Los estudiantes haitianos en Dominicana

En Dominicana estudian miles de jóvenes haitianos, especialmente en las universidades. Nunca he escuchado que protagonizan desórdenes, ni violan la ley. Al contrario, sus conductas son correctas y tanto ellos como nosotros compartimos en un sano…

En Dominicana estudian miles de jóvenes haitianos, especialmente en las universidades. Nunca he escuchado que protagonizan desórdenes, ni violan la ley. Al contrario, sus conductas son correctas y tanto ellos como nosotros compartimos en un sano ambiente de respeto y armonía.

En mi caso, nos encontramos en la misma barbería y en algunas actividades académicas y culturales. He interactuado con hermanos haitianos nobles y muy preparados. Al escucharlos, he aprendido mucho.

Y cuando converso con parte de sus profesores, me afirman que, en términos generales, los hijos de Louverture tienen buenas calificaciones y un comportamiento adecuado. Lo negativo es que, me dicen, la meta de la mayoría después de graduarse es ejercer la profesión en los Estados Unidos de América, Canadá o Francia, incluso hasta quedarse aquí. Parece que no tienen interés de volver a su patria.

Pero lo anterior es la excepción, que ojalá algún día sea la regla. Visité Haití en cuatro ocasiones. Conocí Puerto Príncipe y Cabo Haitiano por carretera, con un sentido crítico y cierto aire de explorador cibaeño. Siempre la experiencia fue extraordinaria. Allí nadé entre ríos humanos sin rumbo fijo, mezcla de historia gloriosa, ruido, magia y colorido. Resultó impresionante contemplar cómo un pueblo bueno vivía en su mayoría por instintos.

En el hermano país, es duro expresarlo, existe una anomia digna de ser ejemplo de análisis en las cátedras de sociología. Si algo funcionaba, no me percaté. Recuerdo que en mi primer viaje quedé impactado al ver las verjas del Palacio Presidencial llenas de grafitis, y todo el entorno de la sede del poder político en ruinas, sin mantenimiento… Y fue antes del terremoto del 12 de enero de 2010.

La pobreza es indescriptible. Inimaginable hasta para un dominicano harapiento del Sur profundo. La anarquía invade cada lugar; miles vendiendo algo en las calles y nadie comprando; ni la “h” de la higiene hace acto de presencia; la gente trata de sobrevivir como sea, más que el día a día, el minuto a minuto. Una palabra define todo: miseria.

Y cuando me concentré en lo material, nunca observé una calle o avenida ni medianamente asfaltada y señalizada, ni un edificio moderno, ni una plaza con tiendas famosas, ni un supermercado grande sin una seguridad de guerra.

Todo lo de Haití nos repercute, y más en estos momentos delicados. Es mi esperanza que cambie para bien esa realidad. Y tengo la impresión de que si gran parte de sus aplicados ciudadanos que estudian aquí optaran por regresar a su país luego de culminar sus carreras, el futuro de su patria sería mejor. Ojalá también las naciones poderosas les faciliten la oportunidad de servir a su pueblo.

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