La prisa no gana

Tal vez sea una percepción errada, pero noto que en estos días todo el mundo anda rápido. El ambiente lo siento en ebullición, sin sillas para descansar.

Tal vez sea una percepción errada, pero noto que en estos días todo el mundo anda rápido. El ambiente lo siento en ebullición, sin sillas para descansar. La gente se preocupa y toma atajos para llegar a ningún lado, porque desconoce el camino, como si fuese el destino el que decidiera. En las esquinas reina la bulla, la música estruendosa, como si necesitásemos ruidos que nos acompañen por el sendero incierto, pues, como diría el poeta Rubén Darío, no sabemos adónde vamos, ni de dónde vinimos.

Eso sí, prefiero a las personas que toman decisiones (aunque sea sin razonarlas), a aquellas que permanecen como estatuas, imaginando que pronto ganarán la loto sin haber apostado. En la vida hay que jugársela, y sólo así el azar estará de nuestro lado. Dicen que ayúdate, que luego Dios lo hará. Naturalmente, no confundamos desdén con paciencia, que la paciencia es clave para enfrentar y resolver nuestros problemas.

Volvamos a los que actúan con desesperación. Una vez leí que si la suerte está de tu lado, por qué te apresuras, y si está en contra, por qué te das prisa. Nos encanta arrancar a la ligera, pensando que la carga se acotejará en el camino, o de que en el trayecto aparecerán mejores escenarios. Cruzamos tiendas deportivas y tenemos el dinero para aprovisionarnos, pero optamos por lanzarmos veloces al play sin bates, pelotas ni guantes, sin uniformes, esperanzados en que algún buen samaritano lance esas utilerías al terreno. Y si no ocurre, gritamos que no tuvimos suerte, que somos unos desdichados.

Eso de la prisa se presenta en nuestra cotidianidad. Hace días, mientras mordía un sándwich, me cayó cachú en mi nueva camisa blanca, y cuando intenté limpiarla sin ningún tipo de tacto, con crudeza, la pasta roja se expandió. Parecía una herida en mi pecho.

Me dirigí al baño, llevando como armas agua y jabón de cuaba, dispuesto a extirpar la huella escarlata, y por la rapidez, al colocar mi pluma fuente en el bolsillo, no me percaté de que la punta estaba afuera, apareciendo otra mancha, ahora azul, goteando más que el grifo del patio de mi compadre Rafael, de El Ejido, aquel que me dijo que su canción preferida era Pene López, de Joan Manuel Serrat. Se refería a Penélope.

Decidamos con sabiduría, nada de lanzarnos a lo loco, porque eso puede agravar las cosas, a veces sin retorno para solucionarlas. Estemos claros en nuestras metas y luchemos con inteligencia para alcanzarlas. Recordemos a Penélope, (o Pene López, no importa) que esperó paciente durante 20 años el regreso de su marido, y cuando al fin llegó, logró borrar la dolorosa marca que tenía en su corazón.

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