Literatura, ideología y subversión (y 3)

Es evidente, por lo tanto, que en todo escritor se encuentra una doble componente, que si bien en variada medida de equilibrio, es al mismo tiempo…

Es evidente, por lo tanto, que en todo escritor se encuentra una doble componente, que si bien en variada medida de equilibrio, es al mismo tiempo subversiva e ideológica.

Por ideología entiendo aquel sistema de “valores” oficiales (codificados y canonizados) de la sociedad en general. Ideología, por lo tanto, en sentido negativo, no en el sentido etimológico (estudio de la génesis de las ideas) que le atribuían los filósofos tardo-iluministas como Destutt de Tracy y Cabanis.
Ideología, por lo tanto, en sentido marxista, “como falsa conciencia de la realidad que la clase dominante elabora para su propio uso y consumo”.

Ideología como deformación de la realidad, en cuanto a que las “ideas” que le son propias -según el juicio de Ludovico Silva- “no son tales ideas sino símbolos, imágenes, ‘valores,’ creencias”. (El archifamoso estereotipo del indio que se recuesta en un espinoso nopal para dormir la siesta como muestra de la “laboriosidad” e “iniciativa” del pueblo mejicano, el estereotipo del merengue “El negrito del batey” que “idealiza” al negro como enemigo del trabajo).

Ideología, en definitiva, para decirlo con palabras de Horkheimer, como un “saber que no tiene conciencia de su dependencia”, dependencia de clase, de criterios de clase y de raza, paternalismo o simple condescendencia.
Es un error y una ilusión creer que las obras literarias y artísticas (y en especial las grandes obras) sean todas de signo positivo. Se trata, naturalmente de un equívoco y una ilusión que nos han sido oportunamente inculcados desde “arriba”, a través de la organización escolástica, libros de texto, etc. Así como nos propusieron a Sarmiento como un prócer, educador y un gran humanista, escamoteando datos en que pedía sin piedad el exterminio de “razas y seres inferiores”.

Las “historias literarias”, en particular, describen el fenómeno literatura en forma aproblemática, con lo cual se termina banalizando el todo y cada una de sus partes. En estas obras se enseña y se aprende literatura de una manera inocua, acrítica y repetitiva, que nos obliga a un esfuerzo mnemónico constante y estéril, nos impide prácticamente una ulterior elaboración de datos y convierte nuestra memoria en un almacén o depósito de conocimientos inútiles (conocimientos que sólo podrían servirnos para participar en concursos de preguntas y respuestas o para la retórica indispensable de los discursos oficiales).

La “cultura” que deriva de ese proceso es una cultura exhibicionista, es un lujo, un distintivo que permite diferenciar algunas personas de otras, contribuyendo directamente a acentuar la estratificación de clases. Una de las funciones primordiales que genera esa cultura, consiste en reproducir los “valores” del sistema y generar opresión.

Es claro que las historias literarias no plantean las cosas en esos términos. En esas historias clásicas, con honrosas excepciones, no se nos explicará que “Robinson Crusoe”, además de ser una exquisita novela rica de peripecias, es asimismo un documento constitutivo de una ideología burguesa, en el cual se propone un determinado y preciso modelo de reconstrucción del mundo, en oposición al viejo régimen, sobre la base de un nuevo orden y de acuerdo a un modo de producción: el capitalista. No se nos dirá que en esta obra está implícito el racismo o el paternalismo, el colonialismo, la superioridad de una raza  destinada a dominar sobre razas “inferiores”, como hecho natural, ineluctable.

Tampoco se nos dirá que “La cabaña del tío Tom” y otras obras del género, en apariencia progresistas, son en el mejor de los casos paternalistas en modo vergonzoso, cuando no racistas, o ambas cosas a la vez.

Muchos menos se nos hablará en estos términos de algunas obras famosas de la “literatura para la juventud” donde los mejores esfuerzos de los protagonistas están dirigidos a mantener el  orden constituido, un orden muchas veces despótico. ¿Qué otras cosas ocultan las maravillosas aventuras de los personajes de estos libros? Una perfecta alegoría del súbdito que, a costa de los mayores sacrificios, acepta y cumple su misión, renunciando a todos sus intereses personales para defender los intereses de los poderosos, la obediencia a ciegas como en la famosa “Carta a García”, que invito a leer en la red.

Cosas parecidas y cosas peores podemos encontrar en obras de los mejores y más famosos escritores de cualquier signo político. La lista podría ser infinita, y en todo caso debería ser encabezada por aquellos que, siendo más sutiles y capilares (menos directos y panfletarios) resultan mayormente eficaces como mediadores del sistema. El problema, sin embargo, no consiste en saber que existen autores de variado plumaje político y que las obras literarias no son portadoras de valores eternos y absolutos, sino que están contaminadas de ideología. La cuestión fundamental, en última instancia, consiste en hacerse una idea no sólo literaria de la literatura. Es necesario proponerse una clave de lectura crítica, analítica, histórica, sociológica que permita descubrir los datos que se ocultan detrás de las apariencias.

Naturalmente, el análisis de un texto literario nunca debe hacerse en forma unilateral, sino a través de una valoración múltiple de sus múltiples contenidos. Pero en la mayoria de los casos debe ser siempre posible verificar la correlación que existe entre el sistema y la literatura, establecer en qué modo los autores reaccionan de frente a los mitos o participan de las mentiras oficiales, la proporción entre la carga ideológica y la carga subversiva. Concretamente, se trata de saber cuánto hay de Sancho Panza y cuánto de Don Quijote hay en ciertas obras cuyo contenido podría ocultarnos la inexperiencia o la inocencia, o ambas cosa a la vez.

Identificar de alguna manera su génesis histórica, “colocándola entre las dos grandes coordenadas constituidas por la tradición y la situación real”, de acuerdo a la luminosa propuesta de Carlo Salinari.

Por último, repito con Walter Binni lo que he repetido muchas veces: “La poesía (la literatura y el arte, PCS) no es una flor que adorna y conforta la prosaica casa de los hombres, sino una voz profunda de sus problemas totales”. De aquí su importancia y la necesidad de entenderla cabalmente.

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