La otra Historia de Estados Unidos

Sugestivo, simpático individuo este Orlando Haza. Fue mi maestro universitario y, luego, un compañero en las tareas de gobierno. Lúcido, meticuloso, agudo, culto: entendía y gestionaba el tiempo según la cognición de San Agustín: “Si no me…

Sugestivo, simpático individuo este Orlando Haza. Fue mi maestro universitario y, luego, un compañero en las tareas de gobierno. Lúcido, meticuloso, agudo, culto: entendía y gestionaba el tiempo según la cognición de San Agustín: “Si no me preguntan, lo sé; si me lo preguntan, no lo sé”.

Con la voluntad de rellenar esas cavidades que los años socavan en la existencia humana, él se inventó un género literario: las “paverías”. Escribía bien, dueño de una sencillez docta que lo acercaba al hechizo del lenguaje oral.

Ya en el último trecho de su vida, Orlando hincó raíces en un grupo que escrutaba los enigmas de la infinitud sideral. Cada quince días (en sedes rotatorias, con tragos y cena: todo incluido), Orlando y sus astrofísicos de ‘weekend’ escapaban del campo gravitatorio de la Tierra para flotar en un ensueño de meteoritos y de estrellas huidizas, donde inmensos telescopios sibilinos despejaban todo dilema sobre el tiempo y los espacios vacíos.

Fruto de esas cavilaciones cosmográficas de Orlando Haza, deseo traer a esta página un escrito que, hace quince años, me enviara tan apreciado amigo. 

UN TERRIBLE OBJETO CÓSMICO
Por Orlando Haza

Cuando leo sobre las proezas intelectuales de los físicos y los astrofísicos, lo que más me impresiona es cómo combinan sus conocimientos teóricos con los resultados de observaciones de laboratorio y del espacio sideral y los análisis de minúsculos fragmentos de materia que se recogen de la superficie y de las capas soterradas de la Tierra, de la Luna, de los asteroides, de los cuerpos celestes ya visitados por vehículos espaciales y de los meteoritos dentro y fuera del planeta.

En todas las ciencias, los teóricos son los grandes señores, pues son quienes interpretan y ponen en contexto las miríadas de datos provenientes de observaciones y ensayos realizados por experimentalistas y recolectores, para elaborar con ellos teorías que explican el comportamiento de la materia inerte y de los seres vivos. Entre ellos, los físicos teóricos son los más respetados, pues requieren cerebros con tanta capacidad de abstracción e imaginación que sus esotéricos trabajos son comprendidos por muy pocos.

Los que poseemos aceptables niveles de educación y de curiosidad, hemos leído y oído sobre la teoría de la explosión primordial con la que comenzó nuestro Universo (el big-bang), cuya descomunal energía creó el espacio y el tiempo y lanzó a ellos radiaciones y partículas de materia de todo género que luego se aglomeraron para formar las galaxias, no muchas de las cuales podemos ver a simple vista en una noche despejada, un poco más con telescopios ópticos y muchísimas más con radiotelescopios, que han resultado ser los instrumentos de observación cósmica que captan la mayor cantidad de información celeste.

La del big-bang es la teoría esencial sobre la formación de universos (no sólo del nuestro) porque de ella se derivan las que explican la formación de las galaxias y de los astros, los planetas, los satélites, los cometas y los asteroides, aunque también se sabe que en los espacios intergalácticos pululan partículas infinitesimales sueltas, imposibles de verse hasta con los telescopios más potentes, pero que se detectan con la espectrografía. Desde hace años esas partículas se producen artificialmente en instalaciones terrestres, hasta el punto de que existen equipos médicos que permiten diagnosticar y combatir enfermedades en base a las mismas, como los de rayos equis, los de positrones y electrones y los de resonancia magnética, que mucho ayudan en la lucha contra los flagelos de la salud.

Una de las detecciones más divulgadas desde hace unos veinte años es que la desaparición de los dinosaurios fue producida por el efecto de un meteorito de nueve kilómetros de diámetro que cayó en la costa Este de México hace unos sesenta y cinco millones de años, dejando una fosa redonda de doscientos kilómetros de diámetro, cuyo impacto produjo una nube de polvo que opacó totalmente la atmósfera terrestre, impidiendo el paso de los rayos del Sol, nuestra fuente de vida. Este hecho está aceptado por casi todos los científicos, gracias a innumerables confirmaciones paleontológicas. Hay una enorme cantidad de meteoritos cruzando anárquicamente el espacio sideral, siempre acatando la ley de la gravedad, que es la ley física por excelencia, y se estima que aún hoy entran cada día a la atmósfera terrestre unas cuarenta toneladas de meteoritos minúsculos que aportan materia adicional al planeta. Estos son los que crean las llamadas estrellas fugaces, pues casi todos arden por la fricción con la atmósfera terrestre.

La terrible oscuridad provocada por el impacto de los grandes meteoritos extingue la vida en la Tierra, excepto la de micro-organismos acostumbrados a medrar en condiciones extremas, como los que se están descubriendo en las troneras terrestres y marítimas por las que se expelen los fuegos interiores del planeta, en las que predominan altísimas temperaturas y ambientes sumamente corrosivos. Después de algún tiempo, la gravedad hace regresar al suelo el polvo levantado por el impacto y, poco a poco, a partir de esos micro-organismos sobrevivientes se reanuda la evolución de la vida hacia organismos más complejos y de mayor inteligencia.

Hasta hace unos años se creía que la llegada de los grandes meteoritos era errática, y que es bajísima la probabilidad de que uno de ellos nos ataque, pero en tiempos recientes se ha creado una histeria ante ese peligro, y nerviosamente se están estudiando proyectiles espaciales para destruir o desviar a los meteoritos peligrosos para nosotros, como el que se pronostica que se acercará en el año 2027.

Sin embargo, en las últimas dos décadas se han recogido pruebas paleontológicas sobre grandes extinciones de seres vivos cada veintiséis millones de años como promedio, que han conducido a una teoría llamada “Némesis”, todavía bajo ardiente debate, que dice que el bombardeo de grandes meteoritos sobre el sistema solar es periódico y obedece a un gran cuerpo celeste oscuro que tiene inter-relación gravitatoria con el astro, cuya trayectoria lo trae muy cerca de nosotros cada esos veintiséis millones de años, acompañado de un séquito de meteoritos de tamaño respetable que atrae durante el trayecto por su amplia órbita. Según los cálculos de esa teoría, faltan diez o doce millones de años para otro ataque de los meteoritos que acompañan al gran cuerpo celeste oscuro que baila un pas-de-deux con el Sol.

Pero, si recordamos que nuestros simios antecesores se apearon de los árboles y comenzaron a caminar erguidos apenas hace unos dos y medio millones de años, podemos tener la seguridad de que después de un impacto tan devastador habrá tiempo suficiente para renacer de nuestras cenizas, como el ave fénix, volver a empezar y alcanzar otra vez una civilización como la de hoy.

Por otra parte, antes del próximo impacto pronosticado tenemos tiempo suficiente para desarrollar técnicas de escape hacia otros cuerpos celestes a los cuales podamos trasladar nuestra civilización. En el mejor de los casos un escape masivo espacial se lograría en cientos de miles de años, una vez que contemos con vehículos confiables y de grandes capacidades para transportar los muchos miles de millones de seres humanos que habrá entonces, si se aplican intensa y sostenidamente programas de educación técnica para diseñar, construir y operar esos vehículos. Se impone iniciar ya el programa de escape sideral, pues, aunque no nos caiga ningún meteorito antes, dentro de unos cuatro o cinco mil millones de años el Sol gastará su combustible vital y, en trance de muerte, se expandirá hacia todo el sistema solar, disolviendo con su disminuido fuego la materia del mismo.

Lo anterior constituye una nueva y espectacular razón para que abandonemos las garatas partidarias -no sólo en la R.D.- y acometamos planes de educación de larguísimo plazo, para que muchos dominicanos puedan caber en las naves que se llevarán a los terrestres a seguir viviendo en otros mundos.

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