otras hierbas aromáticas, en un sectarismo radical que traspasa las fronteras y hace de esta zona la más inestable del globo terráqueo para pena de muchos o alegría de unos pocos que se benefician inmensamente de todo ese embrollo.

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