Un conflicto anunciado

Los nuevos actos de violencia en la frontera y el secuestro del personal consular dominicano en Anse-à-Pitre manifiesta un creciente deterioro en las relaciones entre haitianos y dominicanos y revela una contundente realidad: nuestra convivencia…

Los nuevos actos de violencia en la frontera y el secuestro del personal consular dominicano en Anse-à-Pitre manifiesta un creciente deterioro en las relaciones entre haitianos y dominicanos y revela una contundente realidad: nuestra convivencia esta progresivamente en peligro. Nosotros, que habíamos advertido de estos posibles conflictos, fuimos acusados de racismo, nazismo y cosas peores, en un intento por desfigurar la realidad. Pero la realidad es sumamente difícil de falsificar, pues es exactamente eso: realidad, y como tal es sumamente terca, por lo que termina por salir de los rincones más recónditos y quitarle la máscara a no pocos.

Tomemos las ONG extranjeras. Muchas ONG han propugnado por una convivencia generosa entre haitianos indigentes y dominicanos pobres, aun cuando estos últimos han resultado perjudicados al perder empleos, salarios, poder de compra y servicios sociales. Estas ONG han disfrazado su activismo en unos principios, que no son apoyados por argumentos, sino por dinero, por mucho dinero, repartido convenientemente para comprar voluntades. Las ONG que nos han pedido diálogo y generosidad han quedado desenmascaradas en todo su cinismo. ¡Vaya diálogo! El único diálogo que ha habido en los últimos días es el de las pedreas de ambos lado de la frontera, y que están llevando a dos comunidades de pobres al más odioso de los conflictos: la lucha por la supervivencia.

Estos odiosos conflictos tienen la particularidad de desatar las peores pasiones, agravadas en nuestro caso por unas relaciones históricas muy complicadas entre ambos pueblos, lo que hecha por tierra el argumento de algunos círculos intelectuales dominicanos de que la negritud define un destino común para ambos pueblos. La negritud arruinó a Haití, pues resultó ser un grito de guerra racial contra blancos y mulatos, que llenó de cenizas una sociedad, que finalmente declinó a su presente dolorosa situación. Semejante ideología retrógrada es una afrenta a la tradición dominicana del mestizaje, además de venir con el regalo envenenado de una odiosa guerra social. Así que los hechos presentes deben llamar a la realidad a esos ilusos.

Pero igualmente debe servir de advertencia a aquellos que propugnan por un mercado de 20 millones de clientes, controlado por el capital dominicano. Una iniciativa para convencernos que debemos hacernos cargo de un país que nadie quiere, apelando a la ambición acumulativa de no pocos.

Los hombres somos seres emotivos y afectivos, que tenemos nuestra particulares historias y creencias, que influencian nuestra manera de percibir la realidad. Afortunadamente, los hombres somos suficientemente rebeldes para no dejarnos reducir a una simple categoría de consumidores. Y es que en realidad, la sociedad es mucho más que un mercado. No somos antihaitiano.

Nos preocupa el destino del pueblo dominicano, cuya convivencia está en riesgo por el egoísmo, la irresponsabilidad y el cinismo de bastante gente.

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