Papeles de otra época: Presentación del libro “Definiciones” de Luis Manuel Piantini

Será siempre ‘Rara Avis’ un economista que atrape y cuestione la existencia a través del arrebato poético. Se me ocurre que Luis Manuel Piantini –hijo, nieto y biznieto de bardos— inaugura entre nosotros esa especie inusitada y airosa.

Será siempre ‘Rara Avis’ un economista que atrape y cuestione la existencia a través del arrebato poético. Se me ocurre que Luis Manuel Piantini –hijo, nieto y biznieto de bardos— inaugura entre nosotros esa especie inusitada y airosa.

Hace ya catorce años que él me sorprendió con una pregunta: ¿Estarías dispuesto a presentar mi primer libro de versos? (Ocupaba Luis Manuel en esos años, si mal no recuerdo, un cargo en el FMI.) ¿No te paraliza el miedo escénico del debutante?, respondí. Su argumento fue entonces tan rotundo como lacónico: De miedo, nada; decía T. S. Elliot que los poetas inmaduros imitan, en tanto los poetas maduros roban.

A partir de esa expresión, no encontré subterfugio posible. Las frases que siguen fueron leídas ante un numeroso público, con miembros de la tribu de economistas y financistas que llenaban más de la mitad de la sala. El autor, luego, con reprimida euforia y entre aplausos, deletreó algunos fragmentos de su libro.

La ceremonia de esa tarde, créanlo, superó mi capacidad de asombro.

Luis Manuel Piantini Munnigh es economista, es mi amigo y escribe poesía. Él acaba de recopilar en un libro sus poemas de toda la vida. Versos viejos, versos nuevos, poesía política, poesía de amor, estro bucólico, estro de horizontes, inspiración pastoril, inspiración memorial. Piantini siente la urgencia poética como una sacudida, como un impulso. Hay en él, más que nada, arrebato y ansiedad, perplejidad y efusión. Al caminar por su libro se advierte la huella juvenil, el rasgo candoroso de una lírica que aspira a “Un día igual a todos / en que los sombreros vuelan / en que los pies / no sienten el suelo / en que los huesos / luchan contra el viento / impidiendo que descarne el rostro”.

El volumen publicado por Piantini comprende cinco capítulos: I-Definiciones, II-Polvo enamorado, III-Paisajes interiores, IV-Figuras y recuerdos, y V-Imágenes en el tiempo.

El capítulo primero, Definiciones, está marcado de insinuaciones existencialistas, de propuestas que cuestionan el motivo de ser de quien escribe:

“Soy el flote de un velero naufragante / en la corriente del soplo de los vientos. / Soy una fuente de luz encarcelada / en el infinito horizonte de los ciegos” […] “Perdí, porque al perderte / pierdo lo que perdía”.

La segunda sección del libro, Polvo enamorado, es un itinerario por la añeja iconografía amorosa:

“El agua, que corriendo va puliendo las piedras del río” […] / y tu gimoteo se siente / como el susurrar de las hojas / cuando el viento las besa levemente”.
El tercer capítulo, Paisajes interiores, discurre en trances de bucolismo, de sosiego campestre:

“Era una tierra / vomitando flores / que amanecía / con la miel en sus labios” […] “tardes tropicales enamoradas / de trigueños racimos de caderas” […] “cuando ríos de pómulos salientes / se desprendieron de los senos del Bahoruco”.

El cuarto parágrafo, Figuras y recuerdos, es una evocación de trascendencias, una reminiscencia de personajes como Jesucristo y Manuel Rodríguez Objío (el Papá Manuel, su bisabuelo), de escenarios como Nicaragua y España:
“Es un día igual a todos / en que has finalizado el camino / y tus despojos tiesos / fríos, hediondos / descienden para ser recibidos / por lo eterno desconocido” […] “cosas del tiempo, Jesús crucificado / son cosas que pasan, Jesús el olvidado / son cosas que duelen, Jesús rebelde amado”.

El último apartado del libro, Imágenes en el tiempo, contiene lo que a mi juicio, con gran propiedad, representa el mejor poema del libro: el denominado “Claudi Clau Claudia Amén”. En este texto, Piantini se vale a ratos de algunos de los recursos del Huidobro de Altazor (del “Reverdobro”, como en alusión a Paul Reverdy lo apodara Picasso), surge en otros momentos la voz desde los hondones del automatismo psíquico, y todo le sirve para construir una extensa oración insomne que desarma, que desarticula mitos en el alejamiento, en la remota distancia del paisaje interior:

“Claudiveinte claudicity / Claustro mustio ser imagen / Claudiaire enrarecido / Claupaisaje mutilado / Claudi niños deformados / Claudibomba claudiguerra” […] “Clauconfieso haber faltado / por mi culpa por su culpa por la culpa de los hombres / de los santos de los diablos y de tantos animales / que poblando en ríos bosques frutos lanas fue confiado el mundo joven” […] “Quiero más quiero misa quiero horas quiero días / quiero meses quiero años / quiero siglos ennegrecidos angustiados explotados sin la sombra / sin la tierra sin palabra con el cielo como techo / con el plomo como casa” […] “Con la frente con la cara con la pierna arrodillada con Cartier / con caviar con champán nuestras culpas no encontramos / son las culpas del hambriento del sediento por su culpa / no comprendo tu mirada por su culpa no comprendo tu mensaje / por su culpa es ahora y en la hora y el futuro por su culpa / Clauperdona mi locura clau me estorba clau me oprime clau me siento / enmohecido”.

Con este largo poema que cierra el libro, “Claudi Clau Claudia Amén”, Luis Manuel Piantini se asoma a lo que podría ser (a lo que convendría ser: es una sugerencia) su acento poético del porvenir. Frente a la inspiración intensa de estas frases, ante el soplo hechizado de ese flujo verbal, percibo que Piantini está dotado para navegar con llaneza en las corrientes del surrealismo, en los fluidos oscuros y fragmentados de la literatura automática.

Bien se sabe: todo libro de poesía es una celebración, una solemnidad. Ya Pablo Neruda, ya la sensiblera modistilla de la esquina, el acto de la creación poética es parejamente un trance de intensidad vital, un acoso de vehemencia emocional. La poesía se escribe con el cuerpo, con las vísceras, con la esencia íntima. En cada guarismo poético está distendido el fervor, la devoción hacia aquello que se transmuta en materia verbal, en significado, en cifra expresiva. Todo libro de poesía, bien se sabe, no es sino un embate, un asalto crédulo a la perennidad.

Este libro, como todo libro, es un festejo, y representa para su autor un esfuerzo prominente de creación. A mí me complace, de verdad, la entrega al público de estos versos entusiasmados.

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