Mis personajes del año 2014

Desde hace tiempo, en enero, selecciono mis dos personajes del año anterior. Parezco un Diógenes caribeño, ese filósofo griego que en pleno día recorría Atenas con una lámpara encendida, y cuando le preguntaban la razón, contestaba: “estoy&#8230

Desde hace tiempo, en enero, selecciono mis dos personajes del año anterior. Parezco un Diógenes caribeño, ese filósofo griego que en pleno día recorría Atenas con una lámpara encendida, y cuando le preguntaban la razón, contestaba: “estoy buscando a un hombre honesto”.

La diferencia es que ando detrás de personas destacadas. Enfoco mi luz en los seres silvestres, esos que ni sombra tienen, que ni la muerte los recuerda. Me estremecen, como nos canta Silvio Rodríguez, mujeres desconocidas gigantes, que no hay libro que las aguante. Levanto una estatua a los hombres nobles sin nombres sonoros, que cumplen su misión. Nunca tomo en cuenta a los que se desviven por aparentar que son los salvadores del reino, que sólo piensan en ellos, que se disfrazan de bondadosos, actores de un teatro oscuro, donde el dinero y la manipulación determinan los aplausos.

La mujer del año. Ella presenta un rostro más agrietado y seco que la tierra donde nació. Tiene un hijo en prisión desde hace meses. No tiene idea de lo que sucede. El abogado le habla de procesos, apelaciones, códigos y jurisprudencia, y la ha engañado para que le entregue los últimos chelitos que tenía escondidos Dios sabe dónde.

Pasa hambre, y mucha, pero su sufrimiento es mayor que la falta de alimento. En los días de visita a la cárcel, es la primera que está en fila, con su inseparable crucifijo, con la mirada lejana, y una fundita en las manos que contiene toda la comida que pudo conseguir, no para ella, que su estómago ya ni le reclama, sino para su hijo, a quien besa y acaricia sin decir palabras, que al igual que las lágrimas, tampoco les brotan.

El hombre del año. El era un joven policía. Tenía sueños de hacerse profesional y de seguir adelante sirviendo a la institución del orden público, actuando siempre con responsabilidad, honestidad y decoro. Sabía que los estudios eran el mejor camino para ser mejor y alcanzar el éxito. Me hablaba del cariño que le tenía a sus hijos, a sus hermanos, y que daría todo para que sus padres tuvieran una vida más digna.

Mientras estaba de servicio, cumpliendo su deber, dos delincuentes se le acercaron y le preguntaron por una dirección. Mientras el policía, educado, trataba de ayudar, uno de ellos sacó un arma de fuego y le disparó, muriendo días después, y con ello sus ilusiones y su amor por los suyos.

Mis dos personajes no recibirán homenajes. Sus fotos no aparecerán en los diarios. La sociedad no enaltece a los descamisados. Pero están ahí, dignos ejemplos a seguir por los que serán premiados, con sus vestidos de gala.

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