Externalidades

Cuando los economistas hablan de “externalidades” se refieren a lo que imponemos a otros como consecuencia de algo que hacemos, sin que tengan que pagar o sean compensados por ello.Si vivo en un edificio con jardineras y me ocupo de…

Cuando los economistas hablan de “externalidades” se refieren a lo que imponemos a otros como consecuencia de algo que hacemos, sin que tengan que pagar o sean compensados por ello.

Si vivo en un edificio con jardineras y me ocupo de que mis trinitarias estén espectaculares, los vecinos se benefician de mi acción porque les adorno su hábitat. Mis destrezas con las plantas aumentan su felicidad. Completamente gratis.

Algo parecido ocurre cuando una pareja de jóvenes demuestra su amor sincero e ingenuo en la calle. Normalmente sonreímos cuando los vemos, a menos que estemos amargados por algo.

Ambas situaciones son ejemplos de externalidades positivas.

También se da el caso de productos cuya “demanda crea demanda” y esto se conoce como externalidad de red. La gente va a ese restaurante o utiliza ese portal de Internet, porque otros lo hacen también. O no lo hace porque “nadie lo hace”. Por eso es tan difícil sustituir a Facebook o competir con restaurantes de moda, aunque se ofrezca mejor comida.

La misma dinámica se dio cuando apareció el teléfono. Al principio, había que convencer a la gente para tener uno, pero a medida que los usuarios aumentaban, todo el mundo quiso el suyo.

Y por supuesto, están además las externalidades negativas. En nuestro país se distinguen tres: la contaminación que producen nuestras industrias y carros destartalados, el ruido que imponemos con nuestra estridente cultura musical, y lo que ocurre como consecuencia de las acciones corruptas.

Cuando el político roba nuestro dinero, el asunto no termina ahí. Además de estimular a los de su misma estirpe a que roben también, entorpece reformas necesarias para el desarrollo de todo un pueblo.

Y no solo eso. Cuando exhibe sin pudor los frutos de su riqueza mal habida, ostentando lujosos automóviles y brindando champagne, nos daña la salud mental porque insulta nuestra inteligencia y nos hace sentir ridículamente impotentes. Ni siquiera las obras de caridad que realiza, haciéndose pasar por filántropo con el dinero producido por otros, aplacan nuestra indignación.
Esta última, sin dudas, es la peor externalidad de todas.

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