El suicidio de la nación dominicana

La historia del pueblo dominicano, como la de cualquier otro pueblo, ha sido escrita página a página por cada generación. Nos podemos imaginar un viejo y polvoriento libro, donde se van acumulando una página, sobre otra página. Esta lenta evolución&

La historia del pueblo dominicano, como la de cualquier otro pueblo, ha sido escrita página a página por cada generación. Nos podemos imaginar un viejo y polvoriento libro, donde se van acumulando una página, sobre otra página. Esta lenta evolución ha perfilado una estructura cultural que podemos llamar la identidad nacional, que nos define, nos identifica y nos une en una comunidad, a pesar de todas nuestras diferencias y contradicciones.

De ninguna manera somos partidarios de un nacionalismo radical. Todo lo contrario. Vivimos en un mundo amplio y diverso, lo que nos obliga a aceptar la diversidad cultural. Esto entraña tolerar las costumbres, creencias y rituales de otros, pero sin renunciar a lo que somos, fruto de nuestra evolución histórica.

Estas reflexiones son relevantes al poner nuestra mirada y meditar sobre el desarrollo del debate migratorio. Recordemos que todo comenzó con la intención de otorgar la nacionalidad a 200,000 indocumentados, en base a requisitos formales mínimos, que hubiera creado un precedente, que nos hubiera comprometido a repetir lo mismo algunos años más tarde. Este empeño fue sostenido por un lenguaje inmoderado, donde se utilizaron expresiones tales como “genocidio civil”, “apartheid”, “nazionalismo”, etc. Y al radicalizar el debate, se le brindó un espacio a aquellos quienes radicalizaron la respuesta.

Semejante despropósito ponía en peligro, dado el tamaño de nuestra población, nuestra identidad nacional. Y a medida que este debate avanzó, acompañado de una inmigración desbordada cuyas consecuencias no eran tomadas en cuenta, los propiciadores de otorgar la nacionalidad sin requisitos creíbles comenzaron a perder la discusión. Y perdieron el argumento no solo por la elocuencia de algunos de los que se opusieron a sus propósitos, sino también porque la sociedad se dio cuenta que lograr sus propósitos significaba un suicidio a nuestra identidad nacional. Nos acusaron de ser ultra-nacionalistas, pero esas son palabras, meras palabras. La realidad fue que chocaron con esa construcción cultural, que llamamos la identidad nacional. Sus ideas se resquebrajaron al chocar con esa estructura que ha sido creada generación por generación. Y es que os pueblos no se suicidan.

Si quienes propiciaban estos despropósitos hubieran tomado el camino de la moderación, de intentar corregir injusticias y abusos en aquellos casos que los ameritaban, y que siempre existen, sin poner en peligro a la nación dominicana, probablemente una buena parte de la sociedad dominicana se hubiera encontrado y reunido en ese propósito. Es decir, perdimos la oportunidad de enfrentar con un gran consenso un problema tan grave como el de la migración, y nuestras relaciones con una nación y un estado fracasado.

Pero no nos brindaron la oportunidad de lograr ese encuentro. Hubo que reaccionar, los más decididos primero, para salvar a este país, y luego se fueron sumando personas que quizás, en su momento no entendieron lo que estaba en juego.

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