Los movimientos de personal en el Ministerio de Relaciones Exteriores han dejado a muchos reformistas sin aliento, y de paso, han movido la ola de requerimientos de empleos y trabajo (que son cosas diferentes) hacia los dirigentes de ese colectivo político que dirigen otras instituciones del engranaje estatal. La mayoría de los cesanteados en Cancillería se están desplazando cada día hacia los antedespachos de otros reformistas que dirigen instituciones públicas y los reclamos ya están casi adquiriendo la categoría de “emergencia política”. El problema radica en que, casi por naturaleza, la idiosincrasia reformista está vinculada muy íntimamente al disfrute o gozo de los fondos del erario, lo que quiere decir que “un compatriota” sin un chequecito ya no se siente compromisario de ninguna causa política, menos aún de una ideología. Los dirigentes o directivos (que tampoco es lo mismo) reformistas que ocupan posiciones públicas de mando tienen sus propios intereses y horizonte, además de que, generalmente, “ya el barco está lleno”, por lo que no hay espacios para los que llegan ahora, a menos que se produzcan nuevas lealtades que a veces son difíciles, a estas alturas del juego. Lo cierto es que muchos reformistas están fuera de nómina con los cambios en Cancillería, a excepción de los que tienen huevos en varias canastas y vienen cobrando desde hace tiempo en más de una de las instituciones que manejan los suyos, sea por sí mismos o a través de terceros, y no se puede negar que esto constituye una presión extraordinaria para quienes dirigen la organización. Tremenda cuaba…
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Con la muerte de 11 niños el pasado fin de semana en el hospital infantil “Dr. Robert Reid Cabral” se ha desatado un escándalo que, de haber ocurrido en otras latitudes, en Japón por ejemplo, los responsables habrían optado por el suicidio ante los cuestionamientos públicos por su negligencia. Así de sencillo…
