Para cambiar de tema

Para muchos amantes de la ópera la coloratura es propia sólo de las buenas sopranos líricas ligeras, pero como técnica al fin es realizable en todo tipo de voz. La coloratura (color) requiere de una buena dicción y sobre todo de un…

Para cambiar de tema

Los libretos de muchas famosas composiciones operáticas son adaptaciones de obras de grandes autores, como es el caso de Rigoletto, de Verdi, inspirada en una historia de Víctor Hugo, y La Bohemia, una ópera en cuatro actos de Giacomo Puccini,…

Para muchos amantes de la ópera la coloratura es propia sólo de las buenas sopranos líricas ligeras, pero como técnica al fin es realizable en todo tipo de voz.

La coloratura (color) requiere de una buena dicción y sobre todo de un canto preciso, ya que no es más que la capacidad de ejecutar sucesiones de notas rápidas y de esta manera poder extender la vocal de una sílaba a varias notas seguidas.

Las composiciones de Mozart, por ejemplo, demandan el dominio perfecto de esa técnica y grandes compositores del bel canto la elevaron al extremo de amplitud, agilidad y rapidez, como aparecen en casi todas las obras de Rossini, Bellini y Donizetti, aunque no con la misma frecuencia e intensidad en las de Verdi y Puccini, considerados ambos, sin embargo, como los dos más grandes genios de la tradición italiana de la ópera.

Los compositores contemporáneos, los que han perpetuado con su genio el rico legado de sus antecesores, no hicieron de ella un recurso habitual de sus obras y esa ha sido la causa de que muchos críticos del arte lírico cuestionen permanentemente si fue debido a que no encontraron la forma de integrar esa técnica de modo natural a sus creaciones.

La coloratura fue un recurso usual de la música barroca y se la utilizaba principalmente para permitir a los cantantes lucirse en los escenarios. Para Bach, por ejemplo, la agilidad instrumental, que supone la ejecución de coloraturas en toda la tesitura de la voz, era la condición imprescindible a todo buen cantante.

En los ambientes líricos se habla a menudo de la supuesta superioridad de las sopranos wagnerianas, y la habilidad de estas para dominar la técnica, aunque los biógrafos sostienen que Wagner consideraba la coloratura como una técnica superficial. Las notas más altas de algunas arias que suelen dar los cantantes no figuran en las partituras originales, pero ¡pobre de aquél que no las da! 

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Los libretos de muchas famosas composiciones operáticas son adaptaciones de obras de grandes autores, como es el caso de Rigoletto, de Verdi, inspirada en una historia de Víctor Hugo, y La Bohemia, una ópera en cuatro actos de Giacomo Puccini, con libreto en idioma italiano de Luigio Illica y Guiseppe Giacosa. La obra está inspirada en una novela sobre las experiencias de jóvenes bohemios del barrio latino de París a mediados del siglo IXX, y se centra en la relación sentimental entre Rodolfo (tenor lírico spinto) y Mimí (soprano lírica), y que concluye dramáticamente con su muerte por efecto de la tuberculosis, lo que hace llorar desconsoladamente a su amante quien grita desesperado su nombre ¡Mimí…! ¡Mimí…!, en un estremecedor final.

Desde su primera presentación en 1896, en Turín, bajo la dirección del joven Arturo Toscanini, La Bohemia ha sido una de las óperas más populares, figurando por muchos años como una de las favoritas de los productores y cantantes, a pesar de que inicialmente no fue bien acogida por la crítica. Se la considera como una de las obras más representativas del compositor, cuyo legado incluye un extenso repertorio en el que figuran algunas de las más famosas como Tosca, Madame Butterfly, Turandot, que dejó inconclusa al morir, Gianni Schichi, cuya aria para soprano “O mío babbino caro” es una de las más conocidas y hermosas, Manon Lescaut y La fanciulla del west, famosa sobre todo por el aria para tenor Ch’ella mi creda, de extraordinaria belleza y lirismo.

Sin desmedro de la incomparable musicalidad de los tres actos finales, en el primero están varios de los momentos que hacen de La Bohemia una experiencia inolvidable, como el aria en la que Rodolfo y Mimí se cuentan sus vidas y su naciente amor, el primero con Che gélida manina (Qué manos más frías) y ella Sí,mi chiamano Mimí (Sí, me llaman Mimí), a lo que luego sigue el dúo O soave fanciulla (¡Oh! Dulce muchacha) difícil de olvidar.

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