Costo irrecuperable

Los economistas llaman “costo hundido” al tiempo, dinero y esfuerzo gastados en un proyecto, que no pueden ya recuperarse. Debería ser un costo “irrelevante” para decidir, por eso de que ya nada puede hacerse con la “leche derramada”.…

Los economistas llaman “costo hundido” al tiempo, dinero y esfuerzo gastados en un proyecto, que no pueden ya recuperarse. Debería ser un costo “irrelevante” para decidir, por eso de que ya nada puede hacerse con la “leche derramada”. Se desperdició y punto. Según el principio de los costes irrecuperables “se debería” abandonar un proyecto cuando ya no da resultados o cuando aparece algo más prometedor, sin tomar en cuenta lo que se le haya invertido. Así “debería” ser. Pero lo cierto es que la naturaleza humana quiere recuperar el costo hundido. Porque los seres humanos detestan perder. Y se apegan a lo irracional, incurriendo incluso en más costos irrecuperables, con tal de no afrontar el fracaso. Es el caso del fabricante de máquinas de escribir que se resistió a cerrar cuando aparecieron las computadoras: porque llevaba años haciendo lo mismo, porque su papá fundó la empresa, porque los equipos ya no servían para otra cosa… Y ahí se quedó aferrado hasta que las computadoras lo sacaron del mercado. Y no sólo es así en el implacable mundo de los negocios.
Ocurre también al tomar decisiones cotidianas y sentimentales:

-Entramos al cine y la película es malísima. Como ya pagamos la taquilla, soportamos el “clavo” y perdemos dos horas-.

 -Compramos un “todo incluido” y nos atiborramos más allá del hambre que sentimos. “A reventar antes que sobre”-

-Tenemos una relación de pareja drenante e injusta, pero llevamos tantos años con esa persona, que ahí nos quedamos, desgastándonos aún más-.

Los psicólogos adjudican esta debilidad a la educación recibida, muchas veces absurdamente exagerada contra el despilfarro: “no te levantas de la mesa hasta que no quede nada en el plato”; “¿te lo compraste y no te queda bien? Como quiera te lo vas a poner”. También la asocian a un cerebro genéticamente predispuesto a las pérdidas, porque significaban la muerte en tiempos prehistóricos. Claro que esta debilidad es de la gente común y corriente. Porque los grandes expertos de negocios sí consiguen escapar de esta trampa. Lo ven claro rápidamente y se rinden ante la evidencia, mirando el futuro sin arrepentimiento. Entre otros atributos, es precisamente ése el que los hace grandes.

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