Nuestro Santiago agoniza

Nuestro Santiago agoniza. Eso me duele. Ese Santiago orgulloso,  emprendedor y liberal muere al compás del deterioro de un Yaque lánguido, sucio y con vocación de riachuelo. Perdemos  vida como urbe, y la alegría que todavía tenemos es una…

Nuestro Santiago agoniza. Eso me duele. Ese Santiago orgulloso,  emprendedor y liberal muere al compás del deterioro de un Yaque lánguido, sucio y con vocación de riachuelo. Perdemos  vida como urbe, y la alegría que todavía tenemos es una máscara para no contemplar una realidad que nos coloca  la mortaja. Si no despertamos pronto, seremos enterrados con más pena que gloria.

Nuestro corazón casi no late. Tenemos autoridades municipales sin idea de los que es administrar una ciudad o incluso un ventorrillo, que desconocen nuestras necesidades mínimas, que han hecho un monumento al desorden y a la improvisación. Sufrimos una anarquía sin precedentes en el gobierno local, hartos de escándalos y del imperio de caprichos. Estamos retrocediendo y el tiempo en recuperarnos no será poco. Por Dios, no merecíamos ese castigo.

Y nuestros legisladores, salvo excepciones, son agentes secretos en el Congreso Nacional. Pasan desapercibidos, apenas se preocupan por mantenerse sin ruido, cobrando sus cheques, sin hacer una bullita con algún proyecto de ley o defendiendo con ganas iniciativas que beneficien a la población. Nadie sabe quién lo representa.

Y las inversiones en nuestro Santiago no son ni las esenciales para mantener un ritmo razonable de crecimiento. Resaltando casos aislados como el HOMS y el Aeropuerto Cibao, los nuevos negocios de impacto económico en los últimos años se concentran en las grandes cadenas de supermercados, cuyos propietarios son de Santo Domingo, destino final de los beneficios. Al menos esos capitaleños han confiado en nosotros, lo cual agradecemos.

Nuestra economía languidece. Para muestra tenemos descalabro de las zonas francas, desempleo alarmante,  desproporción entre lo que depositamos en la banca comercial y lo que nos prestan, poca inversión del gobierno en infraestructuras de interés social (ahora parece que tendremos algunas obras importantes) y  un sector privado conservador y cómodo. Y a esto se agrega una inseguridad ciudadana que espanta, que ha limitado nuestra libertad.

Y, créanlo amigos, desde hace años, Santiago pierde aceleradamente incidencia en la  toma de decisiones nacionales. Para los centros de poder, poco a poco vamos dejando de existir, sin negar que gracias a algunos empresarios, que prácticamente se han mudado a Santo Domingo, todavía inspiramos cierto respeto. Pero, en términos generales, no tenemos líderes de impacto.

El deporte  y  la cultura también están de capa caída. Antes todas las semanas teníamos actividades deportivas locales, nacionales e internacionales. Eso terminó. Y éramos el centro de eventos culturales de trascendencia, como Arte Vivo, y eso desapareció.

Santiago necesita despertar. Tenemos las condiciones para ser protagonistas en todos los escenarios del país. Pero si continuamos así, pronto seremos un municipio del montón, olvidado, donde sólo tendremos la gracia de decir que somos aguiluchos. Levantémonos,
caramba.

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