El gobierno dominicano asumió el principio de la gratuidad de los servicios de salud cuando decidió eliminar las contribuciones de los usuarios a los hospitales públicos. La historia la conocemos y sabemos que la “cuota de recuperación” surgió por la insuficiencia de fondos para atender la demanda. La decisión del presidente Danilo Medina fue muy aplaudida. Nosotros advertíamos que sin una respuesta compensatoria podría tener implicaciones.
Los costos de la salud en todos los países constituyen un peso enorme para las administraciones. Es una responsabilidad que los Estados no pueden eludir. La cuestión está en cómo organizar el sistema para que el servicio no colapse. En República Dominicana la salud es un derecho garantizado por la Constitución (artículo 61).
China Popular, que con su revolución socialista preconizó el acceso universal a la salud, propicia reformas progresivas para acercarla a la población. Los gastos han aumentado, tanto, que en 2003 apenas el 17 por ciento de los costos fueron financiados con cargo al presupuesto estatal y los ciudadanos han tenido que enfrentar las alzas. Según el ministerio de Salud, para 2005 “los costos de los servicios de salud se habían convertido en la tercera partida más importante de gastos familiares, después de la comida y la educación”.
Cuba, el otro país con economía planificada de origen socialista, tiene un sistema público universal de salud, a un alto costo para el Estado. Pero busca “formas de captación de recursos monetarios externos a través de exportaciones de medicamentos, asistencia médica a extranjeros, asistencia técnica al exterior, cursos de formación y especialización y desarrollo de proyectos”, para atenuar los costos.
Aún en países tan ricos como Estados Unidos y Canadá, el sostenimiento de los servicios es imposible sin obligación ciudadana.
República Dominicana sustenta frágilmente sus servicios de salud con varios sistemas. Copago de trabajadores y empresarios, subsidios a través de las aseguradoras públicas y la red pública abierta, para nacionales y extranjeros.
El sistema está condenado a colapsar si no establece un régimen de contribución en la red pública abierta. Quien paga un móvil o una botella de alcohol, puede pagar un mínimo en un hospital eficiente.
Hay que restablecer la cuota. l