Prejuicios

Albert Einstein decía que era más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Y es que, ya sea por falta de información o porque tenemos ideas preconcebidas, actuamos constantemente bajo la influencia de ciertas creencias.

De prejuicios

Prejuicios e ideas preconcebidas sustentan muchos de los criterios que leemos de hechos y personas de la historia. La calificación, muchas veces, depende de la opinión personal del autor o la autora. Una  muestra: el poeta José Zorrilla conoció&#8230

Albert Einstein decía que era más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Y es que, ya sea por falta de información o porque tenemos ideas preconcebidas, actuamos constantemente bajo la influencia de ciertas creencias.Si pasamos por un barrio pobre, tenemos el reflejo inmediato de poner seguro al automóvil. Implícitamente asociamos la cercanía de personas de bajos recursos a la probabilidad de ser asaltados.

Cuando contratamos personal entre los 20 y 30 años, damos preferencia a los hombres, por eso de que las mujeres abandonan el puesto para casarse y tener hijos. Esto es particularmente frustrante para las que han decidido no formar familia.

Si decimos en una primera cita que estamos separados, porque somos honestos y el divorcio no ha salido, probablemente seremos descartados por “no estar listos” para una relación.

Y si nuestro apellido es árabe, de seguro seremos tratados con suspicacia en los aeropuertos, aunque nos hayamos criado en el Caribe y jamás hayamos visitado una mezquita.

Los economistas utilizan un término un poco complicado para describir estas cosas: discriminación estadística. Esta discriminación está por todas partes y nos afecta a casi todos.

Existe y entorpece la eficiencia de nuestras acciones, cuando no ponemos el seguro en el sitio donde terminan matándonos, contratamos a una persona incompetente y desleal, dejamos escapar un buen partido o permitimos que sea el terrorista con pasaporte falso el que entre al avión, por estar controlando al árabe “aplatanado”.

Es injusto e ineficiente. Pero no hay mucho que se pueda hacer al respecto. Simplemente aceptar que así funciona el mundo y que cuando pertenecemos al grupo que se discrimina, debemos esforzarnos más para demostrar lo contrario a lo que se asume.

Y de vez en cuando, dejar que la vida nos sorprenda desafiando prejuicios. Para quizá descubrir que en el barrio pobre alguien se detuvo y le salvó la vida a un accidentado, y que no es la persona intachable la que nos da felicidad, sino la loca atolondrada, con varios divorcios encima. 

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Prejuicios e ideas preconcebidas sustentan muchos de los criterios que leemos de hechos y personas de la historia. La calificación, muchas veces, depende de la opinión personal del autor o la autora. Una  muestra: el poeta José Zorrilla conoció y compartió con Buenaventura Báez en un viaje en agua del mar Caribe, en el vapor Panamá,  en tránsito al exilio, en 1858. De ese viaje hizo una “fotografía” del caudillo del sur. Contó, según lo recoge Emilio Rodríguez Demorizi, citado por Mu-Kien Adriana Sang, en Buenaventura Báez El Caudillo del Sur (1844-1878): que era “un personaje de color dudoso, de ojo vivo, escrutado y rizado cabello y pretenciosamente calzado…” Dice que Báez fue un ser arrogante, que entendía de todo, y de todo hablaba y a todos conocía.
Lo define como casi afeminado tan cortés y bien educado como incomprensible personaje, hablaba de la política, la literatura y los personajes influyentes de España y las Antillas con un conocimiento y un aplomo, con una moderación y un tacto tan especiales, que descarriaba todos los cálculos de Barral, (el acompañante del poeta-MAS), que le dio por espía de alto copete, por jugador afortunado y por todo, en fin, menos por lo que era”. En 1872, el articulista José María Aguirre, lo describió como “De estatura mediana, color y pelo amulatado, mirada astuta, carácter enérgico, algo seco en su trato y poco comunicativo, aunque vestido correctamente y no áspero en sus modales. Tendría cincuenta y ocho años aproximadamente. Su instrucción era bien ascas (sic) pero no carecía de talento natural para juzgar de los hombres y de las cosas. Se le atribuían condiciones de valor, aun desmeritadas por actos de crueldad”. Julia Ward Howe, de Nueva York, resalta de Báez: un hombre cortés  de rostro inteligente y voz agradable. “Es de estatura regular, de una edad que anda entre los cincuenta y los sesenta años. Su tez revela una ligera mezcla de sangre africana, pero sus ojos son azules y su pelo un poco rizado.

Es ciertamente de distinción a menos  que su cara mienta. Uno no puede saber  mucho concerniente al carácter en una primera visita, y especialmente en una visita de ceremonia, pero la primera impresión es siempre un elemento importante en la formación de esos juicios, y Báez nos impresionó una vez y todas como hombre franco y cordial…” Recuerda   la vitalidad y energía que proyectaba, su carácter abierto y extrovertido era palpable. Pero Zorrilla lo vio arrogante, casi afeminado e incomprensible. Y Aguirre: como un hombre de mirada astuta, carácter enérgico, algo seco en su trato y poco comunicativo.

Pero Julia Ward Howe, lo califica como un hombre franco y cordial. Destaca  la vitalidad y energía que proyectaba, su carácter abierto y extrovertido. Vieron a Báez de distintas maneras pero no pudieron pasar por alto que fue un hombre carismático, que difícilmente pasaba desapercibido en un grupo de personas.
En cada una de las valoraciones el prejuicio racial está presente como se manifestaba en el siglo XIX cuando se descubrían los rasgos de origen negro de una persona.

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