Recordando a mi padre

El pasado 24 de este mes de octubre debimos celebrar en familia el 98 aniversario de nuestro padre Rafael Santana. Esa es una fecha que nunca olvidaremos, pues era la precisa para convocar a todos a una cita especial: El cumpleaños de mi viejo. …

Recordando a mi padre

Cuando mi padre murió, aquella triste y plomiza tarde de mayo, lo que proporcionó el valor necesario para soportar la tragedia enorme que se abatía sobre nosotros, no fue más que la inmensa sensación de pequeñez que de mí mismo y de mis hermanos,&#

El pasado 24 de este mes de octubre debimos celebrar en familia el 98 aniversario de nuestro padre Rafael Santana. Esa es una fecha que nunca olvidaremos, pues era la precisa para convocar a todos a una cita especial: El cumpleaños de mi viejo.  Pero una vez  más, por cuarta ocasión, la que en otrora fue fecha de alegría y compartir se convirtió en tristeza y recuerdos. Precisamente buscando en ese baúl encontré la columna Latidos que escribí para ese momento y que quiero  compartir con ustedes. “La noticia no podía ser peor y las consecuencias más deplorables. El teléfono sonó y  aunque era una  hora no acostumbrada lo abrí de un solo golpe: “Lito murió nuestro padre”. Fue mi hermana Ramona quien me transmitió ese terrible mensaje. Después todo fue oscuridad. Pero no la oscuridad pura y simple, sino la oscuridad que viene acompañada del dolor más inmenso que he sufrido en mi vida. Dicen que los hombres lloran, pero no gritan como lo hacen las mujeres.  El dicho no es para mí, porque lo grité con fuerza, con esa fuerza que genera la impotencia de no poder revertir los hechos.  La muerte es única y verdadera y el dolor será para siempre. Junto con todos los míos comparto esta reflexión escrita por mi hermano Osvaldo:

Padre:

¿Qué decirte cuando has partido? Nos quedamos con tu dulce recuerdo. Con tu paciencia, tus silencios y contadas palabras, siempre profundas. Nos quedamos con tu carácter sereno.  Con tus enseñanzas como maestro de alfabetización de mediados del siglo pasado; con tu fuerza cuando tuviste que labrar la tierra y sembrar para alimentarnos. Nos quedamos con tu hoja limpia como servidor público, desde oficial del Registro Civil, Agente de Correos, Tesorero Municipal, presidente de la Sala Capitular,  y máxima autoridad moral en la Logia Masónica de Tamayo, símbolo de integridad, honestidad, firmeza y solidaridad. Nos quedamos con el ejemplo del compañero que se entregó para amar a su esposa durante 70 años. Comprensivo y solidario; con el recuerdo del padre que no requirió palabras duras para enseñar, amar y dejarse amar. Con las vivencias de un ciudadano ejemplar: padre, esposo, hijo, hermano, amigo, compañero. Nos quedamos con tu recuerdo de paz y amor”.

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Cuando mi padre murió, aquella triste y plomiza tarde de mayo, lo que proporcionó el valor necesario para soportar la tragedia enorme que se abatía sobre nosotros, no fue más que la inmensa sensación de pequeñez que de mí mismo y de mis hermanos, reflejó su muerte.

La verdadera grandeza de su existencia estaba no en sus muchos logros personales, mezclados con similares tropiezos y desencantos que hicieron de su vida una extraña conjugación de éxitos y fracasos que terminaron por abatirle cuando ya le faltaban fuerzas físicas para enfrentar las tempestades, sino en la sencillez de su corazón y en su increíble percepción para captar la esencia pura de la existencia humana en la más intrascendente de las escenas cotidianas.

Tras su expresión adusta y severa, flotaba un corazón tan dulce como la miel. Había luchado contra viento y marea y confrontado las peores vicisitudes en la formación de la más grande y exitosa de sus empresas personales, que era su familia, y sin embargo, había logrado proteger las fibras esenciales de su corazón, al punto de poder encenderse interiormente ante el esplendor de una naciente flor o las lágrimas de un niño hambriento.

Era allí donde residía su verdadera naturaleza y de donde yo extraje, desgraciadamente en la etapa final de su vida, los elementos fundamentales del amor y la admiración que la muerte y el tiempo no han logrado disminuir.

De todas las virtudes, las que más apreciaba en cualquiera de nosotros, sus hijos, eran la de la sencillez y la humildad. Las demás carecían del valor esencial de éstas, porque sabía que el talento, la riqueza y la belleza física, eran después de todo temporales como la vida misma y enanas ante la grandeza de Dios.

(Extraído del libro del autor “El mundo que quedó atrás”, publicado en el 2002).

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