Las palabras sí cuentan…

Casi siempre escuchamos y hasta nosotros mismos llegamos a afirmar que a las palabras se las lleva el viento, que los sentimientos buenos y malos se demuestran con hechos y actitudes. Eso siempre se lo escuché decir a mi madre. Puedo decir…

Casi siempre escuchamos y hasta nosotros mismos llegamos a afirmar que a las palabras se las lleva el viento, que los sentimientos buenos y malos se demuestran con hechos y actitudes. Eso siempre se lo escuché decir a mi madre.
Puedo decir que en los últimos dos o tres años, mi vida y mi forma de ver las cosas han cambiado del cielo a la tierra, pero antes de eso tenía la firme convicción de que las palabras por lindas que sonaran no significaban nada para mí, que como dijo Becquer, eran de aire e iban al aire, que a mí había que demostrarme todo lo que se me decía. No entendía que muchas veces por falta de tiempo, mala comunicación, muchas obligaciones, cuestiones de salud y hasta por compromisos previos, alguien, cuyo mayor deseo era estar junto a nosotros, simplemente no podía, por más que quisiera y luchara por hacerlo. Razones de “fuerza mayor”, se lo hacían imposible. Por eso creo que las palabras son el mejor vehículo para decir lo que sentimos, para que los otros sepan lo que somos capaces de hacer por amor, para que los demás entiendan con cuales expresiones o actitudes nos han lastimado. Por otro lado, cuando estamos frente a una persona que nos regala palabras de afecto, de amor, que nos confiesa lo que significamos en su vida, y no solo sus labios hablan, sino que sus ojos corroboran todo lo que escuchan nuestros oídos, se hace imposible no creer, sería injusto y hasta cruel dudar. Tanto las acciones como las palabras nacen del alma, pero también hablamos y actuamos por impulso, por rabia, para desquitarnos de algo o de alguien que nos ha herido, o para tratar de demostrar que lo que nos han hecho o dicho no nos ha dolido. Solo es cuestión de saber en quién creer. No todas las palabras se las lleva el viento. Algunas quedan por siempre guardadas en lo más profundo de nuestros corazones. No puede el viento arrasar con las palabras, cuando son ciertas y expresan exactamente lo que sentimos, cuando no salen solo de nuestros labios, cuando no son el producto de un intenso ejercicio mental, con el cual hemos analizado la conveniencia de decir esas palabras. No puede llevárselas el viento cuando salen del alma, ni cuando son la más sublime expresión de nuestros sentimientos más nobles y sinceros.

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