El fantasma del conflicto entre Hipólito y Abinader

La batalla por la candidatura presidencial es natural en el seno de los partidos políticos. Ahí comienza el ejercicio primario de la democracia. La convención democrática y transparente es inevitable a la hora de elegir  candidatos. Solo cuando &#82

La batalla por la candidatura presidencial es natural en el seno de los partidos políticos. Ahí comienza el ejercicio primario de la democracia. La convención democrática y transparente es inevitable a la hora de elegir  candidatos. Solo cuando  ese método no tiene reglas claras, aceptadas por las partes, entonces hay problemas. Es lo que ha pasado siempre en el PRD, que las reglas del juego nunca están claras, y mucho menos son respetadas. Por esas razones el PRD ha colapsado como partido político mayoritario. Y todo parece indicar que el problema no está en las siglas, sino en la mentalidad, la cultura y el comportamiento de sus protagonistas, no importa cómo se llamen.

Nadie ha podido superar esa contagiosa epidemia, ni siquiera el desaparecido líder José Francisco Peña Gómez. De bombero apaga fuego de las contradicciones entre Antonio Guzmán, Jacobo Majluta y Salvador Jorge Blanco, Peña Gómez pasó a protagonista de la confrontación. Fue aquella convención del Dominican Concord del 1986 donde el liderazgo de Peña Gómez sufrió su mayor deterioro producto de la confrontación salvaje con Jacobo Majluta. El retorno al poder de Joaquín Balaguer, tras ocho años fuera, fue la resultante de aquel acontecimiento, que le costó muy caro al PRD: 14 años fuera del poder.
Aquella  pelea no tiene ninguna diferencia con la última confrontación entre Hipólito Mejía y Miguel Vargas Maldonado, después del breve período presidencial de cuatro años (2000-2004), encabezado por Hipólito, con más sombras que luces.

No hay manera de evitar la batalla política  entre Hipólito Mejía y Luis Abinader. Hay que decir que es también una lucha generacional. Luis Abinader representa lo nuevo, la juventud, la fuerza del cambio generacional en las filas del Partido Revolucionario Dominicano y en el Partido Revolucionario Mayoritario (PRM). 
Hipólito, quien ya tuvo su turno al bate, representa lo viejo, la gerontocracia que ya gobernó la mayor parte del tiempo en los últimos 75 años de historia del PRD. Corresponde ahora a ambos líderes políticos sentarse y sopesar serenamente si el país soportaría otro espectáculo amargo desde el litoral del PRM para elegir su candidato presidencial. Dada la historia, harto conocida y sobradamente contagiosa, los riesgos de una nueva pelea,  con saldos de heridos y muertos, son más que probables. Un partido nuevo que nacería negándose a sí mismo y repitiendo la misma historia negativa del PRD, está llamado al más rotundo fracaso. El país está harto y cansado de esa pelea.

El buen juicio y la prudencia aconsejan que uno de los dos decline. En aras del mejor ejemplo posible de unidad partidista, y para no arriesgarse a sufrir consecuencias políticas fatales. El peligro de irse a una convención es lo más delicado. Por dar una demostración de populismo y democracia estarían cayendo en una verdadera trampa. El punto es que los perredeístas deben salvar su discurso ante la historia, y no arriesgar la faja. Vale la pena entonces que sometan a una encuesta el liderazgo de ambos. Obvio, una encuesta creíble, confiable. La Gallup-Hoy, por ejemplo, que tan buena reputación tiene por su trabajo. La encuesta, dentro y fuera del PRM,  resolverá el problema, sin el profundo trauma de los líos en una eventual convención.

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