Nuestros muertos amados no están en los cementerios. Las tumbas reverentemente limpiadas y adornadas con flores y luces, guardan sus restos mortales, pero lo que ellos fueron y nos significaron, nunca perece. Sus rostros, sonrisas y voces, aunque ausentes son omnipresentes para nosotros y qué odisea acostumbrarse a la idea de que el cuerpo físico que los encarnó durante un tiempo corto o largo aquí en la tierra, no existe más. Para con nuestros muertos amados es imposible el olvido ni desarraigar el dolor ni el vacío. Vencer apegos y hacer de su recuerdo aliciente que nos ayude a vivir, nunca a morir en vida, deviene el gran reto. Y debemos ganarlo. Ellos lo quisieran.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas