La inversión privada y los narcotraficantes

En la década de los 80’s, la República Dominicana comenzó a ver el crecimiento desproporcionado de construcciones lujosas en el sector privado. Sin que nadie lo planificara, el casco urbano de Santo Domingo y en las principales provincias del…

En la década de los 80’s, la República Dominicana comenzó a ver el crecimiento desproporcionado de construcciones lujosas en el sector privado. Sin que nadie lo planificara, el casco urbano de Santo Domingo y en las principales provincias del país, comenzó a experimentarse un desarrollo urbanístico sin precedentes. Mansiones amuralladas, con grandes inversiones en madera y granito, hicieron lucir a Santo Domingo, Santiago de los Caballeros y San Francisco de Macorís con residencias ajenas al estilo de las tradicionales construcciones de la clase media alta del país. Aquellas primeras mansiones lujosas eran tenidas como sospechosas por los inversionistas tradicionales. Se decía entonces, con marcada picardía, que aquellas eran residencies construidas por los “dominicanyorks”, para dejar establecido que aquellas edificaciones habían sido levantadas con dinero proveniente del narcotráfico.

Por aquellos tiempos era muy extraño que la autoridad gubernamental incursionara en el mundo de los inversionistas para cuestionar el origen de sus fortunas. Y, con el correr de los años, vimos cómo de aquellas grandes mansiones privadas pasamos a las grandes torres. Lo que muchos vieron como el “boom” de la economía, con el fomento de la inversión privada en construcciones, comenzó en los gobiernos de Joaquín Balaguer bien temprano, como en la década de los 70. Entre carreteras, avenidas y multifamiliares, levantadas por el gobierno, también creció el desarrollo de urbanizaciones y viviendas en el sector privado con capitales que nadie osaba auditar. La misma variable siguió su curso normal en los gobiernos del “cambio sin violencia” de Antonio Guzmán y Salvador Jorge Blanco (1978-1986).

Con el liberalismo y la apertura democrática perredeísta hasta Balaguer cambió su estilo de mando autoritario, al regresar al poder en 1986. Y ya no solamente había tolerancia para los inversionistas sospechosos en el sector construcción, sino que la expansión de sus capitales alcanzó el mundo del arte y las orquestas, como medios utilizados para blanquear fortunas adquiridas con las drogas. La apertura de cuentas bancarias a narcos fue consecuencia natural del liberalismo financiero. Nadie preguntaba si aquel dinero era de tal o cual origen, lo que importaba era sumar capitales. Así fue creciendo la tolerancia, hasta que llegamos al momento del peledeísmo gobernante y el inversionista Arturo del Tiempo y la famosa Torre Atiemar, donde está sembrado uno de los mayores capitales del narcotráfico español en la República Dominicana, con primer picazo y préstamo del Banco de Reservas, autorizado en la administración del presidente Leonel Fernández.

Con sobrada razón, el más genial editorialista y director de periódico don Rafael Herrera, escribió una vez con su sabía ironía que los narcotraficantes de hoy en República Dominicana serían prestigiosos empresarios de mañana y que los hijos de esos narcos serían honorables inversionistas, y que a su vez sus nietos serían grandes personalidades del futuro. ¿Cómo habría editorializado don Rafael Herrera, si le hubiese tocado vivir, ver y oír el escándalo del narcotraficante Ernesto Quirino Paulino y su papel protagónico como “inversionista” en campañas políticas? De seguro que con un genial editorial de cuatro o cinco líneas, un retrato crudo del más puro realismo criollo sobre esta era de narcotráfico y falta de pudor nacional. Un editorial escrito con mucho sarcasmo, humor e ironía. ¡Qué falta nos hace don Rafael Herrera!

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