No nos acostumbremos

Cuando alguna autoridad se regocija en los dos puntos en que ha bajado la criminalidad en el país, parecería que la delincuencia incontrolada se irrita y responde. Y no es que obre con un plan de ataque y burla, sino que por ser generalizada simplemente

Cuando alguna autoridad se regocija en los dos puntos en que ha bajado la criminalidad en el país, parecería que la delincuencia incontrolada se irrita y responde. Y no es que obre con un plan de ataque y burla, sino que por ser generalizada simplemente surge como un monstruo de todas las cabezas, en cualquier sitio.

Hay zonas del país, ciudades donde la inseguridad se extrema. Un joven abatido desde una yipeta en Bonao; un comerciante asesinado en la pacífica comunidad de Los Montones, en San José de Las Matas, supuestamente por encargo; un anciano que muere a consecuencia de los golpes propinados por unos desalmados que lo atracaron en Santiago; otro hombre que muere en medio de un tiroteo en el que resultan heridos un cabo policial y un raso de la Fuerza Aérea Dominicana, en una plaza comercial en el kilómetro 10 de Las Américas, en Santo Domingo Este. Y así, por sólo citar esos casos, como para confirmar una constante que se acrecienta durante los fines de semana.

Tantos hechos de sangre como para que nos acostumbremos a una violencia que no cesa, por más que digamos o deseemos que baje la tasa de criminalidad.
Y es que no podemos aceptarlo. Que el valor de la vida se vuelva tan leve; que la gente caiga y que nadie se asombre. Aceptar que habitamos en espacios bajo amenaza constante. Muchos se conforman con la idea de que residen en un lugar seguro, pero la realidad muestra que no se debe confiar a esa percepción. Nadie está seguro ni bajo el techo de su casa. El asesinato del viceministro Victoriano Santos Hilario es el hecho salvaje más reciente que nos obliga a gritar que todo esto no puede ser.

Pero no vemos los peligros hasta que nos tocan bien cerca.

La inseguridad, al margen de los esfuerzos que realizan las autoridades y de las satisfacciones por “los logros”, nos atañe y perturba a todos. Y rotundamente, no debemos aceptar que sea parte de nuestras vidas. 

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