Ana Yee de Cury: “Trato de vivir cada día dando lo mejor de mí”

Sencilla y discreta. Esas dos palabras bastarían para definir su personalidad. Así es Ana Yee de Cury, directora del Museo de las Casas Reales, una institución a la que llegó con grandes proyectos en el año 2004 y donde ha logrado cumplir muchos&#823

Sencilla y discreta. Esas dos palabras bastarían para definir su personalidad. Así es Ana Yee de Cury, directora del Museo de las Casas Reales, una institución a la que llegó con grandes proyectos en el año 2004 y donde ha logrado cumplir muchos de sus objetivos. Para ella, la mayor recompensa es la valoración que hacen las personas del trabajo desarrollado durante estos años. Como la vida de todo ser humano, en la suya no han falto las horas felices, los momentos de tristeza, los tiempos de siembra y también los de cosecha, pero sabiamente de cada etapa ha obtenido una valiosa enseñanza.

1. Infancia
Nací un 20 de febrero del pasado siglo en Santiago de los Caballeros. Mi padre era Alfonso Yee, de nacionalidad china, y mi madre María Felipe Mercado, dominicana. Ambos emprendieron ya la marcha sin retorno que todos, más tarde o más temprano, estamos condenados a seguir. Quiso Dios y la buena suerte que tanto mi hermana menor como yo tuviésemos una infancia plena. Nuestros padres se esmeraron en ofrecernos una buena educación y, en la medida de sus posibilidades, un bienestar del que pudiésemos sentirnos orgullosas. Pensar en mis primeros años de estudios, me obliga a palpar en la oscuridad de los recovecos de la memoria, pues de entonces a ahora se han desprendido algunos años del calendario de la vida. Puedo decirte, sin embargo, que preservo recuerdos agradables, ya que aunque no éramos ricos, tampoco sufrimos estrecheces económicas, además de que entonces la felicidad no estaba subordinada al materialismo.

2. Estudiosa
Recuerdo que cuando tenía tres o cuatro años, me sentaba en el piso a hojear los periódicos. Cierta vez oí decir a Tita, una empleada de mi casa y a quien siempre consideré como una segunda madre, que debía ir a la escuela porque lo que entonces hacía era síntoma de mi deseo de aprender a leer. Y así fue; me inscribieron en lo que entonces se llamaba una escuelita particular, en la cual estuve hasta el cuarto grado. Luego terminé los estudios primarios en el Colegio Cibao, que además de contar con muy buenos profesores, era dirigido por dos excelentes educadores: Herminia Heureaux y Rafaela Santaella, de quienes tengo gratos recuerdos, lo propio que de los profesores Vicente Anzelloti y Nurys Jacobo de Espinal.

3. Recuerdos de la secundaria
Hice la secundaria en el liceo Ulises Francisco Espaillat, también con magníficos profesores, entre los que puedo mencionar a Altagracia Iglesias de Lora, Francisco Orellana, Hiram Morillo y Elsa Brito de Domínguez. Siempre fui buena estudiante. Desde la primaria, Eulogio Santaella y yo éramos los mejores del curso, y en la secundaria terminamos compitiendo por la medalla al mejor estudiante, que terminó ganándola él. El segundo lugar, lejos de amilanarme, me colmó de satisfacción, puesto que hice el bachillerato sin un solo libro, debido a que mi padre falleció antes de que terminase el octavo curso, lo que agravó nuestra situación económica.

4. Muy tranquila
Nunca fui muy traviesa, más bien obediente. Mi madre era muy estricta, mi padre más consentidor. En verdad, apenas recuerdo dos ocasiones en la que él me castigó: una en la que en cierto domingo de aquellos lejanos años estrenamos unos vestidos de organdí y él consideraba que esos días había que vestirse de seda. La otra fue porque nos cortamos el pelo. Una travesura que me viene a la memoria y colorea mis mejillas de un rubor ligero es la siguiente: Elizabeth Scheker, quien era y sigue siendo mi mejor amiga, íbamos juntas al colegio, en cuyo trayecto quedaba el Teatro Colón, ante el cual solíamos detenernos para ver los anuncios de las películas.

5. Por una foto
En una ocasión se anunció con varias fotografías suyas la presentación de Alfredo Sadel, cantante venezolano poseedor de una magnífica voz y que además era muy atractivo. Un día, creyendo que no había nadie, desprendimos dos de las fotos, con tan mala suerte que el administrador del cine nos vio y nos persiguió mientras corríamos por la calle 30 de Marzo. Sin embargo, aquella misma tarde, muy avergonzadas de lo que habíamos hecho, decidimos devolver las fotos. La verdad es que el único encanto del pasado es que es pasado, y aunque nunca sabemos cuándo caerá el telón y aspiramos siempre a un sexto acto, el recuerdo de aquella muchachada, que parecería que ocurrió ayer, es una terrible advertencia de la brevedad de la vida.

6. Dificultades
Los momentos más difíciles, en lo profesional, yo diría que fue cuando terminé mis estudios de Derecho. En ese entonces trabajaba como secretaria del Representante de la UNESCO en la Secretaría de Educación. Al graduarnos tanto mis amigos y compañeros de estudios, como yo, nos preguntamos qué hacer, pues en esa época se respiraba un aire de desesperanza en el país y no habían muchas oportunidades, sobre todo para abogados recién graduados que no tenían a su disposición una oficina donde ejercer. La necesidad, que dirige y encadena lo que hacen y dejan de hacer los hombres, nos empujó a Puerto Rico para darle tiempo al tiempo. Por lo menos yo conseguí trabajar de asistente en una oficina de abogados. Mis amigos regresaron al poco tiempo y yo unos meses después.

7. Tiempos difíciles
En lo personal, el momento más difícil fue cuando mi esposo, Jottin Cury, sufrió una isquemia en 1992. Sucedió un día de octubre a las tres de una negrísima madrugada en Venecia, Italia. No hay imaginación capaz de exagerar mi impotencia al ver a Jottin, con mis ojos desencajados de espanto, tendido en el piso de la habitación de un hotel. Solo mi profunda fe en Dios me permitió sortear las múltiples dificultades e incertidumbres que me asaltaron a raíz de aquel hecho de dolorosa recordación, así como ser testigo de su total recuperación, luego de lo cual vivió otros 20 largos años. Hoy, habiendo discurrido tanto tiempo de aquello, puedo asegurar que el amor y el auxilio prestado a un hombre en mortal necesidad, puede ser considerado como una especie de riqueza para el alma.

8. Grandes amores
Mi familia es mi gran tesoro. También mis amigas y amigos, que son como una extensión de mi familia, quienes han compartido conmigo, antes y ahora, penas y alegrías. Aunque no tuve el privilegio de ser madre, sí hice las veces de madre de los hijos menores de mi esposo, a quienes considero hijos míos y para quienes siempre he estado, estoy y estaré. También he sido un poco madre de mis sobrinas, y ahora de mis sobrinos nietos, especialmente de José, que prácticamente vive conmigo. Exceptuando, pues, los dolores de parto, me parece que he vivido las preocupaciones, problemas, pero también las alegrías y satisfacciones de toda madre.

9. Trabajadora
Pienso que ya estoy viviendo mi futuro, y en ese sentido lo que trato es de vivir cada día dando lo mejor de mí en todas mis actividades, tanto laborales como familiares, pidiéndole a Dios que guíe todos mis actos. Mis experiencias laborales y de servicio en la función que actualmente desempeño han sido gratificantes. Disfruto la labor que realizo con pasión, consciente de que soy una servidora pública y que como tal debo estar siempre dispuesta para que toda persona que se acerque a la institución pueda encontrar una respuesta a su necesidad.

10. Profundas tristezas
Yo diría que ha sido la pérdida de mis seres queridos: mis padres y mi esposo. Otras pequeñas cosas pueden causarme tristeza, pero desaparecen como la huella del aliento sobre la superficie de un espejo. En todo caso, me consuelo pensando que la vida es una conjunción de alegrías y tristezas. El anatema de la humanidad es que estén atadas juntas en un solo haz esas dos cosas antagónicas e irreconciliables, y que en la dolorida entraña mantengan una lucha sin tregua. Sin embargo, después de la tormenta siempre reina la calma.

Lo conocí y seis años después nos casamos

García Márquez decía que es un triunfo de la vida que la memoria de los viejos se pierda para las cosas que no son esenciales, pero que raras veces falle para las que de verdad nos interesan. Y la respuesta a la pregunta que me haces jamás podría yo olvidarla.

La primera vez que vi al que seis años después se convertiría en mi esposo, fue en plena Revolución del 65. Yo había venido a estudiar a la UASD y vivía en la casa de la familia Scheker Vallejo, en el ensanche La Fe. Junto a las tres hermanas visitaba diariamente la zona constitucionalista para llevar comida y darle apoyo a los que, cercados allí, se jugaban la vida por la democracia y libertades patrias. Una mañana, en la calle Sánchez, de Ciudad Nueva, un amigo nos presentó al “Canciller de Abril”. No volví a verlo sino tiempo después en la UASD, donde impartía la materia de Procedimiento Civil, y aunque flotaba en el aula una especie de atracción entre el profesor y la alumna, no fue hasta años después, a mi regreso de Puerto Rico, cuando entablamos una relación. Nos casamos el martes 31 de agosto de 1971.

Futuro
“Pienso que ya estoy viviendo mi futuro, y en ese sentido lo que trato es de vivir cada día dando lo mejor de mí en todas mis actividades”.

Pasado
“El único encanto del pasado es que es pasado, y aunque nunca sabemos cuándo caerá el telón, aspiramos siempre a un sexto acto”.

Presente
“Mis experiencias laborales y de servicio en la función que actualmente desempeño han sido gratificantes. Disfruto la labor que realizo”.

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