Triste historia de un caso laboral

Nicasio tiene siete años trabajando en el colmadito de Gerardo, su compadre. Con lo que gana sobrevive. Total, mientras existan el ron y la bachata los problemas económicos se olvidan. Hay meses, cuando la venta cae o cuando los grandes especulan,&#8230

Nicasio tiene siete años trabajando en el colmadito de Gerardo, su compadre. Con lo que gana sobrevive. Total, mientras existan el ron y la bachata los problemas económicos se olvidan. Hay meses, cuando la venta cae o cuando los grandes especulan, que hasta gana más que su empleador, quien muchas veces se queda sin un chele, luego de pagar la energía eléctrica y al delivery.
Son amigos de verdad. Se tienen confianza de hermanos. Incluso los nuevos clientes, pobres como ellos, no distinguen bien quién es el propietario.

Nicasio es iletrado, persona simple, sin ambiciones. Desconoce lo que son las vacaciones; eso sí, tiene bien presente la regalía (salario de Navidad), que eso es para botarlo en fiestas y bebidas. Tampoco entiende aquello de sus derechos al pago de horas extras, días feriados y no laborables.

Por otro lado, Gerardo, el dueño del negocito, no es hombre de darle importancia a las cosas. Eso del Código de Trabajo le es extraño, al igual que las leyes sobre Seguridad Social, las planillas y eso que llaman Declaración Jurada ante la Dirección General de Impuestos Internos. Tampoco lleva cuentas de lo que le paga a Nicasio.

Hace meses Nicasio fue al “huacalito” (Edificio de Oficinas Públicas Presidente Antonio Guzmán, en Santiago), para averiguar cómo obtenía su pasaporte, porque una tía de Nueva York le prometió llevarlo a esa gran ciudad. Estaba emocionado, sin negar que en caso de éxito, Gerardo le haría mucha falta, y que siempre le enviaría sus regalitos.

Cuando entró se le acercó un buscón y le preguntó en qué podía ayudarlo. Nicasio empezó diciendo que había pedido un permiso en el trabajo y que… El buscón lo interrumpió y le aseguró que su problema quedaría resuelto. Lo dirigió de inmediato, casi a empujones, a la oficina de un abogado de colmillos afilados. Nicasio juraba que tocarían el tema de su pasaporte.

Y el leguleyo, con voz alta, le habló de derechos adquiridos y prestaciones laborales, de que su patrono lo estaba explotando, de que lo demandara… le puso la cabeza loca. Y al final  Nicasio firmó dos documentos que no comprendía: un poder cuota litis y una dimisión. Y casi hipnotizado, ahí mismo, permitió que le compraran su caso por dos mil pesitos. Luego lo convencieron de que jamás volviera donde el malo de Gerardo.

Y demandaron a Gerardo, sin saberlo Nicasio. Y ganaron en el tribunal. Y embargaron el colmado y la casucha de Gerardo. Se llevaron todo. Lo quebraron de por vida. Y Nicasio se quedó sin empleo y sin viaje. Ahora Nicasio y Gerardo son enemigos a muerte. Eso ocurrió de verdad. Y abundan las historias parecidas.

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