La violencia en la escuela dominicana

La violencia escolar se genera entre los miembros de una comunidad educativa y dentro de las instalaciones de la escuela, constituyendo un grave problema por las implicaciones que tiene en los aprendizajes de los estudiantes y, en general, en su bienestar

La violencia escolar se genera entre los miembros de una comunidad educativa y dentro de las instalaciones de la escuela, constituyendo un grave problema por las implicaciones que tiene en los aprendizajes de los estudiantes y, en general, en su bienestar integral. Esta forma de violencia está muy relacionada a la violencia intrafamiliar y la violencia social. En República Dominicana aproximadamente el 10% de la población está en la franja de pobreza extrema (Informe de Desarrollo Humano, PNUD 2014), y en los últimos años, los índices de violencia intrafamiliar, de trabajo infantil, de feminicidios, y de otras formas de delincuencia han aumentado considerablemente. Si a esas realidades sumamos escuelas rodeadas de colmadones, bancas de apuesta y puntos de drogas, entonces estamos ante un entorno escolar seriamente desprovisto de convivencia pacífica y respeto.

Las visitas a centros escolares en zonas urbanas, urbano marginales y rurales nos enfrenta cotidianamente a preocupantes episodios de violencia. ¿Porteros? no, rabiosos machos, que recuerdan el celo de un centinela cavernario, cohabitando con profesores indiferentes, o abiertamente agresivos. Indiferencia a la vulnerabilidad, a la pobreza material y espiritual, a los desafectos que sufren nuestros niños, indiferencia que se torna a veces en agresividad verbal, psicológica, actitudinal o física. Maestros sumidos en sus propias alienaciones, víctimas de un sistema laboral que apenas comienza a esforzarse para dignificar sus vidas; maestras víctimas a su vez de violencia de género, atrapadas en la desesperanza y el silencio. Profesores y hasta directores empuñando una regla métrica, no para enseñar Matemática, sino para lograr atención, imponiendo una autoridad que no la consigue su maltrecho liderazgo.

Con frecuencia, presenciamos violencia entre los propios niños, que sólo reproducen patrones de conducta aprendida en la familia o su contexto.

Recientemente, en el patio de una escuela pública, al preguntar a unas niñas sobre qué juegos les gustaban, ellas, inocentemente, contestaban, “el violador” y “la mamá que pega”. Imagine, querido lector, la explicación que siguió sobre la dinámica de esos juegos.

Enfrentar la violencia en nuestras escuelas implica un abordaje multidimensional y sistémico que no solo debe considerar el centro, sino su entorno, involucrando todos los actores de la comunidad educativa. Por el momento, reforzar el rol del maestro y su función social estaría aportando significativamente a la solución del problema.

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