Las pruebas nacionales 20 años después

Está comprobado que las pruebas nacionales no constituyen un mecanismo idóneo para mejorar la calidad escolar. Se aplican desde hace más de veinte años y no se ha mejorado la realidad de los aprendizajes. No han servido para impedir que el sistema&#82

Está comprobado que las pruebas nacionales no constituyen un mecanismo idóneo para mejorar la calidad escolar. Se aplican desde hace más de veinte años y no se ha mejorado la realidad de los aprendizajes. No han servido para impedir que el sistema educativo camine a ciegas.

Esas evaluaciones no han cumplido su cometido, pues el sistema educativo sigue igual veinte años después. Se aplican para evaluar e informar sobre los aprendizajes, pero la calidad de esos aprendizajes es la misma o cada día peor.

En todas las evaluaciones que realizan instituciones internacionales sobre la educación en el mundo, nuestro país queda por debajo de casi todos los demás países. Esos estudios reflejan que el sistema va por mal camino. Si los niños no aprenden ni siquiera el 58 por ciento de los contenidos de los planes y programas de estudios es porque nuestra educación se parece a un desastre.

Se sabe que las pruebas nacionales no son la causa de esa situación calamitosa, pero también se sabe que no contribuyen a superarla. El problema está en que es pésima la enseñanza. No se aplican las técnicas y métodos correctos, los maestros no tienen la preparación pedagógica y académica requerida, no hay supervisión adecuada, no hay motivación.

Como en la escuela dominicana hay malas prácticas, los efectos tienen que ser negativos, funestos. En educación, como en todo, la consecuencia de la mala práctica es la mala calidad. Es esa misma pésima calidad educativa lo que se evidencia cada vez que los mencionados organismos evaluadores publican los resultados de sus estudios.

Las pruebas nacionales deberían contribuir a fortalecer la cultura de la evaluación, y sus resultados deberían servir para mejorar la educación. No obstante, hemos pasado estos veinte años contemplando la malísima calidad de la enseñanza-aprendizaje y es como si no pasara nada.

Ninguna autoridad enfrenta con seriedad y determinación el desafío que tenemos como sistema educativo y como sociedad. Tal vez estemos esperando que nos pasen cinco o seis siglos en esa actitud contemplativa. Es probable que disfrutemos repitiendo el mismo error de buscar todos los años las causas de los bajos logros educativos para después cruzarnos de brazos.

Quizás los funcionarios estén convencidos de que no deben mover un dedo para mejorar el servicio de educación. Se pasan varios meses moviendo la coctelera de las pruebas nacionales y el resto del año lo pasan barruntando que los muchachos no saben leer ni escribir ni matemática ni ciencias naturales ni ciencias sociales ni nada.

Se sabe que entre los factores de la mala calidad educativa sobresalen la pérdida de docencia o pocas horas de clase, la baja formación del personal docente, las condiciones inadecuadas para el trabajo, la gestión ineficiente, el escaso involucramiento de la familia y el contexto socioeconómico y cultural deficiente.

Desde hace dos décadas sabemos que esos y otros problemas son factores de la mala calidad educativa, pero seguimos batiéndolos todos los años. Cada año estamos descubriendo lo mismo, pero peor. Es como si disfrutáramos de aprender por vigésima vez lo mismo que aprendimos hace veinte años. El problema no es que las pruebas nacionales han frustrado el anhelo de ir a la universidad a miles de estudiantes. El problema es que tanto los que ingresan como los que se quedan fuera de las aulas universitarias son víctimas de una educación deficiente, de una escuela enferma.

La causa de que muchos miles de bachilleres hayan sido reprobados en las pruebas nacionales y, por tanto, no hayan tenido acceso a la universidad no es que en el centro educativo les pusieron notas bajas. La causa es que no aprendieron lo que debieron aprender, porque el sistema no les permitió aprender o no les ayudó a aprender.

Aunque no estoy en contra de las pruebas nacionales, reconozco que ese mecanismo no ha servido para mejorar la calidad ni incrementar la cantidad de los aprendizajes. No ha ayudado a lograr que el proceso educativo tenga cada vez mayor calidad y eficiencia. Al señalar las fallas, esas pruebas han indicado lo que se debe hacer para superarlas, pero las debilidades siguen vivas como una carcoma en el cuerpo del sistema nacional de educación.

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