Cooperación Sur-Sur y Triangular: una apuesta al desarrollo

En lo personal, considero la cooperación internacional como el elemento de mayor incidencia en la vida de los ciudadanos de un país por efecto de acciones solidarias de otro igual o de un grupo de ellos. Esto así por el carácter antropocéntrico&#8230

En lo personal, considero la cooperación internacional como el elemento de mayor incidencia en la vida de los ciudadanos de un país por efecto de acciones solidarias de otro igual o de un grupo de ellos. Esto así por el carácter antropocéntrico hacia el cual se dirigen las políticas públicas en las que se enmarcan los programas de cooperación entre países y entre estos y organismos internacionales.

La cooperación internacional tiene diferentes modalidades. Existe la cooperación Norte-Sur o vertical, la bilateral, la multilateral, la ayuda oficial y/o cooperación internacional al desarrollo, la cooperación interinstitucional, y, entre otras, la cooperación Sur-Sur u horizontal, que en muchos casos se combina con la cooperación triangular. Cada una de ellas, a su vez, por el carácter de la acción concernida, puede ser técnica, científica, financiera, educativa, etc.

Todas estas modalidades, sin excepción, promueven o apoyan procesos de desarrollo estatal en diversas áreas, utilizando para ello la transferencia de recursos, ya sean estos técnicos o financieros. Y, aun en teoría, todas estas modalidades deben propender a la búsqueda de un mundo mejor, en el que se promueva el disfrute colectivo o individual de bienestar para todos los seres humanos.

Sin embargo, en la práctica no siempre todo resulta tan bonito como en la teoría. En algunos países se produce una desnaturalización de la verdadera razón por la que existen estos mecanismos, sobre todo en relación a aquel tipo de cooperación que envuelve la donación de recursos económicos de importancia.

Muchos factores confluyen para que esto suceda, desde la falta de institucionalidad, la ausencia o debilidad de mecanismos de supervisión y vigilancia estatal en la ejecución de este tipo de actividad, el manejo de recursos en manos de organizaciones no gubernamentales que no son auditadas, hasta la existencia de una clase política que por lo menos permite, cuando no propicia, la desnaturalización de los verdaderos fines a los que debe ir aplicada la cooperación internacional.

La cooperación Sur- Sur no es más que el intercambio de conocimientos y recursos que se produce, generalmente, entre países de ingresos medios con la finalidad de identificar prácticas efectivas que propicien el desarrollo auto-sustentable y que favorezca la profundización de las relaciones de amistad entre los países concernidos.

La triangular es este mismo tipo de cooperación pero esta vez con la participación de un país desarrollado u organismo multilateral, con el fin de proveer factibilidad económica a la relación propositiva de los dos primeros.
¿Por qué apostar a estos dos últimos tipos de cooperación?

Aun cuando sigo considerando la cooperación internacional de la misma manera como lo plantee al principio, estoy consciente de que los tipos de cooperación tradicionales llevan consigo un marcado tinte de planificación geopolítica y de intereses estratégicos especialmente diseñados en virtud del país que recibe la cooperación.

Aun así, la práctica de que se establezcan relaciones de cooperación tradicionales -como las que todos conocemos- en las que los organismos internacionales o los países desarrollados ofrecen (o prestan) montos millonarios a países pobres, va a desaparecer, sobre todo porque los países pobres, más que intentar descifrar los intereses estratégicos del ofertante de cooperación, necesitan cubrir unas necesidades inmediatas que lo obligan a aceptar recursos vengan de donde vengan.

La cooperación Sur-Sur (CSS), aunque no sustituye la cooperación tradicional, tiene, en cambio, otra naturaleza. Se trata de dos países que, sin tener que desembolsar grandes recursos, buscan crear las posibilidades de adquirir una serie de capacidades individuales o colectivas que han sido probadas en uno de ellos y que, a través de intercambios cooperativos de conocimiento, de recursos compartidos de forma relativa, propician el fortalecimiento de sus instituciones, buscan alternativas de desarrollo y desarrollan técnicas para que todo el discurso altisonante de los grandes cónclaves se conviertan, en este caso, en obras palpables que resuelvan necesidades puntuales.

Y es en este mismo contexto en el que, para proyectos que sobrepasan la capacidad económica o técnica de los Estados partes del mismo, llega un tercer actor, país u organismo, y aporta las facilidades necesarias para hacerlo realidad, convirtiendo la cooperación en “triangular”.

 Sin necesidad de vociferar hasta el último rincón de la tierra, se están, de esta forma, cubriendo necesidades cuyas soluciones, sin la cooperación internacional, hubiesen continuado siendo meras utopías y sobre todo, se fortalecen las instituciones que sirven de contraparte en ambos países.

De las palabras a los hechos

La cooperación internacional en Haití no ha rendido los frutos para los que se han invertido tantos millones de dólares. Cuando menos, una gran parte de ellos no se sabe a ciencia cierta su destino final.

Esa realidad afecta medularmente su capacidad de desarrollo, sus posibilidades de futuro y sus esperanzas como nación. Todo eso debido a algún factor de los que mencioné antes como retrancas al propósito real de la cooperación internacional o, quien sabe, si al concurso avieso de todos ellos.

República Dominicana sufre en carne propia esa realidad. Lo “infranqueable” de su frontera no resulta óbice suficiente para disuadir al más simple de los mortales de “cruzar el masacre a pie” y tratar de conquistar las condiciones de vida “envidiable” que sabe que no tendrá, quizás jamás, en su país.

La solidaridad del pueblo dominicano y de su gobierno no ha bastado para propiciar alguna mejoría en los índices de desarrollo del vecino, sobre todo, porque de este lado de la frontera, aun con las diferencias conocidas, se lucha día a día contra la pobreza, se libran batallas por hacer mejorar la educación, la salud, la competitividad y las actividades del sector primario de la economía, preservando los recursos naturales.

Se hace imprescindible pues, tal como lo ha dicho el presidente Danilo Medina, que la comunidad internacional “pase de las palabras a los hechos” y la cooperación Sur-Sur y triangular, repito, sin desmedro de la coexistencia de cooperación tradicional, podría ser un instrumento de mucha importancia en ese nuevo compromiso.

Según el informe de la Cooperación Sur-Sur en Iberoamérica 2013-2014 de la SEGIB, en el año 2012, aun cuando se programaron 18 proyectos de este tipo de cooperación con Haití, solo se ejecutó un 35.3% y se llevaron a cabo tres acciones, expresadas estas en becas y cursos técnicos. Para el mismo período, con países como México, Argentina, Japón, España y Chile, se establecieron cinco (5) proyectos de cooperación triangular lo que evidencia la poca importancia que se le da a este tipo de proyectos y la ausencia, en todos ellos, de organismos internacionales como la ONU y la OEA.

Este país no debe desmayar en la búsqueda de mecanismos que posibiliten el desarrollo de su vecino más cercano, pero, mucho más importante, los países desarrollados y los organismos internacionales deben también abandonar la costumbre de hacer muchas promesas y cumplir pocas. La comunidad internacional debe comprometerse y realizar acciones puntuales en Haití cambiando los actores tradicionales a los que destinaba los recursos y explorando la pertinencia de la cooperación Sur-Sur y triangular, sobre todo en el fortalecimiento normativo y de capacidades de las instituciones. Ayudar a Haití es un acto de justicia pues, tal como lo expresa Kofi Annan, “… no podemos construir la paz sin aliviar la pobreza, no podemos construir la libertad sobre cimientos de injusticia”.

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