Balseros cubanos mordidos por tiburones, difíciles de identificar

MIAMI— Los cadáveres aparecieron a 32 kilómetros (20 millas) de una popular playa del sur de Florida: Cuatro hombres, todavía jóvenes. Sus restos lucían gravemente deteriorados: mordidos por tiburones y con rostros irreconocibles.

MIAMI— Los cadáveres aparecieron a 32 kilómetros (20 millas) de una popular playa del sur de Florida: Cuatro hombres, todavía jóvenes. Sus restos lucían gravemente deteriorados: mordidos por tiburones y con rostros irreconocibles.

Uno tenía una cicatriz en forma de herradura en la cabeza. Dos tenían tatuajes: Uno de una araña, y el otro de un tigre con una flor. El cuarto llevaba un par de calzoncillos naranja y un reloj dorado.

La Guardia Costera de Estados Unidos los entregó a la oficina del médico forense del condado de Broward, donde permanecieron durante días. Se trató de cuatro muertos más entre los miles que han perecido tratando de cruzar el turbulento Estrecho de Florida.

A menudo los restos de balseros que llegan a aparecer cerca de las costas de Estados Unidos están en tal mal estado que no pueden ser identificados visualmente, pero las relaciones políticas hacen ese proceso aún más difícil con los inmigrantes cubanos. Debido al estancamiento diplomático de cinco décadas entre Estados Unidos y Cuba, los patólogos no pueden buscar los registros dentales o de ADN de familiares en la isla.

«Los medios convencionales de identificación no funcionan», dijo Larry Cameron, director de operaciones del médico forense del condado de Miami-Dade.

En su lugar, los investigadores deben armar un rompecabezas a base de cicatrices, tatuajes, operaciones e indumentarias. En el mejor de los casos, se encuentra algún familiar en Estados Unidos que puede dar muestras de ADN y confirmar el deceso. Las leyes de la Florida prohíben la cremación de cadáveres que no han sido identificados y algunos huesos son preservados por años. La morgue de Broward tiene cadáveres que datan de los años 70.

Muchos otros están enterrados en cementerios para mendigos después de que se les extrae el ADN, marcado sólo por un número, «y nunca sabemos si esos balseros no se perdieron en el mar», dijo Ramón Saúl Sánchez, presidente del grupo del exilio Democracy Movement (Movimiento Democracia).

La identificación de los restos se ha vuelto una prioridad de nuevo para los médicos forenses de Florida, en medio de un aumento de 75% este año del número de cubanos que tratan de cruzar por mar. Al menos 3.722 cubanos han sido interceptados o lograron llegar a las costas estadounidenses en el último año fiscal.

La mayoría se embarcan en balsas de madera, metal y Styrofoam, impulsadas por motores precarios. Casi no tienen instrumentos de navegación y con frecuencia se pierden en el mar y sus ocupantes se deshidratan lejos de las costas. Algunas embarcaciones son tan pequeñas que los tiburones las pueden hacer volcar. La gran mayoría mueren o desaparecen.

La Guardia Costera de Estados Unidos ha interceptado 72.771 cubanos en el mar en las últimas tres décadas. Otros miles consiguieron alcanzar las costas norteamericanas o las autoridades cubanas les impidieron salir. Los estudiosos estiman que al menos uno de cada cuatro balseros cubanos no sobrevive, lo que podría significar que 18.000 han muerto.

Holly Ackerman, investigador de la Duke University especializado en el tema de los balseros cubanos, dijo que Cuba y Estados Unidos podrían ayudar a determinar quiénes han muerto o desaparecido simplemente comparando los nombres de las personas que se fueron de la isla con los de las que ingresaron a Estados Unidos, pero nunca lo han hecho.

Sánchez le ha escrito a las autoridades federales pidiéndoles que los dos países cooperen en la identificación de balseros muertos.

En una de las peores tragedias de balseros de tiempos recientes, 32 migrantes partieron en agosto de Manzanillo, en la costa sur de Cuba, y se quedaron varados en el mar durante casi un mes. Cuando unos pescadores mexicanos los encontraron a principios de septiembre, sólo 15 seguían vivos. Los demás trataron de nadar hasta la costa o murieron y sus compañeros arrojaron sus cuerpos al agua. Sus restos no han sido encontrados.

Los cuatro cadáveres que fueron encontrados el 24 de agosto en la costa de Florida recibieron menos atención. No hubo sobrevivientes que contaran lo que pasó ni de dónde venían. Pero entonces Sánchez comenzó a recibir llamadas desde Cuba: Un grupo de nueve balseros habían partido desde un sitio cercano a La Habana cinco días antes. Nadie había oído hablar de ellos desde entonces.

Cuando un grupo de gente desaparece en la isla, los cubanos dan por sentado que se fueron en una balsa.

Junier Fernández Hernández, un maestro de 32 años, dejó una carta diciendo que se iba y pidiendo que su padre cuidase a su hijo de ocho años. Léster Martínez, de 27 años, le dijo a su familia el día previo que se iba en una balsa.

«Lo que hace es una locura», le dijeron sus parientes.

«Confíen en mí», les respondió Martínez, según un primo.

José Ramón Acosta, de 35 años, no le dijo a nadie que partía. Había visto cómo su sobrino Aliandi García, de 24 años, llegaba a Estados Unidos por mar el año previo. El muchacho llegó a Estados Unidos y un día recibió una llamada de sus parientes en Cuba. «Tu tío se fue hacia Estados Unidos», le dijeron. «Estate pendiente de las noticias en la televisión».

Pasaron los días. Los parientes llamaron a la Guardia Costera, pero no había información. No habían recogido balseros que encajasen con esa descripción.

Hasta que se le informa a Sánchez que se habían recuperado cuatro cadáveres frente a Hollywood Beach.

Se encontró con familiares de los Estados Unidos, algunos primos distantes que nunca habían visto a los balseros, y fueron a la morgue del condado de Broward, donde recibieron la mala noticia: Los cadáveres estaban tan descompuestos que no podían ser reconocidos. A algunos les faltaban partes del cuerpo y presentaban lo que parecían mordidas de tiburones y otros peces.

El médico forense Craig Mallak dijo que le preguntó a la Guardia Costera si se podían conseguir registros dentales o muestras de ADN de sus parientes, pero le respondieron que «es muy difícil porque no tenemos relaciones diplomáticas con Cuba».

Los investigadores pasaron horas con los familiares, tratando de recabar posibles pistas: qué tan altos eran, el color de sus cabellos, si tenían alguna marca.

Se enteraron de que el tío de García se había operado por unas convulsiones epilépticas y que tenía determinadas cicatrices. Una segunda pista acabó con cualquier duda: los investigadores le mostraron a García una foto de una camiseta gris con un logo rojo de Puma. Era la camiseta que García le había dado a su tío antes de embarcarse él mismo en una balsa.

Otros dos balseros de ese grupo, Alberto Mesa, de 25 años, y Enrique Milanés, de 45, fueron identificados por sus tatuajes. Mesa era padre de un niño de dos años que vendía hot dogs y había tratado de irse cuatro o cinco veces en balsa en el pasado, según una tía.

Una de las cosas distintivas del cuarto cadáver fue un reloj Orient dorado. Familiares de Hernández residentes en Miami inmediatamente reconocieron el regalo que le había hecho su padre hacía algunos años.

«Fue horrible», dijo un primo de Hernández, Andrés Díaz. «Con las muertes normales, es algo que se procesa rápido. Pero este es un proceso largo y doloroso, que parece no acabarse nunca».

Martínez y otras cuatro personas que aparentemente zarparon con ellos siguen desaparecidas. Dos de los cadáveres recuperados permanecen en la morgue.

García, quien trabaja en un restaurante y gana muy poco, dijo que no está en condiciones de pagar por la cremación o el entierro de su tío. La familia de Mesa querría enterrarlo en Cuba, pero eso costaría miles de dólares, que no tienen.

Díaz dijo que piensa enterrar las cenizas de Hernández en Miami.

«Murió tratando de venir a este país», expresó. «Lo vamos a enterrar aquí».

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