Inflación y malhumor

Estudiosos del comportamiento humano suelen distinguir entre lo “real” y lo “percibido”. Y se habla, por ejemplo, de “temperatura percibida” y “temperatura real” para diferenciar la impresión subjetiva de lo que marca realmente el…

Estudiosos del comportamiento humano suelen distinguir entre lo “real” y lo “percibido”. Y se habla, por ejemplo, de “temperatura percibida” y “temperatura real” para diferenciar la impresión subjetiva de lo que marca realmente el termómetro. Cuántas veces pasamos de frío a calor, y “sentimos” mucho más calor del que hay.

Que haya una diferencia entre ambas tiene mucho que ver con la humedad en el ambiente y las condiciones de nuestro organismo. Algo parecido ocurre con la inflación y las características de nuestra mente. La “inflación verdadera” depende de una canasta compuesta por los precios de los bienes y servicios que consume el ciudadano promedio. La “inflación percibida” se obtiene preguntándole a la gente si cree que los precios han subido mucho o poco, o si han bajado. La segunda es siempre muy superior a la primera.

Con frecuencia oímos: “las autoridades nos engañan cuando dicen que la inflación de los últimos meses es prácticamente nula. Nos manipulan para tranquilizarnos, pero en realidad todo está más caro”. Y es que muchas veces atribuimos a la realidad algo que solo está en nuestra cabeza.

Cuando vamos al supermercado y vemos que el arroz y el pollo duplicaron sus precios, reaccionamos con tal enfado que no percibimos que plátanos y sardinas están tres veces más baratos. ¡Qué nos importa si lo que nos gusta es el arroz con pollo!

Y nos centramos tanto en el supermercado, que pasamos por alto que estamos pagando el mismo alquiler y que nunca antes habíamos estado mejor comunicados con nuestros parientes en el extranjero a tan bajo costo.

Esto está arraigado en nuestra naturaleza: los cambios nos desconciertan y reaccionamos con mucho más fervor ante las pérdidas, sin tomar en cuenta lo que pudiese compensarlas.

En el mundo estrictamente numérico de las estadísticas, los aumentos de precios se compensan con las disminuciones. Pero esto no ocurre así en la psicología humana. El malhumor que provoca lo que drena nuestro poder adquisitivo es muchísimo mayor que la satisfacción por las casi imperceptibles variaciones positivas. Aunque sean de la misma magnitud.

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