Holanda en el Caribe, (y 3)

Porque el siniestro día el mar termina un día, ya la mano nocturna corta uno a uno sus dedos hasta no ser, hasta que el hombre nace y el capitán descubre dentro de sí el acero ya la América sube su burbuja y la costa levanta su pálido arrecife&#8230

Porque el siniestro día el mar termina un día, ya la mano nocturna corta uno a uno sus dedos hasta no ser, hasta que el hombre nace y el capitán descubre dentro de sí el acero ya la América sube su burbuja y la costa levanta su pálido arrecife sucio de aurora, turbio de nacimiento hasta que de la nave sale un grito y se ahoga y otro grito y el alba que nace de la espuma.
Pablo Neruda, “Llega al Pacífico”, Los Conquistadores.

Canto General, Losada

El gran historiador dominicano, Frank Moya Pons, publicó en el año 2008 su “Historia del Caribe. Azúcar y plantaciones en el mundo atlántico”, bajo el sello de la Editora Búho. La obra, de 540 páginas, es una consulta obligada para conocer el curso de la historia de nuestras pequeñas islas del Caribe insular. El eje central del enjundioso trabajo es el surgimiento y desarrollo de las plantaciones azucareras, esenciales en el modelo colonial de dominación en las Antillas.

El Imperio Holandés aparece en el discurso del historiador cuando comienza a hablar de las incursiones piratas de la segunda mitad del siglo XVI, especialmente ante la ofensiva del pirata Francis Drake, en palabras del autor:
Esta campaña de Drake contra los principales puertos del Caribe demostró muchas cosas a todo el mundo. A los ingleses y a los enemigos de España le demostró que el imperio español era vulnerable y que España no tenía fuerzas suficientes con qué defender totalmente sus territorios en América ni las posesiones portuguesas en África y Asia, entonces bajo su dominio. Por esta razón los ingleses siguieron enviando centenares de corsarios al Caribe. Aprovechando que Inglaterra se encontraba en guerra con España desde 1585, entre 1589 y 1594 pasaron al Caribe unas doscientas naves inglesas con patente de corso para hostigar los establecimientos españoles de las Antillas y tierra firme. (P- 68)

La relación de rivalidad entre España y Holanda se coronó con la llamada “Guerra de los Ochenta años”, conocida también como “Guerra de Flandes”. Estas largas décadas de enfrentamientos en las que diecisiete provincias de los Países Bajos se levantaron en contra de su soberano, que era también rey de España, se reflejó en el Caribe. La rebelión contra el monarca español se inició en 1568 cuando Margarita de Parma era la Gobernadora de los Países Bajos. Terminó en 1648, cuando fue reconocida la independencia de las provincias en rebelión, conocidas como las “Siete Provincias Unidas”. Tras la Paz de Westfalia, se creó el nuevo Estado, que inmediatamente se reflejó en la tierra de nadie, pero sí tierra de conflictos y rivalidades: El Caribe, como bien apunta el historiador Moya Pons:

La guerra por la independencia de los holandeses contra el dominio español… añadió un ingrediente especial a los conflictos de España con sus enemigos europeos en el Caribe. En 1594 esta guerra había llegado al punto en que los holandeses podrían tomar la ofensiva en el mar, gracias al apoyo que en tierra le habían dado los ejércitos franceses e ingleses.

Moya coincide con los postulados de la profesora Ana Crespo Solana, en el ensayo que citamos en los artículos anteriores “Holanda en el Caribe desde la perspectiva comparada. Aportación al debate sobre los modelos de expansión en los siglos XVII y XVIII”, publicado por CATHARUM, Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, en el sentido de que Holanda no estaba interesada en imponer un modelo colonial como lo habían hecho sus aliados y rivales, Inglaterra y Francia, pues los holandeses lo que estaban era interesados en el comercio, legal o ilegal, a fin de suplir una necesidad sentida, la sal, y además, colocar sus propias mercancías en sus mercados todavía vírgenes:

A pesar de casi 20 años de lucha, ni España ni Holanda estaban interesadas en la guerra marítima, pues el comercio de Flandes y la península se habían mantenido en aumento, pero el arresto de más de 400 navíos holandeses que compraban sal en puertos españoles y portugueses en 1595 aceleró el impulso de los holandeses de buscarse otro mercado de sal que resultara menos problemático que España y Portugal. La sal era un producto estratégico para la industria pesquera holandesa pues era un ingrediente esencial para la conservación del arenque que los holandeses exportaban por toda Europa. El arresto de los barcos en 1595, y otro posterior en 1598, forzó a los holandeses a buscar la sal en otras partes sin intermediarios ibéricos. (Pp. 69 y 70)
Los mercaderes holandeses veían en el comercio su gran oportunidad. Podían, por un lado, ampliar sus mercados no solo en las islas, sino en el Caribe continental. Era la oportunidad de negociar y satisfacer las demandas de bienes elaborados, y de ellos de procurar la sal que tanto necesitaban para su industria pesquera:

El lugar escogido por los holandeses para producir sal por medios propios fue la península de Araya, en las cercanías de Cumaná, en Venezuela. Durante sus viajes, los holandeses descubrieron cuán necesitados de esclavos y manufacturas europeas estaban los vecinos de tierra firme y las Antillas, y cuán ricas eran esas tierras en azúcares, cueros, tabaco, zarzaparrilla, perlas, jengibre, cañafístola y desde luego, la preciada sal. De manera que poco a poco los holandeses también se incorporaron a la corriente de contrabando que arrastraba a todo el Caribe desde hacía décadas. Para prevenirse de posibles represalias de los españoles, los navíos holandeses navegaban en flotas y también armados. Así podrían defenderse en caso de ataques y podrían también obligar a los vecinos de las costas caribeñas a cambiarles sus productos por manufacturas. Esta medida les garantizaba mayor efectividad que a los ingleses. (P. 70)

Y el empeño e inversión del Estado Holandés y sus mercaderes vio pronto sus frutos. Sin muchos alardes, ni recorriendo a poder militar, los barcos holandeses fueron poco a poco adueñándose del Mar Caribe. La flota holandesa era la más numerosa en el Caribe. Sus barcos tenían un largo periplo para llevar mercancías a los puertos insulares y continentales, y en esos lugares procurar la sal que tanto necesitaban:

En el último lustro del siglo XVI había flotas holandesas dedicadas al contrabando en el Caribe. Las más grandes tenían hasta treinta navíos, en contraste con la de los corsarios ingleses que nunca lograban reunir más de cinco o seis naves para operar en las Antillas. El número de barcos de las flotas holandesas da una idea del volumen del comercio ilícito que se llevaba a cabo en las Antillas y las cosas de Sudamérica en aquellos años. En un período de seis años… fueran a buscar sal unos setecientos sesenta y ocho barcos holandeses, lo que significa un promedio de 120 barcos al año. Estas naves salían de Europa cargadas de mercancías y regresaban a Holanda cargadas de sal. En su viaje de retorno, la mayoría de los barcos holandeses pasaban por Puerto Rico, isla Mona, Española y el Oriente de Cuba, en donde se detenían a cargar aguas y a negociar con los vecinos sus cuernos y otros productos. (p. 70)
Así pues, Holanda, sin estridencias y sin alardes de poder, supo aprovechar el Caribe para desarrollar su comercio. En medio de la guerra con España, fue lo suficientemente sagaz para debilitar el poderío español, desde su propia zona de influencia. Con este artículo, terminamos, por ahora, analizando la presencia holandesa en ese mar que baña muchas islas y un continente, y que por su posición privilegiada se convirtió en un espacio más que apetecido por las potencias europeas en los siglos XVI y XVII. 

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