Un consejo de Dubert para estos tiempos

La siguiente historia marcó mi juventud. Yo tenía 16 años. Conseguí mi primer trabajo, por un mes, en Seguros San Rafael, abriendo y enviando cartas, colocando sellos y llevando café a todos lados. Mi labor siempre la hice con esmero, tratando…

La siguiente historia marcó mi juventud. Yo tenía 16 años. Conseguí mi primer trabajo, por un mes, en Seguros San Rafael, abriendo y enviando cartas, colocando sellos y llevando café a todos lados. Mi labor siempre la hice con esmero, tratando de ser el mejor en mis sencillas pero imprescindibles funciones. Allí fui tratado con dignidad y hasta me consideraban como un hijo.
Con lo que me pagaran, que era RD$125.00 (ciento veinticinco pesos) podría adquirir varias camisas de cuadros, algunos libros, comer pizzas en El Edén, en Santiago, ir al cine a ver a Bruce Lee, un guante de béisbol…

Entonces, cuando se acercaba la fecha de recibir el cheque, algo me sucedió. Andaba inquieto, casi ofensivo, extasiado porque pronto sería rico, o al menos tendría una cantidad de dinero impensable para mí. ¿Qué haré con todos esos “cuartos”? ¿A cuál tienda iré? ¿Alcanzará para todo lo que sueño?

No notaba mi conducta impropia, aunque mis compañeros de labor sí. Uno de ellos me lo hizo saber, aunque tampoco conocía los motivos. A mi consejero, el padre Dubert, le expliqué la situación. Entendió de inmediato. “El dinero Pedro, el complicado dinero cambia a la gente, la vuelve loca, tenlo presente para que no te suceda de nuevo”. Y remató: “El que solo piensa en dinero es egoísta, es capaz de hacer daño y calumniar para alcanzar lo material, es una vergüenza para la sociedad y lo que logras de alguna manera se lo quitas a los demás”. Nunca olvidé esas palabras.

Luego de ello, volví a mis orígenes y terminé mi trabajo con honor, más triste por los amigos que dejaba que contento por los miserables chelitos que recibiría, que ni recuerdo en qué los gasté.

El que obra inspirado por el dinero, no tiene amor por lo que hace, vende su alma, comete errores, no duerme en paz y su conciencia está marchita; en cambio, el que trabaja motivado por serias convicciones, sigue adelante, su ánimo está sosegado, se guía por los principios, su espíritu sano y libre es su motor y el cumplimiento del deber su razón de ser.

El que tiene al dinero como Dios, podría escribir lo siguiente: la ambición por las riquezas destruye nuestro buen juicio, no nos permite vivir en paz, deforma nuestros rostros. Y solo podemos dormir entre pastillas y sobresaltos, acompañados en la tétrica madrugada por diablillos que cuando nos tocan la puerta de nuestra alma deteriorada, los dejamos entrar para que hagan sus fechorías.

En estos días salen a relucir muchos que necesitan el consejo de Dubert, pero sobre todo su ejemplo de honestidad, una palabra de peso, que no se compra.

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