Ser útil, decidir y dudar

Decía Goethe que una vida inútil equivale a una muerte prematura. Pregonó que aportar y construir es la razón de existir. Carece de sentido caminar sin esforzarnos por dejar huellas positivas. Es penoso no ser recordados por nuestras obras, sea…

Decía Goethe que una vida inútil equivale a una muerte prematura. Pregonó que aportar y construir es la razón de existir. Carece de sentido caminar sin esforzarnos por dejar huellas positivas. Es penoso no ser recordados por nuestras obras, sea nuestra cotidianidad sencilla o deslumbrante, que el bien no tiene tamaño, pues su valor se relaciona con lo que podemos y debemos hacer.
“Fue un gran estadista”, diremos del presidente que cumplió su responsabilidad desde el poder. “Fue una excelente planchadora”, proclamaremos al referirnos a aquella sencilla señora que almidonaba nuestra ropa con cariño y cada filo salía exacto de sus prodigiosas manos.

Y para ser útiles debemos entrar en el juego y no observarlo desde las gradas. Ser útil significa mantenernos activos, en movimiento, procurando determinar lo correcto, aunque nos equivoquemos, que los humanos no tenemos vocación de estatuas, de fósiles. En el béisbol, el campocorto que se mantiene quieto no comete errores, a diferencia del que cubre mucho espacio, aquel que se arriesga para atrapar la pelota.

En síntesis: vivir es decidir. Y una decisión, por más intrascendente que sea, puede definir nuestro presente y futuro, para bien o para mal. En un campamento juvenil, llevé dos libros: La República de Platón y otro titulado Marxismo y Democracia, (olvidé el nombre del autor). Estudié derecho porque casualmente leí primero al filósofo griego. Si hubiera iniciado con el segundo libro, hoy fuera economista.

Pero decidir no siempre es fácil, salvo cuando las opciones nos parecen iguales y nos resulta indiferente asumir cualquiera de ellas; o cuando depende de nuestros instintos, que en tales circunstancias nuestra naturaleza humana actúa como por arte de magia y hace lo debido. En cambio, decidir es complicado cuando se enfrentan nuestros principios y criterios. Todos, en determinado momento, no tenemos la certeza de lo que debemos hacer, pues nuestras conciencias no están claras, todo se torna difuso, impera una nebulosa entre lo inadecuado y lo pertinente. ¿Cuál ha de ser nuestra postura?

Cuando moralmente no estoy seguro de algo, prefiero no actuar. Igual ocurre si no estoy claro o convencido de dónde está la verdad. Si dudo, no lo hago, salvo que sea obligatorio lanzarme al ruedo, especialmente si mi pasividad perjudica al bien común, o porque de quedarme inerte andaría con la palabra “cobarde” en la frente, y eso, con suerte, solo lo borra el tiempo.

Por todo ello, si pienso que mis palabras pueden causar daño, no las escribo. Si considero que lo que hablo puede ser mentira, guardo silencio. Si no estoy firme antes de actuar, porque estimo que puedo ser injusto, me quedo sentado. En el buen sentido, si dudo, no lo hago. 

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