Desde que “¡voten, honorables, voten!” pronunciara el nervioso “¡aprobado!” de ayer, traigo a Juan Bosch atravesado a todo lo ancho del recuerdo. Sus convicciones innegociables. Su pensamiento libre y sin dobleces. Su honradez. Su intransigencia ante los renegados. Su radical negación a disponer a su antojo del patrimonio público y, sobre todo, su renuncia al partido en marzo de 1991, disgustado con aquellos (¡ahí están!) a los que acusaba de querer escalar cargos públicos para hacerse de dinero, y convencido de que, llegados al poder, no favorecerían al pueblo en sus acciones de gobierno.
Certera premonición de Bosch
Desde que “¡voten, honorables, voten!” pronunciara el nervioso “¡aprobado!” de ayer, traigo a Juan Bosch…