Juegos de poder en la cancha… y en las calles

El hombre puede ser, como afirmaba Protágoras, la medida de todas las cosas. Como ser histórico y en el orden de la creación de su “propio diario biográfico” es, como en las sociedades, el creador de sí mismo; por tanto, sus acciones definen&#823

El hombre puede ser, como afirmaba Protágoras, la medida de todas las cosas. Como ser histórico y en el orden de la creación de su “propio diario biográfico” es, como en las sociedades, el creador de sí mismo; por tanto, sus acciones definen y “miden” el contexto personal y colectivo en el que en determinado momento de la historia se desarrollan, haciendo desarrollar, a su vez, su medio societal y quizás hasta su propia dimensión humana. Surge a partir de esta frase la idea del relativismo subjetivista que señala la imposibilidad de tener una verdad absoluta y universal que marque por igual a todos los hombres y el concepto de la versatilidad de este frente a distintas circunstancias. Ortega y Gasset lo diría muchos siglos después de esta forma “yo soy yo y mis circunstancias”.

En ese orden de ideas,  no hay mejor ilustración que la que da Aristóteles del hombre cuando lo define: “el hombre es un animal político”. Y esto es así desde antes de existir la palabra y la noción geo-social de “polis”, pues incluso las normas de convivencia, necesarias para la sobrevivencia misma del ser humano en su más antigua forma de organización, eran ya evidencias o grafías “políticas”, antes quizás de su propia definición por los griegos. De esta manera, las actuaciones del hombre constituyen un ejercicio político recurrente cuando con las mismas, persigue propósitos de manejo de poder directo o indirecto, convirtiéndose en “política” incluso, la presumida “negación” de la política misma y por tanto, el  carácter inestable del interés humano y de las sociedades convertidas en esas “circunstancias” que señala Ortega y Gasset, vestirán, cuando así lo quieran, las actuaciones y las “medidas” del hombre en su entorno social.

Es así como entiendo el fenómeno de las protestas en Brasil. Circunstancias que, movidas por intereses políticos vistos de la manera más holística posible –y lejos de cualquier interpretación peyorativa, pues entiendo que, aun cuando los motivos de las manifestaciones sean de corte eminentemente social, guardan elementos y “medidas” reivindicativas y “políticas”, lo que en definitiva, no es nada aberrante pues el mismo Aristóteles definía ésta como “El arte de lo posible” “…cuyo fin no es el vivir, sino el vivir bien”.

Esas circunstancias, que en este caso toman la forma de veinte (20) céntimos de reales o, lo que es lo mismo, alrededor de ocho (8) centavos de dólar incrementados al pasaje público (urbano), es solo el detonante que, al igual que el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, ha dado paso a multitudinarias manifestaciones en Brasil, como lo otro dio paso al inicio de la I Guerra Mundial en 1914.

En un país en donde su presidenta contaba con un nivel de popularidad cerca del 70%; que es la primera economía de Latinoamérica; la segunda del continente americano; la séptima economía a nivel mundial y la sexta en cuanto al valor nominal del PIB, no deja de causar sorpresa la serie de  manifestaciones que se están produciendo. Es ahí cuando toma fuerza lo que decíamos al principio: las actuaciones del hombre en la sociedad, signadas por la política, son la medida de todo, y las circunstancias directas o indirectas le definen.

Esas manifestaciones que han llegado a reunir hasta 250 mil personas y que han motivado una especie de marejada popular simultánea en diversas ciudades de Brasil, iniciadas a partir del aumento de los 20 céntimos al pasaje, no son una consecuencia directa de ese hecho aislado sino la emanación en cascada de elementos sociales y políticos que han estado germinando en la última década hasta explosionar estrepitosamente en la sociedad brasileña y en las manos de los que dirigen ese gran país al que personalmente admiro.

Revisando los diarios brasileños e internacionales puede observarse  una tendencia social repetitiva y progresiva a cuestionar los casos de corrupción y soborno de algunas entidades gubernamentales, frente a las que la presidenta Dilma Rousseff ha tomado medidas ejemplarizadoras – el “mensalão” un caso – por ejemplo. Pero aparte de esto, Brasil, un país que en los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), al que pertenecen tanto Lula Da Silva como la actual presidenta, han sacado a más de 30 millones de personas de la pobreza y han creado una clase media pujante y creciente, desdice a nivel interno  de su sucesor en el plano internacional, pues es esta misma clase social la que, constreñida a un sistema que exige competencia y profesionalización pero no crea suficientes oportunidades que le permitan continuar el proceso de movilidad social ascendente, está exigiéndole a la clase política más conexión, menos corrupción, más honradez y mayor compromiso social. Parece ser esto la reafirmación a lo dicho por Tocqueville “los grupos sociales más dispuestos a actuar y reaccionar no son los pobres, sino aquellos que tienen algo que perder”.

Frente a esta deuda social y política, Brasil tiene compromisos que conllevan la erogación de exorbitantes recursos, lo que contribuye a exacerbar los ánimos populares pues consideran que los mismos, aparte de que se pierden en los procesos de licitación y adjudicación para mega obras, no representan la voluntad del pueblo y mucho menos su futuro. Como muestra de esto por ejemplo: el Papa Francisco visita Brasil el próximo mes para lo que se tiene previsto unos gastos ascendentes a US$59 millones; actualmente, coincidiendo con las manifestaciones, se celebra la Copa Confederaciones 2013, con los campeones de fútbol de todos los continentes; en el 2014 se celebrará allí la Copa Mundial de Fútbol, con unos gastos inciertos aunque se habla de US$15 mil millones y otros hablan de cerca de US$70 mil millones. Para el 2016 Brasil es la sede de la Olimpiadas para lo que tendrá que utilizar enormes recursos, sin mencionar los 12 estadios y 13 aeropuertos que deberá construir o reparar para el Mundial de Fútbol del próximo año.

Se producen allí unos juegos de poder en los que, inclusive, se encuentra implicada la Federación Internacional de Fútbol (FIFA), la que los brasileños consideran como usurpadora de soberanía, parapetada en los aprestos organizativos del Mundial 2014 y que, restándole recursos a la educación, la salud y otros sectores sociales, ha llevado al Estado a gastar – por asiento de los estadios – alrededor de 6 mil dólares.

Son juegos de poder en los que incluso participan las estrellas del fútbol Pelé, Romario, Neicmar, Ronaldo… cada uno  con sus propias ideas sobre las manifestaciones y que recrean fielmente los mismos juegos de poder político que se escenifican en las calles.

Ojalá al final del juego, Brasil salga ganando…

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