I ntentar comprender los derroteros del arte dominicano contemporáneo, supone grandes riesgos que muy pocos están dispuestos a asumir, pues los últimos años nuestro arte ha estado representado por “grupos” que se mueven bajo el amparo de mecenas e instituciones; otros, mediante la égida de galeristas que no sólo procuran la venta de las obras en el mercado local, sino que además encuentran un espacio en ferias y subastas a nivel internacional; mientras que, como ya comentáramos en la pasada entrega, hay quienes crean la obra y por sí mismos la comercializan.
Los menos afortunados, se mantienen trabajando con la esperanza de que en algún momento aparezca un interesado en su manera de ver la realidad y la forma en que lo transmutan en el lienzo. Pero cuidado, porque quien no se lanza a la aventura de esta vorágine existencial difícilmente logra algún reconocimiento.
Durante más de una década hemos estado en presencia de una debacle cultural, puesto que la gerencia cuando su base es literaria bienvenido sean los libros, en tanto que si es musical, bienvenidos sean los ritmos. ¿Será que necesitamos un nuevo renacimiento en el que reencarnen figuras como Leonardo, Miguel Ángel y Rafael? ¿O sencillamente, estamos llamados a una revolución cultural?
Lo cierto es que la mayoría está consciente de la realidad, pero nadie se atreve a enfrentar los hechos, pues de una forma u otra existen intereses que van conectándolos unos con otros y nadie puede dar la vuelta en redondo sin que se arrastre cola.
Entre paredes, posiblemente sea el único espacio en que se expresen las verdades y se consideren los puntos de inflexión. Necesitamos un cambio, pues no podremos salir adelante. De otro modo, el arte dominicano será asumido por dos o tres ejemplares que nos representen una y otra vez en los eventos internacionales hasta la saciedad. Es momento de dar oportunidad a nuevos talentos, dejar a un lado el individualismo y trabajar en colectivo. l