Como chivos con la ley de tránsito

Me encantan las campañas que promueven la vida y el respeto a la ley. Una de las que me impactó fue la denominada Estrellas Negras, en Bogotá, año 2003.

Me encantan las campañas que promueven la vida y el respeto a la ley. Una de las que me impactó fue la denominada Estrellas Negras, en Bogotá, año 2003. La alcaldía de entonces pintaba una estrella negra en el asfalto, justo en el lugar donde había muerto un peatón por culpa de un accidente de tránsito. Gracias a esa iniciativa, los muertos por esa causa se redujeron un 36%.

Viajo con frecuencia por la autopista Duarte. Siempre observo accidentes, algunos fatales. Allí, como en el resto de nuestras calles, abundan las imprudencias, reconociendo que ahora existe mayor seguridad, por la presencia de vehículos de asistencia del Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones.
Hace meses, le pregunté a un turista español qué era lo que más le impresionaba de nuestro país. Me contestó con naturalidad: el tránsito.

“Oye tío, aquí ando en una moto que contamina todo el ambiente, y circulo sin camisa, sin casco protector, sin documentos, con una cerveza en la mano, en vía contraria, tarde en la noche, y si alguna autoridad me detiene lo resuelvo con unos pocos euros, esto es una maravilla. Para como ustedes conducen, pocas cosas lamentables ocurren”.

No nos importan los semáforos ni las señales; hacemos caso omiso a los límites de velocidad; nos parqueamos de cualquier manera, sin tomar en cuenta las líneas divisorias, incluso en lugares reservados para discapacitados.

Y recorremos las autopistas como tortugas, por el carril izquierdo; los carros del transporte público se detienen a recoger transeúntes donde sea, especialmente donde se advierte: “no pasajeros”; rebasamos los vehículos sin la mínima prudencia, sin alertar con las luces direccionales. No respetamos a los agentes de tránsito, quizás porque ellos mismos en ocasiones no se respetan; detrás del volante vamos a la ofensiva, que el otro ceda, aunque yo no tenga derecho; nos colocamos el cinturón de seguridad cuando vemos un Amet; tocamos la bocina sin necesidad, aún con cien automóviles delante; y hasta enviamos mensajes de texto mientras con la otra mano agarramos el guía, con un ojo aquí y el otro allá.

Y cuando somos peatones, cruzamos por cualquier punto, desconociendo que existen lugares específicos para hacerlo y ni qué decir de los puentes peatonales, donde a veces están de lujo.

En otras naciones existen campañas para educar a los conductores y peatones sobre el contenido de la ley de tránsito. De nosotros hacerlo se salvarían muchísimas vidas y propiedades. Es una responsabilidad de los gobiernos central y local. Ojalá llegue el día en que podamos dar ejemplo de buenas campañas en materia de tránsito y de que a la vez aquel extrovertido turista español piense diferente sobre cómo conducimos.

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