El dominicano y su basura (2)

Los “paradores”, en carreteras principales y los negocios de menor “categoría comercial” de vías secundarias, convierten guaguas en máquinas de arrojar basura, cuando “surtidas”, sus pasajeros “lo jondean to pa fuera” por puertas &#823

Los “paradores”, en carreteras principales y los negocios de menor “categoría comercial” de vías secundarias, convierten guaguas en máquinas de arrojar basura, cuando “surtidas”, sus pasajeros “lo jondean to pa fuera” por puertas  y  ventanas.  En comercios estratégicos, existentes en todas las carreteras criollas, donde es costumbre que los vehículos de transporte interurbano se detengan para que los pasajeros “eteriquen la pata”, vayan a “lo baño” y se beban un jugo, café o “piquen” algo, son punto de partida de largas esteras de basura.  Donde hay trabajadores agrícolas existe la marca de “lo plato de fon” que en su momento fueron higiénicos recipientes del  “chao de la dose” y que permanecerán por larguísimo tiempo como manchas indestructibles sobre el terreno, hasta alcanzar las vías de agua, donde flotarán “ata que Colón, baje’r deo”. Vemos con preocupación que las enseñanzas escolares sobre la basura, no han producido más que “ensuciadores” más ilustrados, pero sin conciencia ecológica y sin tocar la psiquis ancestral de “jondiar” la basura “ma pa’llá”. Esto se agrava ante la inmigración haitiana, en esencia transferencia humana de depredadores naturales, procedentes del país más insalubre de América, que en su elemental proceder tienden a degradar ambientes y a manejarse, en lo que a basura respecta, de manera más dañina aun, que el criollo con sus costumbres.  Dramático ejemplo de la influencia de la carga humana sobre la catastrófica situación urbana de la basura, da el manso río Higuamo, en San Pedro de Macorís. Este mantiene una excepcional belleza natural en sus kilómetros anteriores a la zona poblada de la Sultana del Este, donde la actividad urbana lo ha degradado a nivel de letrina inerte, nauseabunda, podrida, muerta…. Esta dramática situación se repite en cada comunidad, con sus propias peculiaridades y pobre de aquel arroyo o río que permite que el criollo pueda meter su vehículo para “bañarlo”, más que lavarlo, contaminando con productos diversos de petróleo y matando a cuanto ser vivo haya sobrevivido. Nos preguntamos luego, de dónde le viene al agua el sabor a “gasoi”;  que le dé una “sirimba” estomacal que le “deguavine to la tripa” o que la “rraquiña” o  “la ñáñara” no se la puedan quitar en “dermatología” ni con “ásido der diablo untao”. La Madre Naturaleza le pasa factura a la Patria, a su gente, más empeñada en el carnaval de febrero y en sus propios afanes de subsistencia diaria,  que en la proyección hacia el  futuro. Hablamos con nostalgia de baños que fueron, de playas que ya no son, deleite antiguo de la muchachada sin nintendo ni celular que hoy no son más que “lugares”.  Como muestra, un botón: Güibia. Otrora la playa de los capitaleños, con su clásico trampolín de “Peñita”, su exclusivo “Casino de Güibia” hoy ocupado por el Club de Profesores de la UASD, que posee en sus aguas un variado catálogo de elementos patógenos capaces de “denivelale” el sistema inmunológico hasta a un extraterrestre “aforrao”. Esa masa líquida, que fue deleite de cientos de generaciones, es hoy un caldo de cultivo con mortal carga orgánica capaz de producir dolencias diversas de terribles pronósticos. Todo esto ocurre en la era del conocimiento, del internet como ruta de vida y de lo digital como cultura, donde parece haber más conocimiento y menos conciencia.

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