Francisco El Humilde en la tierra del pecado

Aun está fresca en mi memoria la imagen de Juan Pablo II, cuando en su visita a nuestro país en el 1992 celebró una eucaristía con los seminaristas diocesanos de entonces. Al final desfilamos delante para recibir la bendición y todos besamos…

Aun está fresca en mi memoria la imagen de Juan Pablo II, cuando en su visita a nuestro país en el 1992 celebró una eucaristía con los seminaristas diocesanos de entonces. Al final desfilamos delante para recibir la bendición y todos besamos reverentemente el Pescatorio, cuya confección en oro macizo lucía majestuosa y resplandeciente en las nacaradas y primorosas manos del sumo pontífice.

Ese ambiente de recogimiento y devoción cambiaría unos minutos después cuando, un compañero, pensando que podría acercarse al papa igual como lo había hecho dentro, violó el cerco de seguridad desatando en el acto una respuesta desproporcionada de los miembros del cuerpo de protección papal y dejándole -además de sorprendido- todo adolorido y magullado.

Al ver en la televisión las imágenes de la visita del papa Francisco a Brasil no pude dejar de evocar esa experiencia.

El sumo pontífice, al parecer, todavía se considera a sí mismo como un simple obispo, o tal vez como cualquier otro sacerdote, haciendo caso omiso de las recomendaciones de su cuerpo de seguridad y acercándose peligrosamente a saludar a las multitudes. Y recordé la historia de que, habiendo sido seleccionado como la nueva cabeza de la Iglesia católica llamó a su parroquia en Argentina. Una monja tomó el teléfono: “¿quién es? / “soy el padre Jorge”, y ella sorprendida y extasiada, “Ohh, Su Santidad”, a lo que el insistió muy al estilo argentino,  “¿Qué santidad ni santidad? Soy el padre Jorge…” y tal vez terminó la frase con un característico: “…che”.

Su viaje a Latinoamérica

“No traigo oro ni plata, pero les traigo algo más valioso, a Jesucristo” fue el humilde saludo que dio a Brasil en el acto de bienvenida preparado por la presidenta Dilma Rousseff. Evocaba de esta forma a Pedro cuando sanó, al paralítico, “…no tengo plata ni oro; mas lo que tengo, esto te doy; en el Nombre de Jesús, el Cristo, el Nazareno, levántate y anda.”

La visita de Francisco, (permítanme llamarle, El Humilde) a Latinoamérica y a Brasil específicamente, además de providencial –pues no fue planeada por él, sino por el expapa Benedicto XVI, en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud – tiene muchas importantes connotaciones, tanto como líder espiritual, como también en su rol de jefe del Estado Vaticano.

La Iglesia católica ha perdido credibilidad por los escándalos que en su seno se han suscitado, por lo que la visita del primer papa latino, justamente a Latinoamérica, y al país en donde vive el mayor número de católicos del mundo trae consigo un metamensaje de poder y de arraigo planetario, unido a los signos de esperanza, cercanía y sencillez de un hombre que, aparte de querer acercar con sus acciones a la superpoderosa iglesia con su grey, pretende dejar en los jóvenes un mensaje que perdure en sus memorias (como a mí en aquella capilla) y llegue a las próximas generaciones.

Pero también es providencial porque representa una especie de reconocimiento a Brasil como país pujante y como cuna de la Teología de la liberación, cuyos preceptos (aun sin proponérselo),  creíamos -por lo menos antes de estas jornadas de protestas- habían enraizado y daban frutos fecundos en la sociedad brasileña, sobre todo con la administración de Lula Da Silva y su sucesora Dilma Rousseff.

Lo que sabía el mundo hasta que estallaran las protestas que aún perduran en Brasil es que el gobierno de Lula había sacado de la pobreza a cerca de 30 millones de personas; que los programas de salud, educación, rescate social, infraestructura, etc. avanzaban con éxito incluso en este presente gobierno de Rousseff, tanto así que, países como el nuestro trataban de reproducir sus directrices económicas, políticas y sociales con la esperanza de lograr por lo menos acercarse en sus propósitos de desarrollo y bienestar común al coloso del sur.

¿Qué ha pasado entonces para que Brasil, la tierra que bendice con su presencia el papa Francisco, esté pasando por tan difícil momento?

Es indudable que las mismas protestas son un símbolo de que, aun cuando los que participan dicen detestar la política y a los políticos, nunca habían estado los jóvenes y la sociedad brasileña más cerca y más empoderada de sus procesos políticos, valga la repetición. Tanto así que demandan reformas (políticas), producen cambios (políticos) y crean efectos (políticos) que a la larga dibujarán otro rostro a su país.

El pecado de Brasil

Sin embargo, no todo lo que pasa allí es consecuencia directa ni mucho menos causa exclusiva del devenir cotidiano entre sus fronteras.

Brasil ha cometido, frente a las grandes y hegemónicas potencias, “el pecado” de crecer demasiado en las últimas dos décadas: primera economía de Latinoamérica; segunda del continente americano; séptima economía a nivel mundial y sexta en cuanto al valor nominal del PIB, aparte de que junto a China, Rusia, India y Sudáfrica integra el bloque de los BRICS.

Compartir membresía en un poderoso bloque económico y geopolítico con dos colosos como Rusia y China, quienes por demás representan en sí mismos la antítesis histórica y con proyección eterna de los EE.UU, Gran Bretaña, Israel y la OTAN, son motivos más que suficientes para “enlatarle” a este país una “primavera” extemporánea.

Ya nos producía cierta desconfianza el hecho de que, en un mundo gobernado por el Norte, a un país sudamericano como Brasil, además de perdonarle el hecho de haber condonado una millonaria deuda a Sudáfrica, se le permitiese dar cátedras de manejo político y económico a nivel mundial, sin que alguna cosa para impedírselo hubiese ocurrido.

Con las protestas acaba de ocurrir: se ha tratado de convencer al mundo de que Brasil no es el milagro moderno que creíamos y se le ha dicho al propio Brasil y a su clase política que se ocupen de sus falencias dentro de sus fronteras dejando de desprestigiar con sus legítimas acciones de empoderamiento y pujanza el poderío de los todopoderosos y más experimentados en la arena internacional.

Al mismo tiempo se impulsa el crecimiento de los países del pacífico: Chile, Colombia, Perú y Mexico y su aproximación a los Estados Unidos y a la UE como contención geoestratégica y económica; y por el otro costado, las naves de la 4ta. flota del Atlántico sur de los EE.UU surcan las aguas y la poderosa base militar británica de Las Malvinas se mantiene expectante.

Ojalá la humildad del papa Francisco convenza a las potencias de perdonar el deseo de desarrollo de Brasil y de no ser así, que por lo menos le dé las fuerzas para seguir luchando por eliminar la desigualdad y por lograr estadios de mayor desarrollo y bienestar común.

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