Dudosos frutos de una primavera que no acaba

Ayer escuché al ministro de defensa de España, Pedro Morenés, referirse a la situación heredada en Libia de la laureada…

Ayer escuché al ministro de defensa de España, Pedro Morenés, referirse a la situación heredada en Libia de la laureada primavera árabe, como un escenario de “resultados espantosos”. Esa frase me hizo reflexionar sobre el rosario de situaciones que se han producido como consecuencias de ese “fenómeno social”, disímiles en su forma, pero que en el fondo parecen leyendas urbanas emanadas del mismo libro y escritas por el mismo autor.

En el fondo, todos los cambios propiciados a raíz de esa retahíla de convulsiones sociales –en Túnez, Sudán y en Egipto- e intervenciones militares y guerras civiles en Libia, Siria, Yemen, Bahréin y recientemente en Mali, son indiscutibles golpes de poder –preparados, según puede verse en ciertos cables de wikileaks, en verdaderos laboratorios de estrategia de algunas potencias- que rescatan la idea de aquella frase que reza: “si la única herramienta que tienes es un martillo todos los problemas se convierten en clavos”.

Si se observan por separado las perspectivas de democratización y de defensa de los derechos humanos como aliciente para la ruptura del status quo en Medio Oriente, norte de África y en el Magreb, los resultados no son alentadores y mucho menos justifican la muerte de seres humanos y la destrucción del patrimonio cultural milenario en esa zona, sin menoscabo, por supuesto, de la defensa innegociable al respeto a la vida que esgrimimos desde fuera, y que deben los gobiernos o monarquías locales necesariamente observar.

En Túnez es donde prácticamente se inicia el proceso revolucionario de corte social denominado “primavera árabe”, y, si validamos la tesis de la creación artificial de conflictos con fines ulteriores de calado estratégico y confidencial por parte de algunas potencias occidentales, se justifica que iniciase allí porque, además de que no cuenta este país con grandes recursos mineros y energéticos cuya idea de posterior “saqueo” pudiese despertar la alarma de la comunidad internacional, las instituciones administrativas y de seguridad nacional parecían contar con el arraigo suficiente para, luego de que se defenestrase al gobernante, poder asumir con normalidad la continuidad de un “orden democrático” diseñado en occidente. Lamentablemente y aun con estos “cuidados iniciales”, las contradicciones internas no han permitido el despegue de este país como prototipo exitoso de la bendita primavera.

 En Egipto, este fenómeno expulsó del  gobierno a Mubarak, y su posterior apresamiento  propició la celebración de elecciones, sin embargo, las contradicciones entre militares y musulmanes permanecen latentes y el hecho de que la nueva constitución le otorga al  presidente mayores prerrogativas incluso que las que legalmente tenía Hosni Mubarak constituye una prueba palmaria de lo prostituidas que están las ideas de creación de un estado de derecho óptimo en donde prevalezca la igualdad de condiciones para todos los ciudadanos. Todo esto sin mencionar la polarización religiosa entre radicales y conservadores que se produce tanto en el seno del partido de Mursi como en otras latitudes de medio oriente llegando incluso algunos a sugerir que se derriben las famosas pirámides pues son “símbolo del paganismo”.

En Siria, por lo que puede inferirse de la lucha encarnizada que sostiene el oficialismo con toda clase de “rebeldes”, incluyendo talibanes de todo medio oriente y milicianos asalariados por países interesados en quitar del medio a Bashar Al Assad y que ha cobrado la vida de más de 60,000 personas al tiempo de colocar en peligro de muerte por hambruna a otro millón de sirios según la propia ONU, la primavera adquiere carácter estacionario y las partes foráneas, interesadas en destrozar el régimen que las aparta de la meta de avanzar sobre Irán, al parecer no saben cómo arreglar el atolladero.

Y en la Libia post-Gadafi, las luchas entre las tribus a las que éste mantenía a raya son el pan de cada día. Las sangrientas pugnas entre los señores de la guerra, quienes, jefes de alguna de las 64 tribus más fuertes y numerosas, asumen posiciones monárquicas sobre un territorio determinado, provocan una progresiva atomización territorial que cae en el terreno de lo ideológico-religioso y que el gobierno y sus fuerzas militares han sido incapaz de frenar, dejando como saldo diario la muerte de muchas personas a manos de una u otra parte.
Pero la desestabilización de Libia no solo afecta a los libios. Ahora recuerdo lo que decía Gadafi en marzo del 2011, justo cuando en la ONU, con la resolución 1973, se decide la creación de “una zona de exclusión aérea” en ese país, “…si la situación en Libia es desestabilizada, Al Qaeda mandará aquí. Libia se convertirá en un segundo Afganistán y los terroristas llenarán toda Europa”. Esta profecía se está cumpliendo cabalmente con la perturbadora situación en la zona del Magreb y hoy Francia aparece más militarizada que en el momento más crucial de la guerra en Libia, por temor a que por la situación en Malí pudiesen ser objetos de atentados terroristas.

Existen en esa zona del norte de África grupos ultra radicales y sanguinarios que, buscando sus propios medios de supervivencia, armados hasta los dientes con armamento de última generación, proveniente –directa o indirectamente- de las manos de las mismas potencias que le adversan, ofrecen el pretexto perfecto para, en la famosa lucha contra el terrorismo, alimentar animosidades entre oriente y occidente, así como entre grupos de distintas confesiones religiosas y de paso, facilitan la apropiación de los recursos minerales, petroleros y energéticos de la zona, mientras el precio sigue siendo la vida de culpables e inocentes.

Lo peor de todo esto es que no escuchamos a nadie hablar sobre el tema, no sé si por disgusto con los dudosos frutos de esta primavera, o porque al parecer,  para los medios de comunicación esta estación ya pasó.

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