Ana María Nardo II

Cada pieza de la artista es como una compuerta que se abre para llamar nuestra atención. En todo esto encontramos piezas como “Victoria”, donde aparecen alineaciones que guardan estrecha relación con la cresta del gallo o su plumaje. Las mismas&#823

Ana María Nardo

Hemos querido compartir lo que escribiéramos hace unos días sobre la obra de Ana María Nardo a propósito de su participación en una muestra colateral a la Bienal de La Habana. Pues bien, al penetrar en el universo visual de la artista…

Cada pieza de la artista es como una compuerta que se abre para llamar nuestra atención. En todo esto encontramos piezas como “Victoria”, donde aparecen alineaciones que guardan estrecha relación con la cresta del gallo o su plumaje. Las mismas se posicionan configurando un triángulo estructural, empoderando así la figura cuando parece incitar sus energías sobre la fuente.
En la pieza “Atributo”, las flores resaltan en el cuadro a modo de impresiones superpuestas, entre las que se destacan dos rosas amarillas y, en especial, la mirada de una mujer, cuyo sugerente contorno resulta penetrante y produce un efecto como si arropara el centro de la composición.

Una de las obras que más nos han cautivado, tal vez por lo que se inscribe en ella es “Dignidad”. Aquí vemos una figura femenina de espaldas, abriendo sus alas para un viaje a un mundo desconocido, porque probablemente, para conservar su dignidad prefiera ignorar los capítulos de una sociedad cada vez más inhumana y corrompida. Por lo que la alfombra que se erige en soporte de la presencia humana, hace las veces de pasillo hacia otra dimensión donde el ave en la parte superior de la mandala, parecería marcar el paso a esa otra realidad que espera por las almas nobles.

No podríamos dejar de mencionar “Deseo”, ya que las provocaciones están a la orden del día, y al ser humano se le hace difícil resistirse a lo prohibido, pero sobre todo, a aquello que le produzca placer. Y, no podría faltar “Seducción”, pieza en la que el mundo marino acoge a la mujer (una fiel representación de la artista en tanto referencia autobiográfica) como ser dador de vida, rodeada por peces que la magnifican.

La libélula cobra cuerpo en “Desasosiego” eclipsando a la dama negra que se ve invadida por una luminosidad imperiosa, en tanto que los símbolos de vida y muerte parecen escapar al yin y yang en “Avidez”. Mientras la “Paciencia” penetra hilando con parsimonia un nuevo camino que por demás resulta infinito, para llegar así a la “Fortuna” que parece resurgir de la mandala sobre la libélula, restableciendo así la dignidad y conectando de ese modo todas las figuras en los planos previstos por la artista.

De manera que el conjunto de Naipes que presenta Ana María Nardo, constituyen cartas por medio de las cuales, todos los medios artísticos se convierten en una causa moral como si el soporte hiciera realidad un sueño ético alcanzado por medio de elementos estéticos. Es de ese modo que la artista promueve un ideal que poco a poco va haciendo de la realidad una quimera. Más aún, parecería un contexto divino difícil de conquistar.

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Hemos querido compartir lo que escribiéramos hace unos días sobre la obra de Ana María Nardo a propósito de su participación en una muestra colateral a la Bienal de La Habana.

Pues bien, al penetrar en el universo visual de la artista Ana María Nardo, a pesar de que existen códigos que nos remiten a la Cuba de sus recuerdos, espacio memorable al que siempre regresa. Con sus nuevas obras se asume cómo la artista empieza anhelar seriamente una máxima, luego de su tránsito por varios espacios en su mundo consciente e inconsciente, que le conducen sin reparo a la afirmación de que “lo que se ve en el cuadro, es lo que es, punto”.

Ahora bien, intentar explicar esto último resulta harto complejo. Primero, porque en Ana María asistimos a un manantial inagotable de recursos. De modo que hay que tener cuidado, porque ella conoce cada uno de los medios para lograr una buena obra y, segundo, porque es capaz de organizar, sistematizar y adecuar todos los elementos posibles que, aun abigarrado, entre mezclado o sencillamente barroco, nos permitan reconocer en el conjunto las constantes de un empaque general que cumple un papel sublimador de los instintos.

Así, porque el arte se convierte a menudo en su fin como principio esotérico en la búsqueda de la verdad. Sí, de una verdad suprema que le permite expresar sus ideas sobre el mundo, las personas que la rodean y, en particular, sobre una serie de seres cosmogónicos que habitan en su subconsciente caribeño.

Cada una de las piezas del conjunto registra un acabado impecable. Pero lo que más llama nuestra atención es el manejo del color, pues todo queda delimitado en el espacio, permitiendo asimismo que se destaquen las siluetadas que aparecen constantemente en el cuadro. También hay que resaltar el dominio de la perspectiva, posibilitando una visión que nos hace penetrar en el cuadro, abriendo incluso puntos de fuga, muy propios del arte academicista. Continuará.

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