La zarzuela Cecilia Valdés, una obra trascendental

La identidad tiene muchas formas de hacerse notar ante un público, siendo la cultura uno de los medios por excelencia para hacerla trascender fronteras.

La zarzuela Cecilia Valdés, una obra trascendental

La identidad tiene muchas formas de hacerse notar ante un público, siendo la cultura uno de los medios por excelencia para hacerla trascender fronteras.Así, vamos encumbrando una idea que poco a poco va creando las constantes…

La identidad tiene muchas formas de hacerse notar ante un público, siendo la cultura uno de los medios por excelencia para hacerla trascender fronteras.Así, vamos encumbrando una idea que poco a poco va creando las constantes de un empaque general que distingue una cultura entre otras del mundo. Así pasa cuando presenciamos una obra tan enriquecedora y significativa como Cecilia Valdés, un ícono de la expresión cultural cubana.

Presentada en la sala Carlos Piantini del Teatro Nacional Eduardo Brito, la zarzuela es una puesta en escena muy particular, donde la música de Gonzalo Roig Lobo es interpretada magistralmente por la Orquesta Filarmónica Dominicana, bajo la dirección de Carlos Andrés Mejía. De este modo se mezclan: ritmos, literatura, danza, teatro, los detalles en el escenario (producto de la creatividad de José Miura) y los despampanantes vestuarios (en esta ocasión a cargo de Iván Miura) que muestran el esplendor del talento que fluye de cada uno de los intérpretes, guiados por una coreografía de estructura heterogénea que es a su vez expresiva, distributiva y folclórica, a cargo de Armando González.

Como director escénico tenemos a Humberto Lara y en la parte artística a Antón Fustier Martínez, asistido por Reinaldo Fustier. El libreto es una adaptación de Juan R. Aman, sin obviar los que le precedieron de Agustín Rodríguez y José Sánchez-Arcilla y García.

Las imágenes iniciales del Morro, La Giraldilla, El Templete, El Palacio de los Capitanes Generales,… suscitan una magia que nos transporta a La Habana, Cuba, en un tiempo de esplendor, pero en el que la sociedad presentaba ciertas restricciones, precisamente esas que guiaban a los prejuicios, a la discriminación racial y hasta a una marcada diferenciación social.

Será el argumento de la novela de Cirilo Villaverde que exalte la memoria histórica de principios del siglo XIX, en particular, la historia de un caballero español que casado con una criolla refinada, se desvive por la belleza de una mulata y, producto de sus relaciones extramatrimoniales tiene una hija: Cecilia Valdés.

El destino de la niña se ve condicionado desde su concepción, ya que para esa época constituía un escándalo el hecho de que se reconociera una hija fuera del matrimonio, pero más aún, el haber estado relacionado con una mulata que además era de origen humilde. De manera que con la intención de encubrir el error, la pequeña Cecilia termina alejada de su madre en un hospicio, lo que termina enloqueciendo a su progenitora, por lo que más tarde Cecilia, creyendo a su madre muerta, es acogida por su abuela.

Transcurre el tiempo y una vez adulta, los embates de la vida llevan a Cecilia (bajo la magnífica interpretación de Melliangee Pérez) a convertirse, sin saberlo, en la amante de su medio hermano Leonardo (personificado por Edgar Pérez), quien era hijo de don Cándido Gamboa (Mario Lebrón) y doña Rosa Sandoval (Elvira Taveras).

Del tórrido romance entre estos jóvenes nace una niña, pero ante los convencionalismos sociales y al conocer lo incestuoso de la relación, Leonardo se aleja de Cecilia y decide casarse con la bella y distinguida Isabel Ilincheta (Enid González). Esto, Cecilia no lo soporta y se siente traicionada. Sus celos la guían a su enamorado, el músico mulato José Dolores Pimienta (Eduardo Mejía Jiménez) quien al intentar impedir la boda por disposición de su amada, se deja llevar por sus sentimientos encontrados y, en un arrebato, le quita la vida a Leonardo. Con esta trágica escena, concluye la obra.

Ciertamente, estamos en presencia de una pieza excepcional, en la que aflora la fuerza y expresión de la cultura cubana, la cual se fue consolidando desde muy temprano. Y, aunque parezca extraño, una de las fortalezas de los cubanos ha sido, precisamente, reconocer su pasado histórico, pero sobre todo, lograr conciliar por medio de las expresiones culturales el resultado de un proceso sincrético rico y diverso, en el que coexisten la tradición católica con la Yoruba en las representaciones tanto de Oshun como de Obatalá, fiel representación de la Virgen de la Caridad y de las Mercedes, respectivamente; cuyas alegorías forman parte de la puesta en escena. Pero también, es una simbiosis cultural que se aprecia en la música, ya que lo mismo presenciamos el danzón que los bailes afrodescendientes, ritmos que hoy por hoy confirman la cubanidad, la cara de Cuba al mundo.

Otros detalles

Participan también en la zarzuela, Ondina Matos (Chepilla/ Seña Soledad); Yorllalina Castillo (Nemesia Pimienta/ Seña Caridad); Marissabel Marte (Dolores Santa Cruz/ Seña Caridad); Miguel Lendol (Don Melitón); Pedro Pablo Reyes (Dr. Montes de Oca); Juan Tomás Reyes (Pancho Solfa); Antonio Melenciano (Tirso); Kalyane Linares (Dolorita); Frankiln Melo (Diego Meneses); Nivia Quesada (Mercedes Ayala); Carlos Eusebio (Dionisio) y Glenmer Pérez (Negra Esclava). De igual modo participaron dignos exponentes del Coro Sociedad Proarte Latinoamericana y del Ballet Nacional.

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La identidad tiene muchas formas de hacerse notar ante un público, siendo la cultura uno de los medios por excelencia para hacerla trascender fronteras.Así, vamos encumbrando una idea que poco a poco va creando las constantes de un empaque general que distingue una cultura entre otras del mundo. Así pasa cuando presenciamos una obra tan enriquecedora y significativa como Cecilia Valdés, un ícono de la expresión cultural cubana.

Presentada en la sala Carlos Piantini del Teatro Nacional Eduardo Brito, la zarzuela es una puesta en escena muy particular, donde la música de Gonzalo Roig Lobo es interpretada magistralmente por la Orquesta Filarmónica Dominicana, bajo la dirección de Carlos Andrés Mejía. De este modo se mezclan: ritmos, literatura, danza, teatro, los detalles en el escenario (producto de la creatividad de José Miura) y los despampanantes vestuarios (en esta ocasión a cargo de Iván Miura) que muestran el esplendor del talento que fluye de cada uno de los intérpretes, guiados por una coreografía de estructura heterogénea que es a su vez expresiva, distributiva y folclórica, a cargo de Armando González.

Como director escénico tenemos a Humberto Lara y en la parte artística a Antón Fustier Martínez, asistido por Reinaldo Fustier. El libreto es una adaptación de Juan R. Aman, sin obviar los que le precedieron de Agustín Rodríguez y José Sánchez-Arcilla y García.

Las imágenes iniciales del Morro, La Giraldilla, El Templete, El Palacio de los Capitanes Generales,… suscitan una magia que nos transporta a La Habana, Cuba, en un tiempo de esplendor, pero en el que la sociedad presentaba ciertas restricciones, precisamente esas que guiaban a los prejuicios, a la discriminación racial y hasta a una marcada diferenciación social.

Será el argumento de la novela de Cirilo Villaverde que exalte la memoria histórica de principios del siglo XIX, en particular, la historia de un caballero español que casado con una criolla refinada, se desvive por la belleza de una mulata y, producto de sus relaciones extramatrimoniales tiene una hija: Cecilia Valdés.

El destino de la niña se ve condicionado desde su concepción, ya que para esa época constituía un escándalo el hecho de que se reconociera una hija fuera del matrimonio, pero más aún, el haber estado relacionado con una mulata que además era de origen humilde. De manera que con la intención de encubrir el error, la pequeña Cecilia termina alejada de su madre en un hospicio, lo que termina enloqueciendo a su progenitora, por lo que más tarde Cecilia, creyendo a su madre muerta, es acogida por su abuela.

Transcurre el tiempo y una vez adulta, los embates de la vida llevan a Cecilia (bajo la magnífica interpretación de Melliangee Pérez) a convertirse, sin saberlo, en la amante de su medio hermano Leonardo (personificado por Edgar Pérez), quien era hijo de don Cándido Gamboa (Mario Lebrón) y doña Rosa Sandoval (Elvira Taveras).

Del tórrido romance entre estos jóvenes nace una niña, pero ante los convencionalismos sociales y al conocer lo incestuoso de la relación, Leonardo se aleja de Cecilia y decide casarse con la bella y distinguida Isabel Ilincheta (Enid González). Esto, Cecilia no lo soporta y se siente traicionada. Sus celos la guían a su enamorado, el músico mulato José Dolores Pimienta (Eduardo Mejía Jiménez) quien al intentar impedir la boda por disposición de su amada, se deja llevar por sus sentimientos encontrados y, en un arrebato, le quita la vida a Leonardo. Con esta trágica escena, concluye la obra.

Ciertamente, estamos en presencia de una pieza excepcional, en la que aflora la fuerza y expresión de la cultura cubana, la cual se fue consolidando desde muy temprano. Y, aunque parezca extraño, una de las fortalezas de los cubanos ha sido, precisamente, reconocer su pasado histórico, pero sobre todo, lograr conciliar por medio de las expresiones culturales el resultado de un proceso sincrético rico y diverso, en el que coexisten la tradición católica con la Yoruba en las representaciones tanto de Oshun como de Obatalá, fiel representación de la Virgen de la Caridad y de las Mercedes, respectivamente; cuyas alegorías forman parte de la puesta en escena. Pero también, es una simbiosis cultural que se aprecia en la música, ya que lo mismo presenciamos el danzón que los bailes afrodescendientes, ritmos que hoy por hoy confirman la cubanidad, la cara de Cuba al mundo.

Otros detalles

Participan también en la zarzuela, Ondina Matos (Chepilla/ Seña Soledad); Yorllalina Castillo (Nemesia Pimienta/ Seña Caridad); Marissabel Marte (Dolores Santa Cruz/ Seña Caridad); Miguel Lendol (Don Melitón); Pedro Pablo Reyes (Dr. Montes de Oca); Juan Tomás Reyes (Pancho Solfa); Antonio Melenciano (Tirso); Kalyane Linares (Dolorita); Frankiln Melo (Diego Meneses); Nivia Quesada (Mercedes Ayala); Carlos Eusebio (Dionisio) y Glenmer Pérez (Negra Esclava). De igual modo participaron dignos exponentes del Coro Sociedad Proarte Latinoamericana y del Ballet Nacional. 

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