Cambalache

Decir que una sociedad es conservadora o liberal es, quizás, un exceso. Sería más correcto decir que las élites de esas sociedades lo son.

Decir que una sociedad es conservadora o liberal es, quizás, un exceso. Sería más correcto decir que las élites de esas sociedades lo son. Más aún en colectividades como la nuestra, dónde no hay lucha ni postura ideológica y las “diferencias” se difuminan en colores y eslóganes.

Nuestras élites dirigentes han sido, desde el nacimiento de la república, esencialmente “conservadoras”. Y, en la actualidad, incluso en temas superados con creces en otros países, gastamos esfuerzos en una lucha fratricida con escaso componente ideológico y mucho de bulla y amenazas.

Hoy, la falta de discursos coherentes en la mayoría de los miembros de las élites políticas hace difícil su ubicación ideológica. Prevalecen las pugnas electorales, la falta de consenso político y el “gatopardismo” como medida para aquietar grupos de presión, mientras sigue la fiesta.

No hemos podido crear una “nación de ciudadanos”, sino de clientes políticos, donde los derechos no se deben exigir y los deberes no es menester cumplirlos. Razones por las que, en esta deficitaria sociedad, lo importante es la cercanía con el amigo, líder, guía o caudillo. Lo demás no existe, o solo existe en la medida que sea necesario para el fin perseguido.

Para crear esa nación de ciudadanos, con la capacidad de “parársele en dos patas” al poder y exigir sus derechos y el cumplimiento de la Constitución y las leyes, debemos lograr acuerdos en puntos simples, pequeños e ir, poco a poco, ganando espacios. No puede ser de otra forma, no hay condiciones para que sea diferente. El “cambio” del que hablo no solo debe ser lento, sino obligatoriamente difícil.

Por esto en la disputa de fin de año, entre “posturas” conservadoras y liberales, grupos tradicionalmente opuestos al ejecutivo cerraron filas con el presidente Medina, quien de forma pragmática asumió una postura correcta sobre el tema del aborto. Lo extraño es que el partido de gobierno no apoyara ciento por ciento al ejecutivo y terminara la pugna con un texto que, procurando ser salomónico, pospone la discusión para otro momento.

Aquella sesión de aprobación del Código Penal fue un espectáculo. Incluso hubo “legisladores” que dijeron no saber lo que aprobaron, pero “corroboraron” el texto alterno presentado, como en la décima del Cantor del Yaque.

Al respecto, la mayoría de nuestros legisladores parecen no poseer convicciones ni principios ni compromisos sociales, por lo que el hemiciclo, como cuerpo, ha sido muy cuestionado. A estos se les ha olvidado que deben “legislar” para todos, sin importar creencias o parcelas políticas y que son, por lo menos “teóricamente”, el primer poder del Estado. Pero las elecciones están cerca y somos una “democracia-electoral”.

Como en Babel aquí hay una confusión, pero ideológica. No hay debate ni contradicciones, solo posturas, acuerdos de aposento, intereses y dinero. Parece que todos somos iguales, estamos en el mismo saco y buscamos lo mismo. Me recuerda “Cambalache”, un tango de Enrique Santos Discépolos de 1935, que parece haber sido escrito ayer.

¡Ah, la vida! 

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