Los fallos cuestan muy caro y no se borran con facilidad

11 de julio, 2010; Johannesburgo, Sudáfrica; cerca de la frontera con Soweto. El eco de las vuvuzelas rebota de extremo a extremo entre la algarabía de un Soccer City Stadium que, ensordecedor y latente, vive la fiesta más grande de su historia deporti

11 de julio, 2010; Johannesburgo, Sudáfrica; cerca de la frontera con Soweto. El eco de las vuvuzelas rebota de extremo a extremo entre la algarabía de un Soccer City Stadium que, ensordecedor y latente, vive la fiesta más grande de su historia deportiva.Sobre el césped se juega la final de la Copa del Mundo y, sobre el final de este partido, se añadirá un nuevo nombre a la históricamente corta lista de campeones: la lista de los eternos.

Hacia el minuto ’61, uno de los llamados tulipanes vuela por el campo a la búsqueda de un pase entrelíneas. El flaco corre tras la pelota con la misma velocidad que le ha ganado tantos apodos a lo largo de su carrera—el Galgo de Bedum, el Misil Holandés—y con un halo de luz sobre la cabeza, causado por el reflejo de los focos sobre su distintiva calvicie, galopa hacia su leyenda, dejando a los dos centrales españoles sobre el polvo levantado por su veloz despliegue.

Para completar su exitosa entrada a la consciencia colectiva de sus paisanos como héroe mítico, no tiene que hacer más que pasar a ese último e indefenso hombre de verde: todo hecho. Un paso adelante, se cuadra y termina la jugada con un zurdazo. Segundos después, se encuentra de rodillas sobre el campo, sus brazos sobre sus hombros, los ojos en el cielo. Lamentablemente para él, la mueca en su cara podría representa cualquier cosa menos la victoria. 

Los protagonistas

El pase fue de Sneijder, el calvo era Robben—el ángel vengador de la semana pasada—y el hombre de verde era un Iker Casillas que se consagró como santo con su desvío. Para muchos, la derrota de los holandeses en aquella final empezó tras ese disparo fallido, añadiendo a la historia del fútbol holandés otra brillante ocasión desperdiciada.

Un aporte importante del fútbol más básico al canon de la sabiduría balompédica mundial es un dicho que proclama: “Al que no la mete, se la meten”. En aquella ocasión, le tocó a Don Andrés Iniesta hacer verdad esas palabras con un gol en tiempo extra a pase de Fábregas; en esta ocasión, lo evoca un servidor para reflexionar un poco sobre la derrota, el fútbol y las oportunidades. 

Hablar de las oportunidades en el fútbol es un tema difícil; difícil porque es un deporte que vive de las oportunidades falladas y en el que producir oportunidades, se concreten o no, normalmente es visto como algo positivo. En todos los partidos se ven, y producirlas, aún sin resolverlas del todo, no es tanto mal augurio como señal alentadora. “Los estamos bailando,” piensa el hincha desde la grada, “¡alguna tendrá que entrar!”.

En este deporte es difícil hablar de ‘oportunidades perdidas’ con el peso de la culpa. A un pitcher se le presenta la oportunidad de cerrar un partido final de Serie Mundial y tiene su tiempo para pensar ese último pitcheo, para agarrar con seguridad la pelota entre sus manos sin que nadie lo moleste mientras intercambia miradas amenazantes con el bateador; un quarterback se cuadra sobre el césped sabiendo perfectamente la jugada que planea hacer porque la ha hablado con su equipo antes de ejecutarla. En el fútbol es más difícil. Todos están siempre en movimiento, existen demasiados factores ‘x’.

En un fragmento de segundo puedes ir de estar rodeado de defensas a quedar uno contra uno frente al arquero como Robben y, ahí, muchas veces, es tanto cuestión de instinto como lo es de suerte: esos tiros son una oración.

Por eso, los Pelés y los Maradonas son recordados como ‘Los Elegidos’, porque no es sólo su habilidad la que hace historia y la que se celebra, sino también el gran conglomerado de circunstancias que se alinearon con su persona para provocar su éxito.

Por esta razón es que no es sorpresa que algunos de los mejores equipos de la historia hayan pasado por el escenario más grande del deporte más seguido en el globo terráqueo sin llevarse los grandes premios, entre ellos la misma selección de Holanda del ’74 de Michels o la de Brasil del ’82 de Zico.

Tan cerca que estuvo Holanda del título

Y aún siendo verdad todo este escrito, uno se vuelve a aquella noche de verano, de un verano tan caliente como este en medio de Johannesburgo, y no puede evitar pensarlo, ponerse en la piel de un Robben post-partido y hojear esos pensamientos—“Debí haberla picado en vez de tirarle rasa” “Yo lo vi poner los pies, ¿por qué para allá si yo lo vi?”— y terminar preguntándose: ¿Pude haber hecho más? Más allá de la culpabilidad, el efecto del éxito o del fallo de intentos tan claros es innegable. El gol revitaliza y explota en el orgasmo del fútbol; la salida maldita rodando hacia un saque de arco encoje, molesta la psicología del conjunto y pone las ruedas del destino, lubricadas por el pesimismo, en contra del ejecutante; nunca más que en una final. Aquella oportunidad fallada le costó a un equipo su moral, a Robben su leyenda y a los tulipanes su primer Mundial.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas