Insaciables

En el 1930, un famoso economista pronosticaba que cien años después, y gracias al crecimiento económico, las personas tendrían sus necesidades tan satisfechas que apenas tendrían que trabajar.John Maynard Keynes se equivocó. La economía…

En el 1930, un famoso economista pronosticaba que cien años después, y gracias al crecimiento económico, las personas tendrían sus necesidades tan satisfechas que apenas tendrían que trabajar.

John Maynard Keynes se equivocó. La economía creció en muchos países, pero la gente siguió trabajando casi lo mismo.

Se dice, por ejemplo, que en las sociedades ricas, a las personas les gusta trabajar, porque el trabajo ya no es tan mecánico y embrutecedor como antes. Que no saben qué hacer con el tiempo libre y que en el trabajo escapan de la soledad y el aburrimiento.

Y quizás haya un poco de todo esto.

Pero la explicación más convincente es que Keynes subestimó la capacidad del ser humano de desear más allá de lo básico. Olvidó el poder de nuestras carencias psicológicas y deseos de superioridad.

En realidad somos insaciables, y esto está arraigado en nuestra naturaleza humana y carácter social. Nos aburrimos de lo que tenemos y queremos novedad. Y siempre estamos comparándonos y pendientes de lo que tienen otros para calificar en su grupo, o lo que no tiene nadie para ser “snob” e impresionar. Esto nos condena a la inconformidad, por ricos que seamos.

Así somos y los tiempos no ayudan a calmarnos. Antes los aristócratas no trabajaban; hoy son los ricos adictos al trabajo los que ocupan su lugar.

Y se culpa al capitalismo de exacerbar nuestra tendencia a la insaciabilidad. Porque nos llena de deseos a través de la publicidad, estimula a los lobos de Wall Street y su amor loco por el dinero, y nos convence de que la idea de que una cierta cantidad de dinero sea “suficiente” es mediocre y decadente.
Se aboga incluso por destronarlo como sistema económico.

Pero lo cierto es que no se ha inventado un sistema mejor para crear prosperidad. Así que mientras tanto a los seres humanos no les queda más remedio que controlar individualmente sus ansias locas y cultivar un corazón conforme y agradecido en medio de la vorágine. A no ser que prefieran un sistema que imponga a la fuerza las “buenas costumbres” y los condene a una obligada austeridad.

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