Libertad y subversión

Aunque todo lo demás nos falle,siempre podremos asegurarnos la inmortalidad cometiendo unerror espectacular. JOHN KENNETH GALBRAITH Me toca presentar a ustedes no un libro, sino una hazaña. Mucho más que de un insípido…

Aunque todo lo demás nos falle,
siempre podremos asegurarnos
la inmortalidad cometiendo un
error espectacular.

JOHN KENNETH GALBRAITH

Me toca presentar a ustedes no un libro, sino una hazaña. Mucho más que de un insípido recetario de economía política, he de comentarles sobre una subversión. Antes que referirme a un compendio de ridículas solemnidades verbales, les hablaré de un escándalo.

Con toda intención he congregado estos tres sustantivos: escándalo, subversión y hazaña. Porque tales nombres, sépanlo bien, incorporan plenamente el título de la obra que presento a ustedes: ‘Mercado y Libertad’, Tomos III y IV, de Andrés Dauhajre, hijo.

Digámoslo mejor: en la esencia de las palabras ‘mercado’ y ‘libertad’ subyace una turbulenta hazaña que aún escandaliza, un escándalo heroico que todavía nos subvierte: una estruendosa rebeldía cuyo heroísmo no cesa.

En el lenguaje de Hegel y Benedetto Croce, hablar de historia era hablar de mansa libertad, de apacible y venturosa libertad. En el lenguaje obstinado de los pueblos, la palabra ‘mercado’ significa un estallido, una explosión de libertad.
La economía de mercado nació a fines de la Edad Media. En el Renacimiento, varios siglos después, apareció el capitalismo. Aún más tarde, en el siglo XX, se impuso la economía socialista. La economía de mercado, el capitalismo y el socialismo surgieron de la vida urbana, a diferencia del sistema feudal, que provenía del mundo rural.

La economía de mercado es todavía moderna, quizá demasiado moderna; acaso una novedad tan alarmante para la sociedad, que por casi mil años no hemos sabido cómo encauzarla ni qué hacer con ella.

Primero, el mercado padeció la regresión feudal a través de las regulaciones de los gremios medievales; después, sufrió la intervención del poder capitalista en los mercados; por último, hubo de aguantar la intervención del Estado, que culminó con la expropiación de los capitales. Pero esos retrocesos tan sólo beneficiaban a los dueños de los monopolios gremiales, capitalistas o estatales: jamás al pueblo.

Ahora no se justifica que gastemos tiempo para referirnos a la economía socialista. Ya fracasó rotundamente la economía enclaustrada, autárquica, sometida al dogma y a las aventuras ideológicas y militares de una casta privilegiada: presidida por algunos señores dueños de vidas y haciendas, héroes de mil batallas, patriarcas de la moral y rectores de la lucidez colectiva. Ya se hundió definitivamente, por fortuna, la economía de la obediencia.

Pero también hay príncipes capitalistas que se enriquecen al despojar a los débiles, por manipulaciones del mercado o de la ley. Son ellos —los llamados ‘robber barons’— quienes favorecen el populismo mercantilista y el enclaustramiento económico. A ellos debemos agradecer, por supuesto, que gracias al generoso derrame de sus humores vitales —de su sangre, sudor y lágrimas— nuestras naciones consuman productos peores y más caros.

El historiador francés Fernand Braudel ha mostrado la enorme diferencia que hay entre el capitalismo y la economía de mercado. Ambos sistemas no sólo nacen en siglos distintos, sino en lugares opuestos de la sociedad.

La economía de mercado surge en los bajos fondos sociales, entre los campesinos emancipados, desarraigados, emigrantes, que organizan ferias y mercados pueblerinos. La economía capitalista, por lo contrario, surge en la cumbre de la sociedad, entre las grandes familias que tienen recursos, relaciones, prestigio, audacia y sueños de grandeza bastantes como para organizar mercados de capitales, mercados de influencias, mercados de voluntades, alianzas políticas, componendas matrimoniales y convenios eclesiásticos que, en su momento, desbordarán el ámbito local y se extenderán a todos los confines del mundo.

La economía capitalista es más moderna que la socialista, pero menos que la economía de mercado. Digamos que el capitalismo oscila entre dos extremos: el poder totalitario y el mercado libertario. Las tendencias modernas del capitalismo apuntan hacia el mercado, hacia la innovación, hacia la pequeña empresa, hacia la creación de oportunidades para que muchos sean empresarios.

En su lado oscuro, la economía capitalista se inclina al poder político, a las artimañas con la regulación estatal para eliminar la odiosa competencia, a la proclamación de un chauvinismo económico que combata el ‘dumping’ y la “alienante invasión de productos extranjeros”; a la creación de burocracias privadas que, claro está, se coordinarán con las burocracias sindicales y estatales para repartirse el queso en la cúspide.

De todo esto se habla en los Tomos III y IV del libro Mercado y Libertad. En más de quinientos artículos, publicados durante veintisiete meses, Andrés Dauhajre relata la saga de una economía en plena transición, la odisea de los consumidores en su lucha contra los proteccionistas, la vitalidad de un pueblo que a rajatabla construye —como a fines de la Edad Media— un mercado informal de características poco menos que ideales.

Dauhajre escribe con elegancia, precisión y profundidad. Le sobra tanto el coraje como la formación académica. Sabe, como pocos, emplear un arma infalible: el humor. Me atrevo a señalar que su impulso creativo y su competencia arrinconaron a muchas notabilidades del pensamiento económico nacional. Pero no hay razón para quejarse: de esos antiguos portentos, desalojados de escena por la presencia incontrastable de Dauhajre, se han nutrido, justo es reconocerlo, las asociaciones empresariales, los partidos políticos, los pasillos palaciegos, las universidades, los bancos y las ONGs, tanto como la investigación histórica y etnológica.

Al principio hablé de escándalos, de subversiones y de hazañas. Y era obvio: los vocablos libertad y mercado expresan un inextinguible anhelo de los hombres, una escandalosa y subversiva aspiración natural de la gente. Mas, cuando alguien en nuestra tierra escriba la historia de esos dos conceptos, mercado y libertad, no tengo duda, la incesante tarea de Dauhajre merecerá el título de hazaña.

Él, Andrés Dauhajre, es un intransigente defensor de la libertad y del mercado. Yo, que me solidarizo plenamente con esos principios, sé que al afirmarlos adopto el tono del fanático. Discúlpenme.

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